España - Cantabria
Festival de SantanderFinlandia en forma
Roberto Blanco
Que el programa estuviera dedicado en su mayor parte a Sibelius y en particular a sus piezas más conocidas o características, no supone precisamente una sorpresa, tratándose de una orquesta de Finlandia. No obstante lo cual hay que decir que la OSRF cumplió con creces las expectativas en ella depositadas. Las composiciones de su compatriota sonaron vívidas y plenas de matices, estando además las distintas secciones de la orquesta muy bien compenetradas.
La entusiasta y firme batuta de Sakari Oramo supo imprimir energía y delicadeza al tiempo a la interpretación de unas obras que es evidente que conoce en toda su extensión, subrayando los múltiples planos y todo el colorido de la amplísima paleta del compositor finés. Elegante y vivaz resultó el Vals Triste, y solemne y enfática la Finlandia, pero especialmente brillante resultó la lectura de la Sinfonía nº 1, que extrajo de la partitura expresividad, lirismo y articulación.
La primera parte de la noche estaba orientada al lucimiento de la también finlandesa soprano Karita Mattila, en cuya intervención hubo sus luces y sus sombras. Tras la Obertura de La Casa de los Muertos, ejecutada con intenso misterio y sutileza por la OSRF, Mattila acometió la conmovedora Oración de Jenufa con su característica voz: densa, carnosa y de recursos más que suficientes. A la gran calidad de su instrumento, especialmente adecuada para el registro del personaje de Janacek, se añadió el extraordinario -tal vez excesivo- esfuerzo interpretativo; de semejante conjunción brotó una Oración en verdad estremecedora y que consiguió atrapar al público, a pesar de la innegable dificultad que supone motivarse en frío y de repente ante un aria sacada de contexto. Menos convincente, a pesar de su exagerada gestualidad y lacrimeo, resultó su Tatiana del Oneguin, más pródiga en exhibición vocal que en lograda sinceridad dramática.
Lo mejor o lo peor de la noche, según se mire, llegó a continuación, cuando en respuesta a los aplausos enardecidos del respetable, la diva -desprovista de zapatos- dedicó al auditorio, en macarrónico español, el bolero Júrame, de María Grever, en una interpretación un tanto destemplada, rematando la faena ¡con gimnástica apertura de piernas! En suma: un concierto de los que no se olvidan, en el que todos demostraron estar en buena forma.
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