España - Valencia
Un ensemble en alza
José-Luis López López

Sonia Megías (Almansa, 1982) nos ofreció, en primer lugar …Es particular. El título hace alusión a un doble sentido: el de la “particularidad” como opuesta a la “generalidad”, y la referencia a las partículas subatómicas. Confieso que me produce desconfianza, de entrada, esta moda que tienen bastantes compositores actuales de justificar sus obras con apelaciones a la “cientificidad” de alto nivel. Sobre todo cuando, como ocurre en este caso, la autora agradece a un físico que “desde el acelerador de partículas de Darmstadt me ha estado explicando el comportamiento de las partículas subatómicas con la paciencia de una maestra de colegio”. ¿Y eso es suficiente? Desde el punto de vista musical, que es del que se trata, no percibimos ninguna innovación rítmica, tímbrica, dinámica, melódica o armónica que mereciera la pena; y en cuanto al “juego teatral” (los músicos disfrazados con babis, la cuerda de la comba golpeando el suelo) nos pareció más bien infantiloide (no “infantil”: recordemos a Nietsche cuando añora la “seriedad de los niños al jugar”). Nos parece que no quedará para el recuerdo.

Espai Sonor durante la interpretación de Es particular
© 2009 by Xavi Miró
© 2009 by Xavi Miró
Muy otra cosa fue Versa est in luctum de Alberto Posadas (Valladolid, 1967), un valor seguro en nuestro panorama musical actual. El motete del mismo nombre de Tomás Luis de Victoria para su Requiem, con texto extraído del impresionante Libro de Job, una de las obras más poderosas de la literatura universal, sirve de punto de partida para la elaboración de la parte electrónica pregrabada. Las fuentes sonoras utilizadas en esta obra: saxo, percusión, acordeón y violoncello (además de la electrónica) se entrelazan en un esfuerzo de íntima fusión. Si Ricardo Capellino, con los saxos, desplegó un abanico tímbrico subyugante, el siempre magnífico Esteban Algora, dominador del acordeón, obtuvo de su instrumento, como tantas veces en que lo hemos oído, unas prestaciones inverosímiles. No se quedaron atrás Sisco Aparici en la percusión, y Manuel Santapau al violoncello (ni se puede olvidar la acción con la electrónica de Vicent Gómez).
El resultado es la realización de la idea, explícita en el texto del motete, de transformar el dolor (no físico, sino interior) en sonidos. Para el oído atento y sensible, esa intención se cumple, hasta provocar una sensación conmovedora. Pero alcanzar ese nivel de escucha no es algo meramente pasivo: Posadas nos implica, hasta el punto de que, si no se guarda en la memoria, siquiera inconsciente, la grandiosidad dolorosa del Libro de Job, y también el conocimiento del motete de Victoria, el oyente puede quedar fuera de juego. Ese es el desafío y el precio de la mejor creación contemporánea: que no se limita a ser una fuente de placer (única aspiración de los “melómanos” más superficiales), sino de saber y de autoconsciencia. Una de las dificultades inherentes a la música de hoy que perdurará (por otra parte, rasgo común con la música mayor de siempre) es que no se regala, sino que exige la participación co-creadora del auditor. Y en eso, con formas de nuestro tiempo, Posadas sigue la tradición de la música inmortal.

El ensemble Espai Sonor durante el concierto
© 2009 by Xavi Miró
© 2009 by Xavi Miró
Aureliano Cattaneo (Codogno, Lombardía, Italia, 1974) compuso su Trío para violín (Juan Carlos Navarro), cello (M. Santapau) y acordeón (E. Algora) en 2002, como encargo del Ministerio de Cultura francés. Su estructura simétrica ternaria (tres movimientos, el primero breve-rápido-introductorio, homogéneo con el tercero breve-lento-epilogal, que enmarcan al central, mucho más extenso y complejo) es como la de un arco, iniciado y culminado por dos delgadas columnas, cuya parte media es un robusto mosaico variado, con formas cruzadas en movimientos de despliegue, dispersión, contagio, modificación... que se articulan reduplicadamente, creando una espiral fascinante. Los tres instrumentos se entrelazan orgánicamente, en una muestra de virtuosismo unitario que le confiere a la pieza una “personalidad” acusada.
Finalmente, Sombra del recuerdo de Voro García (Sueca, 1970) es un homenaje anticipado a Miguel Hernández en el centenario de su nacimiento (Orihuela, 1910- prisión de Alicante, precisamente, 1942). El poema titulado Eterna sombra, de los Últimos Poemas (1939-1941) (tal vez el último) del maltratado genio oriolano, es una composición de nueve cuartetos endecasílabos dactílicos (acentuados en las sílabas 4ª, 7ª y 10ª), cuyo primer verso es “Yo que creí que la luz era mía”. Voro García quedó especialmente impresionado por el primer verso del tercer cuarteto: “Sólo la sombra. Sin astro. Sin cielo.”. A partir de ahí, y de una manera completamente libre (no se trata de música programática, sino de “fuente oculta”), Voro García desarrolla su composición sobre tres pilares: la sofisticación tímbrica, el desarrollo orgánico de la forma a partir de un germen inicial, y lo que el autor llama la “perforación del sonido”, es decir, un amplio juego de las alturas concebidas como ejes. Siete partes ininterrumpidas contrastan entre sí por timbre, textura, armonía y tempo, con el clarinete bajo en Si bemol (Bartolomé Lloréns) como nexo entre todas las secciones, al que acompañan a lo largo de toda la obra flauta (Joaquín Ortega), violín (Sandra Alfonso), cello (M. Santapau), piano (Joseph Mardon) y percusión (S. Aparici), que sirven impecablemente el cromatismo sonoro y el parámetro del timbre pretendidos por el compositor como elementos fundamentales. Lo dicho: un Ensemble en alza.
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