Discos
Reencuentros con Giulini I: Bruckner
Paco Yáñez
Anton Bruckner: Sinfonía Nº7 en mi mayor; Sinfonía Nº8 en do menor. Berliner Philharmoniker. Carlo Maria Giulini. Grabación radiofónica proveniente de la Rundfunk Berlin-Brandenburg licenciada para Testament. Tres CDs ADD de 64:19 (Sinfonía Nº7) y 85:13 (Sinfonía Nº8) minutos de duración grabados en la Philharmonie de Berlín (Alemania), los días 5 de marzo de 1985 y 11 de febrero de 1984. Testament SBT 1437 y SBT2 1436. Distribuidor en España: Diverdi
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Para los melómanos es algo tristemente frecuente ver cómo aquellos que nos habían descubierto mundos sonoros insospechados van desapareciendo como un goteo continuo, reinsertándose en aquello que Manrique decía que era el mar del tiempo en el morir. Afortunadamente, también cada pocos meses aquellos que nos habían dejado resucitan, de algún modo, a través de su música, generalmente por medio de una grabación que había permanecido inédita o demasiado tiempo almacenada en los nefandos congeladores de las radios y discográficas (¿cuándo el mercado y los medios tecnológicos permitirán un acceso masivo y generalizado a todo el inmenso archivo fonográfico que permanece silente para nuestros oídos a lo largo del mundo?)Desarrollando una labor encomiable desde hace años, el sello británico Testament no deja de propiciar estas ‘resurrecciones sonoras’, sacando a la luz verdaderos tesoros de la historia de la interpretación musical. En esta ocasión se han recuperado una serie de grabaciones en vivo de la Rundfunk Berlin-Brandenburg en la Philharmonie de Berlín, con uno de los maestros que uno siempre ha querido y respetado más en el repertorio romántico y postromántico europeo: Carlo Maria Giulini (1914-2005).
En los compactos que hoy nos ocupan podemos trazar dos relaciones tan sólidas como selectas y fidelignas: la de Carlo Maria Giulini con ciertas sinfonías de Anton Bruckner (1824-1896), y la del propio maestro italiano con la Berliner Philharmoniker, una orquesta por la que sentía un devoción especial y a la que dirigió por primera vez el 10 de octubre de 1967, en un programa compuesto por Cherubini y Verdi. Cosas del destino, y de cierta circularidad de la existencia, el director de Barletta cerraría su colaboración con los berliners con otro Verdi, con el monumental Requiem, un 14 de septiembre de 1992. Fruto de esta relación, no muy extensa en cuanto a años (sobre todo si tenemos en cuenta la longevidad de Giulini), pero que dejó 91 conciertos en gran medida para el recuerdo, son una serie de grabaciones que aún hoy podemos considerar referenciales, como su Sinfonía de Franck, el Das Lied von der Erde de Mahler, o el ya mencionado Requiem de Verdi (las tres en Deutsche Grammophon); así como los Cuadros de una exposición de Musorgsky/Ravel y las Quattro Pezzi Sacri de Verdi (Sony).
Por lo que a Bruckner se refiere, su relación se restringió tan sólo a cuatro sinfonías, que entendió como pocos directores en la segunda mitad del siglo XX, y que han aparecido publicadas por distintos sellos: Testament (2ª, 7ª y 8ª), BBC Legends (7ª y 8ª), Deutsche Grammophon (7ª, 8ª y 9ª), EuroArts (8ª, en DVD), EMI (9ª) y Hänssler (9ª). Como vemos, esta relación, como con muchos otros compositores (Beethoven, Schubert, Brahms, Mahler, Verdi, Dvořák, etc.), fue recurrente, y de ello se deriva una sabiduría progresivamente acumulada que se concreta en diversos estadios bien diferenciados.
Las versiones que hoy nos ocupan fueron grabadas a mediados de los años ochenta, el 5 de marzo de 1985, la Séptima Sinfonía, y el 11 de febrero de 1984, la Octava. No encontramos aquí ni al fogoso director de su época londinense, ni al veterano invitado laureado de tempi dilatadísimos y meticulosidad extrema de los años noventa. Lo que escuchamos en este Bruckner berlinés es a un Giulini en plena madurez, quizás (junto con los años setenta) en el mejor periodo de su carrera, de lo cual estas dos sinfonías no son sino un refrendo, apoyadas en una maquinaria musical inigualable.
De la Séptima Sinfonía por Giulini teníamos hasta ahora como referencial su versión con la Wiener Philharmoniker para la DG, un registro muy notable pero que creo queda por debajo de esta portentosa versión en vivo. Ya desde su comienzo, escuchamos a un Giulini canturreando la melodía (como hará en la Octava Sinfonía), algo que repite imprimiendo tensión y fuerza a los momentos más decisivos de la(s) obra(s). Los primeros temas de las cuerdas nos revelan una claridad en las texturas y en las diversas voces del tejido bruckneriano primorosa, con un carácter muy señalado en cada sección, de violines capaces de un vibrato electrizante, violonchelos compactados a través de un legato bellísimo y contrabajos transubstanciados en sólidas columnas para el sólido edificio sonoro del compositor de Ansfelden. Los metales no han sido muy beneficiados por la grabación, por lo que piden un volumen generoso; pero cuando aparecen, su presencia, como en el caso de la cuerda grave, imprime ese carácter ‘masculino’, rotundo y tajante que tanto ha caracterizado a la Berliner Philharmoniker, y que en estas versiones giulinianas se percibe con claridad, en contraposición a una Wiener Philharmoniker más ‘femenina’ en su refinamiento sonoro. El fraseo noble, hondo y sereno de Giulini se muestra más vivo que en la versión para DG, debido al ambiente del directo. El único ‘pero’ del ‘Allegro moderato’ sería un final un tanto precipitado, sobre todo si pensamos en el mimo con el que Giulini había preparado a través de las cuerdas la entrada del grueso orquestal, que se dispara con un rubato algo apurado.
