Argentina
De menor a mayor
Carlos Singer (fallecido en 2025)

El 'Adagio sostenuto' que abre la Sonata Claro de Luna fue encarado por Wunder con un sonido de exquisita levedad (muy en consonancia con el “delicadisimamente” que pide el autor) unido a un legato muy consistente; la línea melódica estuvo bien cantada mientras el discurso era llevado una pizca más rápido de lo habitual, dejando de lado cualquier atisbo de languidez. El 'Allegretto' que le sigue es de una pasmosa simplicidad, pero el pianista austriaco se empeñó en añadirle rubati y manierismos que no me parecieron apropiados. El 'Presto agitato' conclusivo permitió ya un primer atisbo de su destreza mecánica y tuvo un enfoque en general adecuado, pero también ofreció algún detalle negativo, como el tremendo contraste dinámico entre los arpegios iniciales y los acordes con que estos finalizan -marcados por el compositor como un simple sforzando en un diseño en piano y no como grandes eclosiones sonoras. En suma, un trabajo valioso pero con altibajos.
Las tres Mazurcas de Chopin -escogidas de diferentes opus- fueron a mi juicio el momento menos interesante del recital, porque el pianista -quizás desconcertado por su relativa sencillez- volvió a caer, como antes en el 'Allegretto' beethoveniano, en el error -para mi- de agregarles rasgos personales que no les cuadran: acentos insólitos, marcados rubati o un fraseo nada convencional.
Todo volvió a su cauce correcto con una sentida y muy adecuada traducción del célebre Preludio en Re Bemol Mayor, conocido como ‘Gota de Agua’.
En el Andante Spianato y Gran Polonesa, que cerraba la serie de páginas dedicada a Chopin, ya comenzamos a encontrar al mejor Wunder. Tras la primera sección, expuesta con elegancia, la Polonesa le permitió lucir su poderoso mecanismo, toque profundo y gran amplitud sonora, superando con holgura los cada vez más complicados escollos de la partitura, llevada a un tiempo bien vivo.
Pero lo mejor estaba reservado para la segunda parte del recital, donde pudimos escuchar dos compositores con los que el artista parece identificarse de maravillas y en los que logró realmente dejar una honda impresión en la audiencia.
De los 24 Preludios de Rachmaninov, Wunder acometió tres, en Sol Mayor, sol sostenido menor y sol menor respectivamente. Una amplia melodía con el acompañamiento de un diseño arpegiado en forma de ostinato es la base de los dos primeros, invirtiéndose entre ambos lo adjudicado a cada mano. Ejecuciones muy consistentes y atractivas, que preludiaron –valga la redundancia- la imponente versión del Preludio Op. 23 Nº 5 que nos tenía preparada Ingolf: pocas veces es dable asistir a juegos de octavas o sucesiones de acordes resueltos con tal facilidad, soltura, precisión y garra -contrapesada con el lirismo exhibido en la sección central- conformando un trabajo admirable.
Liszt era el compositor que el pianista austriaco había escogido para completar su presentación en nuestro medio, una elección que, a juzgar por lo escuchado en esta velada, se nos hace sumamente adecuada.
Primero abordó Wunder dos páginas de Italia, el segundo de los Años de Peregrinaje: 'Sposalizio' y el 'Sonetto 104 del Petrarca', ambas ofrecidas con idénticas muestras de refinado virtuosismo pero también con elocuencia y hondura en sus abundantes pasajes líricos. Luego llegó el turno de 'Funerales' (de las Armonías Poéticas y Religiosas), donde a todos los rasgos ya mencionados podemos añadir el deslumbrante impacto sonoro logrado por el pianista gracias a la profundidad y pujanza de su mecanismo.
Para culminar su actuación, el intérprete nos ofreció una lectura tan espectacular como certera de una obra acaso demasiado escuchada, aunque justo es reconocer que pocas veces se la puede apreciar tocada de manera tan perfecta y brillante: la Rapsodia Húngara Nº 2. Aquí Wunder tuvo oportunidad de desplegar todo su vasto arsenal de recursos técnicos, puestos al servicio de una traducción altamente impactante a la vez que muy efectiva, en la que -hacia el final- introdujo una cadencia propia. Dentro de esa versión deslumbrante, cabe destacar la fuerza y el gran volumen de sonido con los que expuso las reiteradas sucesiones de octavas, tocadas de forma espléndida.
El público lo ovacionó largamente, a lo que Wunder respondió con tres obras, en las que mantuvo el altísimo nivel alcanzado en esta segunda parte de su recital: la simpática Polca de Rachmaninov, una complicadísima paráfrasis sobre la Marcha Turca de la Sonata en La K. 331 de Mozart -creación del propio pianista sobre una idea de su colega ruso Arcadi Volodos- y 'Etincelles', una eterea y virtuosística miniatura, la sexta de las Ocho Piezas Características op. 36 de Moritz Moszkowski, una página que muchas veces utilizó como extra otro grande del teclado -Vladimir Horowitz- un nombre que a uno le viene de inmediato a la mente cuando escucha a este nuevo y sorprendente talento del teclado: Ingolf Wunder.
Comentarios