Un buen día de primavera, un ya afamado maestro de música decidió cerrar una colección de papeles con ejercicios y tareas para alumnos, allegados y amigos.Las había ido acumulando desde hacía años y, aunque sus composiciones para órgano han quedado imbatidas entre lo más excelso de la historia occidental, su mundo íntimo pertenecía al cémbalo y al clavicordio.
Este gran salón con butacas rojas, presidido por un retrato enorme de Franco vestido de cazador y sus condecoraciones, un día de junio de 1954 acogía el examen de fin de carrera de una joven y atractiva pianista que estaba a punto de hacerse Carmelita Descalza.
“Los grandes artistas son como niños y cuando mueren dejan su gran niñez al mundo” escribió Tagore.Nunca mejor aplicado que en este caso.Querido Paul, no nos abandones en este valle de lágrimas, porque sí sentimos con tu despedida actual aquella conocida frase de “el mundo se ha hecho más pobre”.
Demus era un pianista y músico integral, extraordinario, que también se lo rifaron como colaborador Fischer-Diskau y Antonio Janigro.Yo le oí El clave varias veces y una vez en Viena tuve ocasión al entrar a felicitarle de ver las partituras que tenía.