Argentina
Cuando los directores deciden tomar la palabra
Carlos Singer
Comenzó Vieu haciéndose eco y compartiendo las palabras de Barenboim (a quien calificó como "admirado colega") sobre la triste situación de la sala para luego referirse a las grandes dificultades que enfrentan tanto quienes desarrollaban allí sus tareas habituales -que ahora deben llevarse a cabo en muy diversos emplazamientos- como a los cuerpos artísticos, que se ven obligados a actuar disgregados por múltiples escenarios alternativos, ninguno de los cuales ofrece las mismas comodidades y garantías artísticas.
Se refirió en particular a lo que ocurre con la Orquesta Estable -de la que él es su nuevo director titular- que no dispone de un lugar fijo y adecuado para sus ensayos, por lo que éstos se realizan en condiciones nada óptimas y cuyas presentaciones públicas tienen lugar en los más variados escenarios. Pidió finalmente un aplauso para el esfuerzo extra que por esos motivos deben soportar sus integrantes, a lo que los asistentes -puestos espontáneamente de pie- respondieron con una cerrada y larga ovación.
Ovación que, a mi entender, significó un firme apoyo a un conjunto de larga y magnífica trayectoria a la vez que un reconocimiento a su predisposición y buena voluntad más que a lo apreciado en esta velada, donde el trabajo orquestal no pasó de lo discreto. La cuerda, en especial, no parece estar en un buen momento - hubo serias desafinaciones en el 'Preludio' de Aida mientras los violonchelos tuvieron una labor aciaga en el fragmento que precede a la entrada del tenor en 'Celeste Aida' de la misma ópera, por citar solo unos ejemplos - aunque también se pudo escuchar, en Mozart, alguna desprolijidad en los clarinetes. En suma, una tarea que no condice con la tradicional jerarquía que ostentaba esta agrupación.
Vieu, en cambio, volvió a demostrar su categoría directorial, acompañando con gran justeza a las distintas voces solistas, con las que logró un ajuste y adecuación muy estimable. Trató de no sobrepasar en dinámica a los cantantes, cosa asaz dificil con la orquesta sobre el escenario –donde suena bastante más que en foso- pese a lo cual sus interpretaciones tuvieron emotividad y realce. El único fragmento que me desilusionó levemente fué la 'Obertura' de Las bodas de Fígaro mozartianas, en la que hubieran sido de agradecer mayores dosis de chispa, claridad en las texturas y liviandad.
El programa -algo diferente de lo consignado en el detalle impreso- permitió apreciar, aparte de la obertura mozartiana antes mencionada, sendas arias de Gounod (un 'Je veux vivre...' de Romeo y Julieta que Natasha Tupin abordó con excelentes medios, espiritualidad así como muy buena línea vocal) y de Puccini (cuyo 'Donna non vidi mai' de Manon Lescaut permitió al tenor Carlos Duarte exhibir su canto franco, expansivo e intenso) y dos momentos de Leoncavallo, inexplicablemente separados en ambas partes del concierto: el 'Intermezzo' orquestal y el 'Prólogo' , con el que Omar Carrión obtuvo un resonante éxito, justificado no sólo por su eficiente labor vocal sino también por la emoción y fuerza que supo imprimirle.
Todo el resto de la sesión, bastante extensa por cierto, estuvo dedicada a trozos verdianos,convirtiendo así al compositor de Roncole en figura omnipresente, con la gran escena entre Violetta Valéry y Giorgio Germont -que ocupa buena parte del acto 2º de La Traviata- como fragmento más importante. Porque aunque el programa anunciaba el dúo entre estos personajes, lo que en realidad se escuchó fue la confrontación entre ambos en su integridad, con el diálogo inicial, el aria del padre 'Pura siccome un angelo', la escena de los dos que sigue y finalmente el dilatado dúo propiamente dicho. Junto a un Luciano Garay de buen decir canoro pero algo contenido en su expresividad, Tupin mostró un accionar mucho más firme tanto interpretativo como vocal.
El otro momento verdiano de envergadura que se pudo apreciar fué la gran escena y aria de Violetta con la que concluye el acto 1º de esa misma ópera 'È strano! .... Sempre libera ... ' Aquí la labor de Natasha Tupin volvió a lucir como sumamente sólida, con buena afinación y seguridad en la emisión, incluso en los temibles re bemoles -escritos- o en el mi bemol sobreagudo final, no escrito por el autor pero habitual en las sopranos que pueden darse el lujo de poseerlo. Solo se la vio algo exigida en la coloratura, quizás a causa de la inclemente velocidad que Vieu imprimió a la parte conclusiva.
Carlos Duarte, que colaboró en el 'Sempre libera' con las breves intervenciones de Alfredo, había cantado con anterioridad 'Celeste Aida' de la ópera homónima, en la que de nuevo exhibió una voz bien timbrada y que se proyecta con facilidad.
Omar Carrión tuvo a su cargo el 'Corteggiani, vil razza...' de Rigoletto que le permitió lucir fuerza interpretativa -con una importante componente dramática- sin descuidar una correcta línea de canto que nunca se quebró. Su entrega y tesón le proporcionaron otro considerable éxito.
Luciano Garay, por su parte, encaró otra aria de La Traviata, en este caso 'Di Provenza il mar, il sol' con buen nivel vocal y adecuada dosificación del fiato pero algo parca de elocuencia. Por debajo me pareció la versión que el mismo Garay hizo de la noble aria de Rodrigo, Marqués de Posa 'Per me giunto è il di supremo' del Don Carlo, de nuevo corta en la faz expresiva pero además con problemas de afinación, incluida una nota final muy calante.
De esta misma ópera se pudo disfrutar otro fragmento, el gran dúo entre el mencionado Rodrigo y Don Carlo -en que se juran mutuamente eterna amistad- finamente vertido por Carrión y Duarte y con un excelente soporte orquestal.
Para finalizar Vieu recurrió al consabido 'Brindis' de La Traviata, para el que contó con la eficiencia vocal de Duarte y Tupin mientras, a falta de coro, pedía -con muy escaso éxito- la colaboración del público asistente.
Luego de los saludos formales, para los que acudieron a escena todos los cantantes, y la breve alocución del director arriba detallada, éste acometió de nuevo -tras requerir una vez más la cooperación del respetable- el 'Brindis', en el que el maestro se dedicó alternativamente a dirigir a los artistas y al público, instruyéndo a este último con gesto claro y divertidos guiños sobre la forma de acompañar con sus palmas el ritmo del vals. Un alegre final para una agradable velada.
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