Países Bajos

Pompa y circunstancia

Jorge Binaghi
martes, 27 de enero de 2009
Amsterdam, domingo, 18 de enero de 2009. Het Muziektheater. De Nederlandse Opera. Ercole amante (París, 7 de febrero de 1662, Théâtre de la Cour), libreto de Francesco Buti, música de F. Cavalli (y de J.B. Lully para los ballets). Puesta en escena: David Alden. Escenografía: Paul Steinberg. Vestuario: Constance Hoffman. Iluminación: Adam Silverman. Coreografía: Jonathan Lunn. Intérpretes: Luca Pisaroni (Ercole), Anna Maria Panzarella (Deianira), Jeremy Ovenden (Hyllo), Veronica Cangemi (Iole), Marlin Miller (Licco), Anna Bonitatibus (Giunone), Umberto Chiummo (Nettuno/Tevere/Ombra di Eutiro), Wilke te Brummelstroete (La Bellezza/Venere), Johannette Zomer (Cinzia/Pasitea/Ombra di Clerica), Mark Tucker (Mercurio/Ombra di Laomedonte) y Tim Mead (Paggio/Ombra di Bussiride). Concerto Köln y coro de la Opera de los Países Bajos (maestros de coro: Timothy Brown/ Martin Wright). Dirección de orquesta: Ivor Bolton
0,0004851 El barroco sigue viento en popa. Aquí se ha hecho un esfuerzo enorme y de buenos resultados para ‘recuperar’ otro título de la época. Si tengo un problema, es que a mí Cavalli nunca me ha parecido una primera espada. Próximamente volveré a ver en Bruselas La Calisto en la magistral versión de Wernicke (uno de sus, para mí pocos, aciertos) pero de la que recuerdo: a) que Jacobs acudió a otros autores como Merula; b) que la dirigió de un modo vitalísimo; c) que cuando se repuso por primera vez sin, por ejemplo, Keenlyside, me pareció ya menos fantástica.

Quiero decir que aquí depende mucho todo de la versión, de la presentación porque la música tiene sus languideces, el libreto no es nada del otro mundo y resulta más bien pobre (seguramente, víctima de las típicas ‘obras de circunstancia’ como es el caso aquí para las nupcias del futuro Rey Sol con la infanta española María Teresa, es de los más esquemáticos y ‘tipificados’ de la época) con un prólogo convencional y, pese a los esfuerzos de la puesta en escena, absolutamente perimido (y musicalmente nada extraordinario).

Como se ha usado la edición reciente, integral, de Alvaro Torrente, se han incluido también los ballets escritos -junto con un largo recitativo de ‘Venus’- por Lully. Nada que decir de la música tampoco, pero la acción no hace más que languidecer aunque fuera uso y costumbre de la época (sin embargo, en una ópera francesa de la época el ballet o las entrées se ensamblan con más ‘naturalidad’, si es posible hablar de ella en una obra del barroco). Ya sé que digo una herejía, pero empiezo a entender el porqué de algunas tijeras en la historia del género lírico. Los personajes cómicos (el paggio o, en la medida inquietante en que pueda serlo, ‘Licco’) no acaban de verse definidos y en general falta un trazo decidido de los diversos protagonistas.



Momento de la representación
© 2009 by De Nederlandse Opera


No es de extrañar entonces que la escena de mayor impacto dramático (y probablemente musical) sea la conjura de los muertos por Hércules para vengarse de él, que fue un momento sobrecogedor. La obra dura tres horas y cuarto sin contar el intervalo. Es cierto que Monteverdi y Haendel pueden superar la duración (para no comparar con Wagner, que la supera, pero está en otro período) y pocas veces tiene uno la cabeza para averiguar qué hora es (yo me encontré tres veces mirando el reloj, y no se me escapaba el tren).

Probablemente haya que imputar algo de esto a la dirección de Bolton. Aclamado y reconocido en particular en este territorio y en su asociación muniquesa con Alden, me parece un buen maestro pero parco, reservado, y eso, por más que el conjunto orquestal sea óptimo y uno de los grandes especialistas, se contagia. Faltó vida. Y el contraste con el intento -a veces forzado- del montaje de hacerlo todo muy colorido, vital, movido y ‘divertido’ (a veces contra toda lógica, para no hablar de minucias como la música y el libreto) fue mayor.

