Música popular

Thought I could organise freedom... how Scandinavian of me!

Mikel Chamizo
jueves, 12 de julio de 2007
0,0004318 Algún lector puede preguntarse qué hacemos en Mundoclasico.com hablando sobre Björk, una artista que, de momento, y hasta que ella diga lo contrario, sigue perteneciendo a la esfera de la música popular. Las razones -o las excusas- pueden ser varias: el creciente interés que su música está suscitando en los ambientes académicos; la proliferación de trabajos de investigación en torno a ella en revistas especializadas de todo el mundo; sus incursiones ocasionales en el repertorio clásico –un Pierrot Lunaire de Schoenberg junto a Nagano o colaboraciones con el compositor inglés John Tavener, entre otras-; también el interés que ha suscitado su música en formaciones puramente clásicas como el Brodsky Quartet o el Vitamin String Quartet, que han versionado sus canciones.

Es curioso el proceso que ha seguido la esfera culta en su interés por Björk, pues al contrario de lo que suele ser habitual, es decir, que una generación inculque a la siguiente sus intereses, en el caso de la cantante islandesa ha sido justo al contrario, siendo la generación más joven la que ha llevado a las aulas de las universidades -o de los conservatorios- su interés por Björk. Una vez convertida en sujeto de estudio, se ha hallado en su música un fuerte lazo con la creación contemporánea, sobre todo con el post-minimalismo y con las tendencias de la música electroacústica más cercanas a la tradición de la música concreta. Y desde un punto de vista sociológico, observando la carrera de Björk desde un terreno, el culto, en el que la relación con la comercialidad es siempre desquiciante, muchos analistas no han podido dejar de preguntarse cómo una apuesta tan arriesgada y, ante todo, tan poco manipulada como la de Björk ha podido cosechar un éxito tan inmenso y generalizado entre las tribus musicales más diversas. Desde luego, para un observador externo resulta bastante desconcertante que jóvenes cuyos gustos musicales no van mucho más allá de Beyoncé o Madonna se conozcan de memoria hasta el último detalle de la más extraña canción de la cuanto menos muy extraña Björk.

¿A qué se debe este éxito? Para empezar a dos trabajos, Debut (1993) y Post (1995), sólidamente identificados con el dance. De hecho, hasta cinco singles de estos dos discos llegaron a ocupar los primeros puestos de la US Dance Chart. Tanto Debut como Post, que se desmarcaron con hits tan populares como 'Big Time Sensuality' e 'Hiper-ballad', fueron, además de discos notables, el medio natural para introducir al público en el particular mundo sonoro de Björk, que empezó a desplegarse libremente a partir de Homogenic (1997), de rítmicas menos incisivas y una sonoridad eminentemente orquestal. Después llegó su tumultuosa colaboración con Lars von Trier en Dancing in the Dark (2000), con la que la actriz novel Björk consiguió el premio a la mejor interpretación femenina en el Festival de Cannes, y la publicación de Vespertine (2001), un disco realmente magnífico.



Hunter - de "Homogenic" (1997)


Por esta época Björk ya era considerada una artista y un personaje peculiar. En primer lugar, por su personalísima forma de cantar y de actuar ante la cámara, que sigue generando tanta adoración como rechazo. También por su enorme inteligencia a la hora de crearse una estética visual impactante, con video-clips en general excelentes, obra de autores audiovisuales de primera línea como Chris Cunningham -idolatrado hoy en día por su cortos de terror-, Jean-Baptiste Mondino, Eiko Ishioka –diseñadora del inolvidable vestuario de Drácula de Francis Ford Coppola- y, sobre todo, Michael Gondry, pareja de Björk durante varios años y autor de varios de sus mejores videos. La islandesa se aficionó también a dar conciertos en lugares cada vez más selectos: en el Covent Garden, en el Liceu de Barcelona, ahora en el Guggenheim... Y a todo esto hay que añadir su tumultuosa relación con la prensa, con aquella agresión a la reportera asiática que dio la vuelta al mundo, y su comportamiento casi bipolar al intentar guardar a rajatabla su vida privada mientras su editorial publicaba decenas de videos comerciales con reportajes –algunos en su propia casa- y conciertos en directo.

