Libros y Partituras
Lo que fue y pudo ser
Jorge Binaghi
Ante mi sorpresa, si bien estaban muchos que debían estar (público ‘normal’ incluido), faltaban aún más de los que se ha dado en llamar ‘animadores culturales’, y no digamos ya representantes de las instituciones musicales públicas y privadas bonaerenses. No debí sorprenderme. Lo que cuenta el libro en una eruditísima compulsa (100% de los datos, que no es algo de todos los días) de los archivos que siguen existiendo de la hoy ‘latente’ Asociación (su presidente actual y el presentador, Pablo Luis Bardin, expresaron sus esperanzas de que la actividad se reanude, aun cuando sea a niveles más modestos; el tercer orador, el autor, fue más cauto o realista y no se refirió a ese punto).
Como en otras partes, la Asociación Wagneriana nació del deseo de difundir la obra del maestro alemán (y de defenderla de ataques diversos), y en eso hubo figuras señeras -imposible dejar de señalar la gran cantidad de catalanes que participaron desde el vamos en la empresa- como la de Ernesto de la Guardia (de origen francés). Rápidamente su radio de acción se amplió a la música menos escuchada, fuera la contemporánea o la de períodos en aquellos momentos tenidos por superados, exóticos, cuando no abandonados (se habla de barroco, de Haendel y de Mozart, por ejemplo. La importancia en la difusión de la obra de Bach llegó hasta bien cercano el final).
Luego, avatares diversos de financiación (el autor asegura que las actas de las reuniones podrían muy bien ocupar otro libro), la propia situación inestable del país, culminaron en un hecho extraordinario que sin embargo parece haber dado la puntada final a las actividades de la otrora pródiga Asociación: la presentación por primera vez de la Filarmónica de Berlín dirigida por Abbado (seguida de una cancelación de conciertos de Jessye Norman que terminó de poner a la entidad contra las cuerdas). Todo se conserva, como digo, y está, pero al mismo tiempo es un recuerdo del pasado. De lo que el país quiso y se propuso hacer, de lo que no logró (no se van a examinar aquí responsabilidades: las hay para todos los gustos), y de lo que finalmente tuvo que resignar (será por eso tal vez que se prefiere decir que la actividad está ‘interrumpida’ sin fecha de reanudación; cuesta tener que aceptar el fracaso, el agotamiento de un modelo, de un público, de una forma de entender qué debe priorizar una entidad musical en una capital como Buenos Aires, hoy).
La Wagneriana es la historia de una lucha por una sala propia de conciertos, algo que aún hoy no se ha conseguido, sea para una asociación en particular o para un ente estatal o municipal. Se habla, se habla mucho, hace años que se habla, sin que se vea una traducción concreta: en este sentido, la contratapa es casi una puñalada trapera, o debería serlo si algún responsable -de los ausentes o presentes en el acto- tuviera un mínimo de conciencia histórica, que importa más que la personal.
Seguir temporada a temporada sus actividades causa, por lo menos para un lector de mi edad, cierta congoja y desazón: ver cómo las actividades disminuyen, se vuelven reiterativas en títulos y ejecutantes, sufren altibajos de calidad no siempre comprensibles (y se trata de la Asociación que patrocinó, o ayudó a hacerlo, las visitas al país de Richard Strauss, Felix Weingartner , Ottorino Respighi, Alfredo Casella, Ildebrando Pizzetti, Goffredo Petrassi, pero sobre todo la que impulsó la creación del Conservatorio Nacional bajo la dirección de Carlos López Buchardo, que casi desde el principio formó parte del grupo rector de la Wagneriana) es seguir el derrotero, no sólo en el aspecto de la cultura musical, de un país que seguramente tenía elementos para elevarse y mantenerse a gran altura, para el bien propio y el de la región y el mundo: ver como primera ilustración de los programas uno ofrecido por Claudia Muzio en 1925 es tan elocuente o más que un directo (y por lo visto, insuficiente o superfluo). Grandes artistas internacionales, pero también jóvenes argentinos talentosos y en camino de consagración, si no ya consagrados (Julián Aguirre, Juan José Castro, Ernesto Drangosch… la lista es por fuerza incompleta).
Dividido en décadas -casi cien años de actividad: mucho para un país de emprendimientos fugaces o truncos, poco en términos generales-, un resumen y apreciación general sumamente ilustrativos precede a la detallada cronología, realmente apabullante. Como se puede fácilmente apreciar, por cantidad y calidad destaca la segunda década (donde llegó alguien tan importante en el aspecto del canto, incluso en la enseñanza, como Jane Bathori): casi 90 páginas contra una media de 30 para las siguientes, en particular las últimas.
Bien se destaca la importancia de las batutas, en particular las señeras de Fritz Busch y Albert Wolff, no sólo por la calidad de la interpretación sino por la importancia de los títulos que se ofrecían, muchas veces por primera vez, al público porteño, junto a la labor pionera de Juan José Castro en el repertorio más contemporáneo (nunca se insistirá bastante en la necesidad de grandes figuras de la dirección, como lo demuestra en épocas posteriores Karl Richter con sus programas Bach, ya sea como organista o director de grandes obras sinfónico-corales, y ,en forma harto fugaz ,esa visita de Abbado).
La supresión del segundo ciclo de abono (vespertino) a partir de 1990 fue la más clara señal del ocaso que amenazaba. “Luego la crisis económica, financiera y política que sacudió al país en el año 2002 encontró a la Asociación Wagneriana sin capacidad de reacción suficiente, y con una última temporada cesó el ciclo anual de conciertos que en forma organizada había mantenido por noventa años.” (págs. 409-410).
Entre lo que sí consiguió la Wagneriana, pese a su deambular de teatro en teatro, fue la formación de un Coro de notable calidad (cuya primera directora fue Jane Bathori) y de un cuarteto (en este sentido cabe destacar la figura señera de Carlos Pessina).
En apéndice se indican, justamente, los orígenes y evoluciones de estos y otros conjuntos, los concursos y premios, y tres índices (compositores, obras e intérpretes), junto con la imprescindible bibliografía.
Todo el que eche un vistazo, o siga más pormenorizadamente, este estudio fundamental podrá extraer sus propias conclusiones sin necesidad de más indicaciones. Tal vez, sin embargo, haya que decir una sola cosa más, aparentemente sin importancia. El libro lleva una dedicatoria a alguien perfectamente desconocido para el lector. Por una suerte particular, yo he tratado mucho a la persona en cuestión, fallecida cuando el libro estaba terminándose. Lo leo, mucho más que como afectuoso recuerdo personal a una mujer ciertamente inolvidable, que también lo es, como invitación tácita a trabajar por que el público vuelva a estar formado y motivado por personas como ella en vez de por la superficialidad que hace caso de lo que dictan los medios en vez de dedicarse a escuchar -mucho y lo mejor posible, cada uno con sus limitaciones- todo lo que el mundo de la música, por encima de modas o globalizaciones, tiene para ofrecernos como incitación para ser al final de nuestras vidas algo mejores. Un papel que cumplió con mayor o menor acierto, pero dignamente, hasta donde pudo, la Wagneriana y que la ‘Didi’ de la dedicatoria llevó a cabo en su vida personal. Ejemplos de fallecidos o bellas durmientes, ¿tendrán una posibilidad de ser seguidos o, por lo menos, escuchados en tiempos de la nunca mejor llamada ‘aldea global’?
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