México
Una hermosa función
Luis Gutiérrez Ruvalcaba

Como nos informa Juan Arturo Brennan en las notas del programa, por cierto más interesantes de las de las casas de ópera de Estados Unidos, Janacek escribió: “Mientras estaba componiendo Jenufa, abrevé profundamente en la melodía de la palabra hablada. Encontré un callado placer en la belleza de estas melodías habladas, en su cercanía con la vida misma y lo adecuado de su expresión. Pude ver hasta lo más profundo del alma del hombre al escuchar esta habla a través de las curvas melódicas de la palabra.” Este párrafo me dice que esta ópera debe ser interpretada por cantantes que hablen con corrección un idioma que no es de los que son hablados por un gran número de personas en el mundo. Esto implica que no hay muchos cantantes no checo-parlantes capaces de hablar el idioma correctamente.
Por fortuna, alguien en Bellas Artes tomó esto en cuenta y decidió importar cantantes checos, como Helena Kaupova que interpretó el personaje epónimo y Ales Briscin el del primo lejano Steva, guapo pero borracho, estúpido y arrogante. El otro medio hermano, Laca, tímido y también estúpido pero todo bondad interior, fue encomendado al tenor italiano Gianluca Zampieri, quien ganó el Premio Libusek de la Asociación de Prensa Checa por su Laca con la Ópera Nacional de Praga, lo que me hace sospechar que es capaz de lograr dar a la música de Janacek una correcta pronunciación y ritmo, características básicas en este drama musical. El cuarto papel principal, el de la sacristana, fue interpretado por una de las grandes divas del cuarto final del siglo pasado, Catherine Malfitano, quien siempre ha sido considerada una artista capaz de reunir una gran interpretación musical a una actuación sobresaliente.
Helena Kaupova cantó con una bella voz, aunque hubo quien dijera que pequeña. Yo la sentí de buen volumen y logró un regalarnos una de las más bellas oraciones que he oído en mi experiencia de asistencia a óperas, la ‘Salve’ del segundo acto. Briscin y Zampieri cantaron sus papeles estupendamente, contrastando sus tesituras, Briscin en la del tenor ligero y brillante y Zampieri en la del tenor dramático, o por lo menos spinto. La Malfitano se unió a grandes de la talla de Anja Silja, Josephine Barstow y otras grandes sopranos que hacen, o han hecho, del papel de Kostelnicka su gran despedida de los escenarios operísticos. Su caracterización escénica e interpretación musical le ganaron el mayor aplauso al final de la ópera.
Interpretación notable, yo diría casi óptima, fue la del director concertador Jan Chalupecky, quien hizo que tanto orquesta y coro tuvieran una actuación destacada, aunque a veces se sintiesen ciertas dificultades de equilibrio dinámico entre orquesta, enorme por cierto, y solistas.
Armando Gama como el capataz y Carla Madrid como Jano tuvieron una noche destacada, sin que esto desmerezca una buena actuación de los demás personajes secundarios.
Lo notable no solo terminó en la interpretación de música y texto. La puesta en escena de Julia Faesler fue extraordinaria, respetando cuidadosamente la acción dramática y el desarrollo musical, y hay que alabar el hecho de que lo hizo con los pocos recursos con los que habitualmente cuenta la cultura en nuestro país. Es probable que el que ella misma haya sido la escenógrafa y diseñado la iluminación, haya sido un factor que ayudó a este éxito. Ojalá Bellas Artes la invite a regresar en un futuro no lejano.
En resumen, puedo afirmar que esta noche asistí a una función de las grandes óperas de todos los tiempos, cuya producción e interpretación no desmerecerían en cualquier casa de ópera del mundo. Y esto no es una hipérbole, créanme.
P.D. Esta función logra hacerme olvidar lo que Bellas Artes nos presentó disfrazado de El barbero de Sevilla el año pasado. De agradecer es la velocidad que se imprimió a la corrección del camino equivocado. Es válido importar artistas, lo que no es válido, de perverso podría calificarse, es importar malos artistas.
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