España - Galicia
Cuando la orquesta es el teatro
Alfredo López-Vivié Palencia

Y no salí defraudado. Porque, a fin de cuentas, de lo que se trata de es de que la presencia de la orquesta en el escenario llegue a transformarse en puro teatro. Y así fue. Tal como ocurrió con la primera entrega del Anillo -y a pesar de que, como entonces, la de esta noche era la primera vez que hacían juntos la obra-, Víctor Pablo y la Sinfónica de Galicia se presentaron con los deberes preparados a fondo. Es decir, habían empollado con gran aprovechamiento tanto las notas de la partitura como sus indicaciones escénicas.
Siendo así que ni lo uno ni lo otro es fácil, porque el nivel de exigencia que Wagner dispone para la orquesta nibelunga es tan elevado como el previsto para los cantantes. Pero, de nuevo, los sinfónicos tocaron como dioses, con la cuerda empastada de la manera más elegante posible, con una madera precisa y dulcísima, un metal que, un par de pifias aparte (por ejemplo, en la primera llamada de Hunding en las tubas), supo atender a las órdenes de contención (incluído el enorme Alpenhorn para el duelo del segundo acto), y una percusión limpia que nunca fue avasalladora (mención de honor aquí para José A. Trigueros, finísimo timbalero).
Además, la cosa teatral estuvo casi siempre a la altura. Víctor Pablo acertó plenamente en el primer acto: la Sinfónica de Galicia no puede, por las características de su cuerda, dar una tormenta rugiente, pero sí puede -y lo hizo- hacer sonar a su maravillosa sección de violonchelos -con David Etheve al mando- de forma tal que los colores, los olores y las sensaciones del ambiente nocturno estén continuamente presentes; y además, Pablo no cometió el tan habitual error de acelerar la conclusión. El segundo acto no salió tan bien, porque al arranque trepidante y al buen ritmo en la escena de Fricka siguió un monólogo bastante plano y una anunciación de la muerte casi desprovista de drama.
En el tercero, me temía -y por ello me resultó más fácil sentirme condescendiente- que Pablo haría de las suyas con la cabalgata, que sonó como una brigada de apisonadoras. No obstante, a lo largo del dúo entre Wotan y Brunilda fue poco a poco acumulando tensión, de modo que podía razonablemente esperar unos adioses como Dios manda (esto es, como Wotan manda). Pero no, o no del todo, porque Pablo volvió a encantarse a sí mismo en los interludios del abrazo y del sueño, con la consiguiente y perniciosa (y en este punto, irremediable) pérdida de continuidad en el discurso dramático.
Del lado canoro, todos bien, algunos muy bien, y un par mejor aún. Lo cual, en Wagner y en 2008, no es ninguna tontería, empezando por el pelotón de walkirias, que formaron un conjunto que sería la envidia de cualquier teatro. En cuanto a los solistas, John Treleaven es de esos tenores que nunca han sido Helden pero que, con los años y el oscurecimiento de la voz, se han atrevido con estas cosas: el resultado es que en las escenas íntimas queda bien, pero en las de tesitura exigente sufre y hace sufrir. Elena Zaremba es el típico ejemplo de miscasting: esa voz de caudal tan generoso como su tambaleante vibrato, tan eslavo, con el consabido y grave problema de dicción, hacen de ella una cantante estupenda, pero no para cantar Fricka, por muy bien que actúe.
Un peldaño más arriba, Attila Jun -Fasolt el año pasado- tiene instrumento de sobra y color adecuado para hacer un Hunding convincente de carácter y tronante cuando su parte lo requiere. En cambio, tal vez porque tire más a barítono que a bajo (y tal vez porque apenas despegaba los ojos de la partitura), a Juha Uusitalo le falta algo de carácter para hacer creer que es quien manda, si bien su voz es noble y tiene medios bastantes para llegar al final sin extenuarse: tampoco él me gustó en el trascendental monólogo del segundo acto, de interpretación un tanto funcionarial, pero en el tercero su énfasis de padre sí fue creíble.
Jennifer Wilson dio sus ‘Hojotoho!’ de entrada con arrojo, mostrando un instrumento más que suficiente para su terrible parte; y aunque, de nuevo, en la escena con Siegmund pareció un tanto frenada, su dúo con Wotan fue de lo mejor de la noche: ahí estuvo una actriz de ley (ella fue la única que cantó sin papeles), y una cantante que las da todas y conoce el significado de lo que dice. Por fin, Anja Kampe fue, para mí, la sorpresa de la noche: su voz bellísima y poderosa, su fraseo revelador de una educación a gran altura, y su saber estar hicieron de ella una Sieglinde tan inolvidable como su ‘O hehrstes Wunder!’
También como el año pasado, lamento reportar que la traducción del texto en los sobretítulos dejó bastante que desear: por ejemplo, una cosa es que el traductor se sienta perezoso y traslade literalmente ‘Sieh’ mir in’s Auge’ por ‘Mírame al ojo’ (quizás le traicionó la imagen de Wotan, pero ni cuela eso en castellano, ni Fricka -al menos hasta ese momento- se ha vuelto tuerta); y otra muy distinta es decir justo lo contrario de lo que está escrito, verbigracia cuando se leyó que Brunilda le advierte a Siegmund ‘Tú no me seguirás’.
Como también lamento el comportamiento de cierta parte del público, más numerosa de lo habitual. Ya sé que Wagner es muy pesado y que este año la gripe viene guerrera, pero el cúmulo de toses de esta noche -e incluso algunos aclarados de garganta, que no es lo mismo y además suenan más fuerte-, por no hablar de los comentarios en voz alta aprovechando la entrada de las walkirias, llegó a extremos de mala educación: si Uusitalo aguantó estoicamente la lluvia de estertores pulmonares que le cayó mientras susurraba el comienzo de su monólogo, sólo pudo deberse a la tradicional paciencia finlandesa. Empieza a ser hora de llevar a alguno/alguna a pasar una noche en la prevención y, en caso de reincidencia, de confiscarle su abono.
Cierto es también que los aficionados de Coruña adoran a sus músicos y siempre les premian con generosidad; y esta noche los aplausos sonaron con mayor motivo, porque la hazaña nibelunga así lo requería. De modo que... a por Siegfried.
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