España - Madrid
Jóvenes y deportivos
Juan Krakenberger

Dentro del ciclo 2006/7 del Centro para la Difusión de la Música Contemporánea, tuvimos esta vez el privilegio de ver y oír a los quince integrantes del Ensemble Laboratorium, creado en 2004 a raíz de actuar en Lucerna bajo las órdenes de Pierra Boulez. Ellos representan a catorce países de cinco continentes: son once hombres y cuatro mujeres. Un cuarteto de cuerdas más contrabajo, un quinteto de vientos, trompeta, trombón, piano y dos percusionistas constituyen el instrumental, doblando la flauta con el piccolo y su congénere bajo, ídem el clarinete, y el pianista debe hacer percusión en alguna ocasión. Muy generosa la parafernalia de instrumentos de percusión: ocupó toda la mitad posterior del escenario.
Todos los integrantes del conjunto van vestido de blanco, las mujeres con pantalones y blusa, los hombres con pantalones y camisa, y todos llevan zapatillas deportivas, también blancas. Son muy ágiles para desplazarse sobre el escenario y ellos mismos se encargan de colocar sillas, instrumentos, atriles según las necesidades de cada obra. Huyen de cualquier protagonismo. Y todos tocan su respectivo instrumento con aplomo y entrega. Todo ello precondiciona favorablemente: dan una impresión de profesionalidad con soltura y entrega.
Y así sonaron las siete obras programadas, seis de ellas bajo la experta y suelta dirección del maestro Zielinski (vestido de negro), que se formó y actúa principalmente en Francia.
Los autores de las obras constituyen otro caleidoscopio internacional: un mexicano -presente en la sala-, una inglesa, un catalán, un palestino de Israel, una irlandesa, una australiana y un armenio, todos compositores de menos de 40 años de edad. Más variación y juventud, imposible. Y así sonó esta música: muy variada, con diferentes elencos, que van desde seis hasta quince músicos.
El programa de mano describe, como de costumbre, el origen y las intenciones de cada obra y por ello solamente hablaré de mis impresiones personales. Todas las obras giran en torno a los diez minutos de duración, algunas algo más, otras menos.
La Figuralmusik II/a del mexicano Javier Torres Maldonado (1968) -estreno mundial- destaca por su interesante instrumentación que yo quisiera llamar ‘espectral’, con unos contrastes dinámicos que llaman la atención, y el final es muy original: los sonidos se mueren con unos hálitos del violoncello y contrabajo, muy bien concebidos.
Into the Blue se llama la obra de Rebecca Saunders (Londres 1967) y el título lo dice todo: algo se dirige hacia lo desconocido, mediante glissandi del clarinete, violoncello y contrabajo, hay silencios, arranques, y todo gira finalmente en torno a una sola nota, variada en color y dinámica hasta morir tranquilamente.
La tercera obra, del catalán Héctor Parra (Barcelona 1976), Strata-Antigona II, del año 2002, para ocho instrumentos, es música muy abstracta y difícil de identificar. También se trató de un estreno mundial.
Y para terminar la primera parte del concierto, Hutáf Al-Arwáh del palestino israelí Samir Odeh-Tamini (1970) compuesta el año 2001: la traducción del título es “El grito de los espíritus” y pretende recrear el espíritu de los rituales sufi. Es música ruidosa, desenfrenada, utilizando generosamente la trompa, la trompeta y el trombón, y tres percusionistas (con la ayuda del pianista).
La única obra sin director inició la segunda parte del concierto: This is why people O.D. on pills / And jump from the Golden Gate Bridge de Jennifer Walshe (Dublin 1974): evidentemente tiene algo que ver con drogas y suicidio. Esta obra requiere siete músicos, que tocan en total oscuridad, solamente iluminados nebulosamente por pantallas de ordenadores portátiles, con mayor o menor intensidad de luz. Cada músico toca una sola nota, en diferentes ritmos, colores, afinando o desafinando, en aparentemente libre improvisación (a pesar de que debe de haber habido algún orden preestablecido, porque no todos tocan siempre). Fue algo diferente y confirmó una vez más que la imaginación no tiene límites.
Siguió Veil –Velo- de Liza Lim (Australia 1966), a cargo de siete músicos que en efecto tocan nebulosamente. Allí vi por primera vez un recurso poco usual: el pianista movía una piola alrededor de una cuerda, como si de un yo-yo se tratara, para hacer sonar una u otra nota del piano, y esto produce una sonoridad inusitada. También tocaba con palillos sobre las cuerdas del piano abierto. La combinación sonora con los demás instrumentos -destacaban flauta y clarinete bajos- fue sugerente.
Para terminar el concierto, Sacrimus del armenio Aram Hovhannisyan (Yerevan 1984), que ocupaba a los quince músicos, otro estreno absoluto. Excelentemente orquestada, esto sonó realmente bien, con una exuberancia que entusiasma. Buenos contrastes sonoros, y mucha marcha caracterizan esta obra. Se advirtió inmediatamente que los músicos hallaron ahí el espíritu que los anima: tocaron con gusto y brillo, animados por el director Zielinski.
Buen fin de concierto y muchos aplausos, compartidos por director y los jóvenes integrantes del Ensemble Laboratorium. Una bonita brisa de frescura juvenil, netamente positiva. Siempre resulta reconfortante presenciar semejante demostración de optimismo.
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