Desde ese punto de vista, la producción de Alden (con sus características ya por todos conocidas) fue de las mejores, con las objeciones apuntadas. Resultó un golpe maestro hacer que el protagonista sea en realidad Luis XIV que se disfraza de Hércules (con unos pectorales, brazos, piernas y coturnos propios de un Schwarzenegger o de una tira cómica, más una peluca muy drag) y su nueva utilización en el ‘final feliz’. Todo fue una fiesta de color y para los ojos (nada que objetar a las magníficas luces, el vestuario suntuoso y los decorados funcionales), aunque sometido al logro del ‘efecto’ constante, más o menos a cuento (por ejemplo, ¿desde cuándo la diosa Juno, precisamente la más pesada de todos los dioses con sus rencores y venganzas por las infidelidades de su esposa, se presenta con andares de odalisca de film norteamericano de los años cuarenta del pasado siglo?). Nos reímos y asombramos: como todo barroco que se precie debe. Todo es muy sofisticado y entre exquisito y kitsch….y en los momentos de ‘Deianira’ o de ‘Iole’ junto con ‘Hyllo’ o su padre, bastante superficial.

El coro del teatro (con dos maestros preparadores, ahí es nada) cantó y se movió como verdaderos grandes artistas y la coreografía fue estupenda y nada grotesca (cosa que se agradece).



Panzarella y Miller
© 2009 by De Nederlandse Opera

Entre los solistas, de un nivel bastante parejo al menos para los primeros roles, habrá que empezar por Luca Pisaroni. El joven bajobarítono italiano está en un momento espléndido, se divirtió claramente mucho con su personaje, y logró disimular la insistencia en el grave de la parte, que no es aquello que naturalmente posee más en cantidad o calidad. Anna Bonitatibus hizo de ‘Juno’ un elemento de interés constante por su armonioso canto, ideal para este tipo de óperas, y su figura verdaderamente agraciada. ‘Deianira’, aquí mucho menos ‘destacada’ que, por ejemplo, en el Hercules de Haendel, en cuanto a caracterización, tuvo la suerte de contar con los medios vocales y la alta escuela de Anna Maria Panzarella. Por fortuna, su confidente ‘Licco’ estuvo en las cuerdas vocales y la figura desenvuelta de Marlin Miller, un tenor seguramente notable desde su interpretación del espíritu maligno en The turn of the screw en Bruselas. Veronica Cangemi vuelve al terreno que le dio justa fama. Sigue siendo un valor seguro, un dechado de estilo y musicalidad, la técnica es siempre buena, pero el timbre no tiene ya la pureza y transparencia cristalina de una vez. Una mínima reserva que se convierte en cambio en la principal objeción cuando se llega a la voz descolorida y ya algo fatigada de Wilke te Brummelstroete, tanto en su ‘Venus’ como en su ‘Belleza’, dos partes breves pero importantes que, hay que reconocerlo, interpretó muy bien en cuanto a la gestualidad. Buena fue la sorpresa de la local Johannette Zomer en tres partes, de las cuales la más señalada fue ‘Pasitea’, esposa del ‘Sueño’, que fue caracterizado como un vejestorio adormecido, casi cadavérico, que dio lugar a una de las escenas más hilarantes (y con sentido) de la obra. No puede decirse que Umberto Chiummo estuviese en su mejor voz, aunque es un cantante que conoce las reglas y las aplica bien (probablemente lo mejor haya sido, como canto, su ‘Sombra de Eutiro’, aunque en todo estuvo suficiente y excelente comediante). Tim Mead es un joven contratenor simpático y magnífico actor y canta bien, pero su voz es de las más desagradables que haya encontrado últimamente en esa rúbrica, particularmente en sus destemplados agudos. Lo poco que tuvo que hacer Mark Tucker (aparte de llevar, entre otros, un traje de ‘Mercurio’ verdaderamente fantástico -y lo llevó muy bien) lo hizo bien.

El numerosísimo público de todas las edades salió muy satisfecho. Sería buena cosa que se realizara un DVD para mayor conocimiento de la obra, ya que estoy seguro de que, salvo en algún teatro del norte o centro de Europa, tardará bastante en volver a darse la posibilidad de verla.
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