España - Andalucía
Fastuoso espacio sonoro
José-Luis López López

En el Teatro Central tienen lugar actuaciones prácticamente diarias durante todo el año (con excepción del mes de agosto, por motivos vacacionales y caniculares): entre ellas, la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía patrocina este Ciclo de Contemporánea, espaciado entre el presente acontecimiento inaugural del 27 (repetido el 28) de febrero, y el concierto de clausura, el 10 de junio, en el que tendremos ocasión de disfrutar los amantes de la música de hoy (demasiado pocos, para mi gusto, como ocurre en casi todos los Ciclos o Festivales de creación musical de nuestros días celebrados en España, sin quedar excluidos los territorios que cierto número de personas prefieren denominar del ‘Estado Español’) de intérpretes como los de esta ocasión, Champ D'action, Meta4 String Quartet, Philipp Jeck (música electrónica), J. C. Garvayo-J. Guillem-G. Jiménez (en un homenaje a Stockhausen), Taller Sonoro, Klangforum Wien, Solistas de Sevilla y Pilar Jurado; con obras de K. Saariaho, P. Niblock, L. Vierk, C. Baroni, B. Ferneyhough, K. Penderecki, K. Hakola, J. Álvarez, J.M. López López, E. Mendoza, P. Criton, B. Ferrer, H.-P. Kyburz, C. Camarero, F. Donatoni, J.M. Sánchez Verdú, A. Aracil, P. Jurado, M. A. Gris...
La Universidad de Sevilla colabora con una interesante actividad complementaria: el Curso de Estética y Apreciación de la Música Contemporánea, coordinado por la musicóloga Eva Laínsa e impartido durante tres horas cada día de concierto (clases fundamentales, conferencias, presentaciones de los conciertos y sesiones prácticas) por compositores, intérpretes, musicólogos y especialistas en diversos aspectos de la música y la cultura del siglo XX.
En esta primera actuación, repetida el día siguiente (estaba previsto, como así fue, que se producirían dos llenos absolutos, por la combinación de danza y de música contemporáneas de primer nivel) se produjo la conjunción de la Compañía de Michèle Noiret (Bruselas, 1960), coreógrafa de prestigio europeo, que entró en 1976 en la Escuela Mudra de Maurice Béjart, dedicada al ballet contemporáneo, que alcanzó relieve mundial; del compositor François Paris (Valenciennes, 1961), discípulo de Ivo Malec, Betsy Jolas y Gérard Grisey; y de Les Percussions de Strasbourg, el primero de todos los ensembles de percusión, creado en 1962 por seis músicos, que se han ido renovando de modo gradual y coherente a lo largo de los 47 años de vida del conjunto, manteniendo e incrementando su calidad. Con estos ‘mimbres’ (no olvidemos las tres creaciones de M. Noiret para Donnerstag aus Licht, la gigantesca heptalogía de Stockhausen, o su condición actual de artista asociada al Théàtre National de Belgique; ni los premios obtenidos por F. Paris en los concursos de Besançon o Villa Médicis extramuros, o su condición de Director del CIRM y del Festival MANCA de Niza; o la excepcional fama internacional de Les Percussions...), se nos ofreció un espectáculo fascinante (en el que es obligado no olvidar al escenógrafo Alain Lagarde, autor del mágico escenario, ni la prodigiosa iluminación de Xavier Lauwers): ochenta y cinco minutos ininterrumpidos en los que alternan la delicadeza y la brutalidad: una música envolvente y obsesiva, un ambiente cinematográfico...

Michèle Noiret, “coreógrafa de la poesía y el espacio”, honra a Sevilla constantemente, eligiendo el Teatro Central, del que está “enamorada” para los estrenos españoles de sus obras (la premiére de Les Arpenteurs fue en Lyon en 2007). En esta obra, protagonizada desde su gestación por ella y su compañía, por François Paris, y por estos inconmensurables percusionistas (entre ellos una mujer, Keiko Nakamura), nos plantea un dilema no resuelto de principio a fin: ¿qué es esto: música o danza? Hasta los percusionistas ayudan a este doble juego, participando al principio en el papel de bailarines, mientras suena música grabada.
Una especie de Gesamtkunstwerk de nuestros días, aunque de espíritu nada wagneriano (más bien post-debussyano o espectralista) en el que los siete danzantes (una vez retirados los músicos a lo largo de los dos espacios laterales -los ‘hombros’-, abarrotados de instrumentos de percusión) en el centro de la escena se mueven como torbellinos, con interminables contactos, a veces violentos, otras eróticos, en los que movimientos atléticos y suaves deslizamientos se enredan, con una rara facilidad y una energía y elasticidad inagotables.
Pero (ese es el enigma) la danza es solo una parte de la atención del espectador, solicitada igualmente por la poderosa presencia sonora de F. Paris a través de los percusionistas. Y aún eso no es todo: la escenografía, soberbia y misteriosa, con altos bloques paralelepípedos como rascacielos, ascensores o monumentos megalíticos, cabinas, jaulas, todos móviles y cambiantes, hasta dar paso entre ellos a un espacio interior simbolizado por un loco y sensualmente poblado sofá, escenografía que es, a su vez, reforzada y transformada por la genial iluminación, capaz de imprimir dramatismo, dulzura, guerra y paz. Enigma de la vida de una ciudad moderna con todos sus matices, en apoteosis del ritmo: ritmo con el que Les Arpenteurs (“agrimensores”, o “topógrafos”) miden por sí mismos el sentido de la vida y de sus vidas, en todas las dimensiones: sonora (ese grupo que usa el sixxen, conjunto instrumental de 109 sonidos metálicos diferentes, diseñado para la formación por Xenakis), corporal, espacial, luminosa... Espectáculo sin concesiones, inigualable.
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