España - Castilla-La Mancha
Poco espacio y muchos decibelios
Carolina Queipo Gutiérrez

Lo primero de todo habría que hacer una reflexión sobre el espacio para el que fue creada la obra. Britten escribió el War Requiem en 1961, para ser interpretado por vez primera en 1962 en la Iglesia de St. Michael de la localidad inglesa de Coventry, destruida en 1940 por los bombarderos alemanes. Su espacio permitió jugar con la distribución espacial necesaria de los diferentes conjuntos vocales e instrumentales. Pero, tanto por el numerosísimo elenco de músicos de la orquesta de la RAI y del Coro Filarmónico Ruggero Maghini di Torino, como por las posibilidades espaciales del auditorio de Cuenca -a pesar de tener una de las mejores acústicas de España gracias a la labor de su arquitecto García-Paredes, un gran melómano que estaba emparentado con Manuel de Falla-, la distribución no pudo llevarse a cabo de forma completa. La orquesta yacía amontonada con el conjunto de cámara que debía haber estado totalmente separado, en otro espacio, junto a las voces solistas de los varones, que se veían encajonadas entre estas.

Fotografía © 2008 by Santiago Torralba
Y es curioso como una obra puede transformarse en casi lo opuesto cuando no se cumplen requisitos mínimos. Al Réquiem de guerra se le ha denominado como obra musical que busca la reconciliación, la declaración pública de convicciones en contra de cualquier conflicto bélico. Contrariamente a estos supuestos, el elenco de metales de la RAI declaró la guerra abierta en decibelios a las apelotonadas cuerdas, al tiempo que las percusiones actuaron sin piedad contra cuerdas y viento -más de un músico se tapaba los oídos de continuo para declarar su molestia a los compañeros-.
Frente a este extraño panorama hay que decir que el director musical Juanjo Mena hizo lo que pudo. No se si por las circunstancias en las que se vio inmerso o por la dificultad de la obra. Desde luego no pareció entenderse muy bien con la orquesta ni con el coro de adultos, no así con los solistas con los que ya había compartido en otras ocasiones escenario con la misma obra. La orquesta parecía incómoda y quiso transmitir esa apatía. No sé hasta que punto una orquesta como la RAI, máxima representante del mundo musical actual italiano, puede permitirse este tipo de reacciones.

Christopher Robertson, Agustín Prunell-Friend, Nanzy Gustafsin y Juanjo Mena
Fotografía © 2008 by Santiago Torralba
Fotografía © 2008 by Santiago Torralba
También le quedó un poco grande la obra al Coro Filarmónico Ruggero Maghini di Torino, que se expresó con continuos altibajos. En numerosas ocasiones, incluso, pareció tapar, claramente de forma involuntaria, la actuación de la soprano Nancy Gustafson quién supo defender muy bien su papel y dotó de variados matices su voz para expresar sentimientos de culpa, duelo y dolor. Es así como el brillo de la interpretación del Requiem provino fundamentalmente de los cantantes solistas, ya que el tenor Agustín Prunell-Friend y el barítono Christopher Robertson desarrollaron juntos una buena labor poniendo voz a lo poemas de Owen. Pero tampoco podemos olvidar al Coro de Voci Bianche i Piccoli Musici, formado por voces fundamentalmente de niñas, que aunque no presentó del todo la esfera celestial pretendida por Britten a causa del uso de un órgano inadecuado, contribuyó a suavizar la música originada en el campo de batalla de la escena.
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