España - Galicia
Espontaneidad mediterránea, o divertir divirtiéndose
Hugo Alvarez Domínguez

La voz de Custer, redonda, homogénea, cremosa y bien timbrada, se adaptó como anillo al dedo a las cinco canciones de Mario Castelnuovo-Tedesco que abrieron la velada: fueron un prodigio de delicadeza canora, especialmente Sera y L'infinito con una dicción de una claridad impoluta, gran sentido dramático del texto y sumo cuidado en el uso de los reguladores.
Continuó con su versión de las Cinco canciones negras de Montsalvatge -una obra que últimamente en Galicia se está escuchando mucho y en versiones bien diferenciadas, todas ellas con algo que las hace interesantes-, en un acercamiento que, aunque bien cantado -en este sentido agradó sobremanera la adecuada intimidad de la ‘Canción de cuna para dormir a un negrito’ - pecó de extrañamente folclorista en el enfoque: sus bailes y taconeos se veían más cercanos al andalucismo que a la tradición cubana a la que están ligadas estas canciones. Dentro de este enfoque algo rupturista, fue como mínimo curiosa la gran intensidad imprimida a ‘Canto negro’, haciendo peligrar conscientemente la calidad del sonido hasta sus últimas consecuencias.
La segunda parte estuvo consagrada al musical de Broadway y llevó al delirio al público. La única manera de cantar musical y cantarlo bien es hacerlo sin complejos. Cualquier enfoque excesivamente serio, excesivamente operístico -y hay muchos cantantes líricos de renombre incapaces de afrontarlo de otra manera- lleva al barco al naufragio. Para cantar musical hay que divertir divirtiéndose, y sacrificar el sonido por la intención si es necesario. Todo esto y mucho más hubo en los tres medleys que nos propuso Custer: sacó a relucir la soberbia cantante-actriz que lleva dentro, aportando el sentido exacto a cada verso, a cada palabra y a cada situación, jugando con su voz todo lo necesario, diferenciando personajes y climas con pasmosa y divertida facilidad en cuestión de segundos mientras las canciones se sucedían; en definitiva, dejándose llevar, que es al fin y al cabo la mejor manera de abordar este repertorio. Así, en Carousel hizo justicia al título, pasando de la apasionada sinceridad de ‘If I loved you’, al desenfadado vitalismo de ‘June is bustin' out all over’ -de una energía absolutamente contagiosa- o a la solemne emoción progresiva del célebre ‘You'll never walk alone’. Tras revisar la genial partitura de Rodgers & Oscar Hammerstein II vino a continuación un repaso a las obras que Richard Rodgers produjo junto a su libretista habitual anterior, Lorenz Hart, con quien formó un tándem quizá menos famoso pero igualmente fructífero. Custer se paseó sin miedo por unas partituras llenas de swing -espectacular en Isn't it romantic? y sobre todo en una descarada versión de To keep my love alive-que cantó sentada en la escalera de acceso al escenario, en pleno contacto con el público- para emocionar al mismo tiempo con My funny Valentine -y no es fácil personalizar un tema que han versionado Frank Sinatra, Barbara Streisand, Michael Bublé o Ella Fitzgerald, por citar solo unos pocos- y You're nearer.
Párrafo aparte para la selección de Sweeney Todd. Siendo el musical de Sondheim el más rabiosamente teatral de cuantos se habían tratado hasta el momento, y consciente de las dotes actorales de nuestra solista, me imaginaba que era aquí donde podía hacer algo verdaderamente grande. Y no defraudó, pues fue una versión donde todo se llevó al límite: ya desde la adecuadamente agresiva y punzante 'Ballad of Sweeney Todd', pasando por unas cómicamente delirantes 'By the sea' y 'The worst pies in London' -como la arpía Mrs. Lovelett-, un cínico, embaucador y envolvente 'Pretty Women' o los sinceras y hermosas 'Johanna' y 'Not while I'm around', la capacidad de transformismo de la voz y la expresión de la Custer fue extrema y acertadísima, como para engatusar a cualquiera.
El despliegue de medios de Custer, en un tour de force más allá del canto de esos que quien suscribe no veía hace tiempo, fue recompensado con una salva de ovaciones espontáneas que prolongaron el concierto mucho más allá. Del barbero de Fleet Street pasamos con el primer bis al Barbero de Sevilla rossiniano, con 'Una voce poco fa' ornamentadísima -imposible superar esas variaciones por gusto y dificultad-, y rebosante de sal y pimienta, para continuar, ya en plena conversación con el respetable -en una muestra más de esa espontaneidad que se había venido viendo durante toda la noche- tras la consabida felicitación navideña, con el popular Have yourself a Merry Little Christmas -un detalle de exquisito gusto muy acorde con la tónica general de la segunda parte-, su hermoso acercamiento al Fado de Ernesto Halffter a modo de vocalise y la repetición de dos números de Carousel, hasta cerrar entre ovaciones una velada en la que Rubén Fernández Aguirre fue un dócil acompañante en casi todo momento. Fue un concierto sin complejos, variopinto, y muy divertido, pero ante todo un concierto de algo que va más allá de una soberbia cantante, una soberbia artista que solo cabe desear que vuelva por tierras gallegas tan pronto como sea posible.
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