En definitiva, Björk se había convertido en un perfecto personaje mediático, en toda una diva, aureolada de esa pátina tan atractiva de ‘genio excéntrico’ con el resultado de que en torno a ella, tan admirada por artistas de vanguardia, actores de Hollywood y cineastas de culto, se creó una especie de snobismo que dicta que escuchar su música es signo de buen gusto y de sofisticación. Así que, con ese trasfondo, se podría decir que Björk tuvo el terreno abonado para darse a la experimentación en sus últimos discos e intentar llegar un poco más allá cada vez, en una carrera sin retorno en la que ha enfebrecido también a sus fans, ansiosos por saber con qué extravagancia saldrá Björk en su próximo disco.
 
Tras la peligrosa apuesta que supuso Medulla (2004), en la que todo el material musical estaba basado en la voz humana -algo que ya hacía Joan la Barbara hace tres décadas, aunque nunca la llamaran para inaugurar unos Juegos Olímpicos-, el lenguaje de Björk dio signos de encontrarse en una encrucijada. En Medulla, el propio hecho de utilizar la voz para sustituir a los instrumentos ya indicaba una preocupación evidente por qué hacer con la voz y con el formato de canción.

En su siguiente trabajo, la banda sonora original para la película experimental Drawing for restraint 9 (2005), de su actual pareja Matthew Barney, Björk sólo incluye cuatro temas vocales, pero resulta aún más significativo que sólo parezca volar realmente libre en las piezas instrumentales, que además están más cerca de la música contemporánea que de la música tradicional para cine. Por supuesto, este disco ha sido el menos exítoso, a años luz, en la carrera de Björk, y ha sido acogido con frialdad hasta por sus fans más incondicionales.



Hace un par de meses se editó Volta, el sexto y último trabajo de estudio de Björk. Aunque en una primera escucha puede parecer que Björk se ha vuelto loca de remate, lo cierto es que Volta supone, como su propio nombre indica, una vuelta a los primeros discos de Björk, y en especial a Post, por la rítmica implacable y el uso extensivo de la onda de diente de sierra como recurso tímbrico en los temas más ‘potentes’, como 'Earth Intruders' o 'Declare indepence' (este último cercano al hardcore), e incluso 'Innocence', que sin embargo también tiene puntos en común con temas como 'Alarm Call' (Homogenic). Uno de los temas más espectaculares, 'The dull flame of desire', tomado de un poema de Fiodor Tiutchev tal y como aparece en el filme Stalker de Andrei Tarkovski, podría ser perfectamente un tema de Dancing in the Dark, al igual que 'Pneumonia'. Y no faltan los temas de inspiración oriental tan típicos de Vespertine, como 'I see who you are' o 'Hope', esta última más africana que asiática y con la colaboración del korista de Mali Tounami Diabate. Pienso, además, que el título del disco, Volta, en una de las habituales ambigüedades de Björk, puede hacer referencia a la capital de Ghana, pues en algunos temas, en el material fotográfico de la carpetilla y en el videoclip de Earth Intruders aparecen referencias bastante claras a la imagineria africana –tal y como es concibida por un occidental, por supuesto-.


Earth Intruders - de "Volta" (2007)


Se completa el disco con un par de temas bastante extraños, 'Vertebrae by vertebrae' y 'My Juvenile', que podrían ser perfectamente cortes dejados fuera de la BSO de Drawing for restraint 9. En definitiva, podemos decir de Volta que es un disco de calidad sobresaliente, con temas arriesgados y muy bien resueltos. Sin embargo, no hay nada en él que, estrictamente hablando, no se pueda encontrar en trabajos anteriores. ¿Estará dando signos de agotamiento el fenómeno Björk?
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