Bélgica

Tiempo de amenaza

Jorge Binaghi
martes, 6 de mayo de 2008
Bruselas, jueves, 24 de abril de 2008. Teatro de La Monnaie. La lumière Antigone, estreno absoluto (17 de abril de 2008, sala Malibran), libreto de Henry Bachau sobre su propia obra, y música de Pierre Bartholomée. Dirección escénica y luminotecnia: Philippe Sireuil. Escenografía: Vincent Lemaire. Vestuario: Jorge Jara. Intérpretes: Mireille Delunsch (Antigone) y Natascha Petrinsky (Hannah). Orquesta de Cámara de La Monnaie. Director: Koen Kessels
8,4E-05 Hace algunos años La Monnaie encargó a Bartholomée una ópera ‘a gran escala’ sobre otra obra de Bachau, también sobre la saga tebana, Oedipe sur la route. Esta última temporada -en la que alguna parte tuvo aún Bernard Foccroulle- vuelve a insistir en lo mismo, pero en forma ‘de cámara’: quince instrumentistas y dos personajes, una hora y cuarto de duración. Que se hace larga.

Pese a que también se ofrece en el marco del Festival Ars Musica, donde la novedad musical es tal y tanta que suele espantar a buena parte del público, aquí no hay problema con la escritura o la factura. Es buena y se sigue bien. El problema es la monotonía, particularmente en la utilización de la voz humana, y sobre todo, el libreto. No sólo porque hay poco de teatral: un monólogo inicial de la protagonista ‘antigua’, un diálogo -encuentro intemporal con la artista y música que la reencarna en la actualidad, y el monólogo final de Hannah con Antigona ya desaparecida pero cantando desde los bastidores alguna palabra ‘clave’. Y sobre todo, que con tanta insistencia en las locuras del ser humano y las máquinas como nuevos dioses llegamos de la espiritualidad o esencialidad a la casi trivialización de esos temas, en sí mismos importantes.

La puesta en escena y la iluminación de Philippe Sireuil, como suele suceder con este gran director de teatro, son tantos a favor, por la sobriedad y la belleza, con una gruta -casi un cubo en diagonal- que sin embargo deja a los de la derecha sin ver nada de lo que se oye al principio durante casi un cuarto de hora.

Las dos intérpretes son buenas artistas y tratan de insuflar vida a abstracciones más que personajes. Las dos cantan con particular eficacia el repertorio ‘moderno’, sobre todo Delunsch (junto con el barroco, mientras debería dejar obras del siglo XVIII y XIX que la exceden). La soprano acusa hacia el final la fatiga de un agudo constantemente exigido y para colmo con ataques filados y trata de dar una dimensión ‘ejemplar’, ‘antigua’ de su Antigona. La mezzo, la joven moderna, actúa muy desenvuelta y canta muy bien con riqueza de medios aunque deberá hacer atención a la emisión del grave.

La orquesta toca con entusiasmo y salvo alguna vacilación ocasional, justo al final la más evidente, responde bien a las órdenes de un entusiasta Kessels. El público que llenaba la pequeña sala recibió cálidamente el espectáculo. Si esto tendrá ulterior repercusión lo dirá el futuro, pero me sorprendería.
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