España - Valencia
No cantes más La Africana
Rafael Díaz Gómez

En primer lugar por los méritos de la propia obra. Si atendemos sólo al texto, éste sigue conservando su gracia. Y además, ahora que en Valencia la ópera está de moda (aunque quizá ya no tanto), el argumento de El dúo, bien que decimonónico, no deja de ser un juego metaoperístico (perdón por el palabro) que de alguna forma sintoniza con esta actividad artística de reciente reimplantación entre nosotros, aportando una visión lúdica y caricaturesca (y no muy alejada de la realidad de su tiempo) del género que es sana porque descongestiona. Por cierto, ¡cómo sacaría punta a las desgracias y desmesuras de Les Arts o a las pretensiones y posibilidades de los teatros y auditorios municipales el ingenio de aquellos libretistas del género chico!
En segundo, porque los personajes, tanto los solistas como el coro, se mostraron muy convincentes sobre el escenario. El Querubini de Manel Esteve (pocos días antes General en El rey) fue omnipresente, derrochador de gracia y de buen hacer como actor. En la escena de las audiciones él mismo se presentó (así aseguraba un barítono gratuito para su compañía) para cantar con suficiente dominio bufo el aria de Campanone en el que se mencionan los diferentes instrumentos de la orquesta. También estuvo acertado en su dúo con Guillermo Orozco, el tenor que ya fue Giusseppini en el CD y en el DVD que recogen la producción de esta obra en el Teatro Real de Madrid en 2004. Orozco se mostró muy cómodo en su papel, vocalmente muy entero y sólido, haciendo gala de un volumen lleno y una proyección fácil, sin descuidar detalles de expresividad. En cambio, por la razón que fuera, María José Martos anduvo un poco más justita, aunque no se le puede discutir la elegancia de su fraseo tan sugerente y comunicativo. Por su parte, la Amina de Sandra Mínguez tuvo el punto acertado de locura y corta exuberancia canora.
Mención aparte merecen los cameos de Javier Galán e Ignacio Giner, quienes respectivamente presentaron su candidatura a la compañía con la Romanza de Vidal del segundo acto de Luisa Fernanda y la jota de El trust de los tenorios. Ambos lograron sobradamente el ingreso, tanto por decisión de Querubini como por el cálido aplauso del público. De todas formas, quien más cariño cosechó fue el jovencísimo Javier Sala Pla, que demostró tener un futuro más que prometedor no ya específicamente como trompetista (fue el tercero en hacer méritos para incorporarse, en su caso tocando la trompeta), sino como músico en general.
El coro, ya como protagonista, ya como comentarista, se manejó con soltura y empaste, mientras que la orquesta, cercana a su noveno cumpleaños, comandada por un acertado José Fabra, fue el colchón maleable y picante, bailable y chispeante que requiere el género.
La escenografía aprovechó el telón pintado a mano en 1940 por el taller que a la muerte de Francisco Pastor Arcís (Valencia, 1883-1937) dirigió su viuda. Al parecer se conservan buena parte de los numerosos trabajos que salieron de ese taller para abastecer una porción importante de los muchos estrenos teatrales valencianos de las primeras décadas del siglo pasado.
Época ésta en la que se localizó una acción movida con habilidad por Vicente Blai. Como el espectáculo fue muy profesional, es de lamentar que la sala mostrara butacas vacías. Los que allí estuvimos disfrutamos sin tener la sensación de que nos las veíamos con una ajada reliquia. Y, por supuesto, salimos con el “No cantes más La Africana” pegadito en los labios.
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