El maravilloso ‘Adagio’ es un ejemplo de serenidad y control a lo largo de sus 21:46 minutos de duración, aunque por momentos el sonido vele algo las texturas de los violines, privándolos de la amplitud sonora que se hubiese deseado, aunque el fraseo es encomiable y el equilibrio entre las secciones soberbio. El gran clímax de este segundo movimiento es de una majestuosidad impactante, resuelta casi como un goteo de familias instrumentales que se van desprendiendo del tutti hasta sus desnudos y meditativos cuatro minutos finales, expuestos en un tempo muy sereno y controlado, con los pizzicati de cuerdas y entradas de viento-madera y metal soberbias, aunando una inmaculada técnica a una perfecta musicalidad. Los diálogos de violín-flauta del minuto 19’ al 20’ reflejan una belleza giuliniana en estado puro, espiritual y humanísima, firma de un director de una sabiduría ejemplar, que va disolviendo este movimiento en una melancolía serena tras el masivo clímax previo.
Los dos movimientos rápidos de la sinfonía realmente marcan el punto diferencial en que esta versión berlinesa supera a la de Viena, gracias a su fuerza, incisividad y tensión rítmica. El pulso de los metales en el ‘Scherzo’ es antológico, como su sutileza en la exposición de cada nota. Los tres bloques están perfectamente caracterizados, con una lírica suspensión intermedia, susurrante, entre los dos grandes bloques que como columnas tectónicas erige Giulini en comienzo y final del movimiento. Impresiona escuchar al maestro italiano exponer de forma tan lógica el sentido danzable austriaco de este ‘Scherzo’, lo que no es sino otro ejemplo de la comprensión del de Barletta del repertorio centroeuropeo.
Si contundente y preciso fue el ‘Scherzo’, no menos lo es el ‘Finale’, que también sabe conjugar destellos vivos, juguetones y muy animados, haciéndose eco de la indicación bruckneriana de ‘Bewegt’. De nuevo, un vibrato encendido de los violines, apuntes de viento de una musicalidad impactante y unos metales vigorosos se encuentran entre lo mejor del movimiento. La masividad del mismo, así como el sentido orgánico y a bloque de los temas, no impide que Giulini haga respirar a la orquesta entre estas recias columnas a través de los temas de cuerda y viento-madera. Un perfecto equilibrio y empaste se unen a una rotundidad típica del directo, además de a un pathos bruckneriano siempre solemne y no exento de cierto guiño al misticismo que creo Giulini intuye en la espiritualidad de la música de Bruckner. Como conclusión, nos encontramos ante una de las mejores lecturas de la obra, junto a las de Barenboim (Teldec) y Celibidache (EMI). Para quienes quieran ascender a lo inigualable, ahí está el laser disc de Celibidache, también con la Berliner Philharmoniker, para Sony.
La Octava Sinfonía de Berlín resulta casi un calco de la vienesa, grabada tan sólo tres meses después, en mayo de 1984, ambas en la edición Nowak para la versión de 1890. No me extenderé, por lo tanto, más que para señalar que, como en la Séptima, la diferencia fundamental se encuentra en el carácter de la orquesta, con la masculinidad y timbres característicos de la Berliner Philharmoniker, un tanto más oscura, tensa y dionisíaca que la apolínea Wiener Philharmoniker. Otro factor diferencial entre ambas versiones es que la berlinesa está grabada en vivo y la vienesa en estudio, lo que permite a esta última un control perfecto, que brinda resultados idóneos en ‘Allegro moderato’ y sobre todo en el incomparable ‘Adagio’, una de las cumbres de la discografía giuliniana. En esta versión de Testament es el ‘Scherzo’ el que claramente se lleva la palma con respecto a la versión de Viena, en la que este segundo movimiento era algo más ‘plomizo’ en tempo. He leído a algún crítico de un diario regional hablar de tempi a lo Celibidache en esta versión de Testament. Bien, teniendo en cuenta que ambos siguen la edición Nowak, si comparamos los 85:13 minutos de Giulini con los ¡104:13! minutos de Celibidache (EMI, septiembre de 1993) la asimilación cae por su propio peso. Giulini imprime un tempo más humano y lógico en todo momento, además de contar con una orquesta que no se ve tan forzada como la de Munich con tales requerimientos, por lo que su vuelo en cuanto a contundencia sonora resulta mayor. Con todo, sigo teniendo la versión de Giulini con Viena (DG) como la mejor en la discografía de la obra, junto al citado Celibidache (EMI) y a Karajan (DG, con Viena en DVD).
Las tomas sonoras analógicas no suponen ningún impedimento para disfrutar de ambas versiones por completo, por más que en algunos pasajes resulten algo oscuras y veladas, pero en general aptas para acercarse a estos dos monumentos brucknerianos.
Así pues, a día de hoy, y siempre según quien esta reseña firma, para acercarse al mejor Bruckner de Carlo Maria Giulini creo que deberíamos hacernos con su Segunda Sinfonía en Testament (SBT 1210), su Séptima Sinfonía también en Testament (SBT 1437), su Octava Sinfonía para la Deutsche Grammophon (445 529-2) y su Novena Sinfonía también para el sello amarillo (DG 427 345-2).
Estos discos han sido enviados para su recensión por Diverdi.
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