España - Madrid
Una hora de música de nuestros días
Juan Krakenberger

Poco o nada puedo agregar a las notas de programa redactadas por Leticia Martin. Glosa la historia de obras y compositores, y cita en muchos casos lo que éstos últimos tenían que decir de las mismas. Me limitaré, pues, a reflejar mis propias impresiones, lo que no es siempre fácil tratándose de obras contemporáneas que uno escucha por primera vez.
El concierto se inició con Ars Combinatoria de Francisco Guerrero. Pieza breve -siete minutos- escrita para flautín, oboe, contrafagot, trompa, trompeta y trombón, es de una abstracción total. Oyéndola no se identifica ningún ritmo, ninguna repetición de frase: todo es aleatorio, con un constante vaivén de sonoridades, dinámicas y tesituras. Por ello mismo es inútil querer ‘comprender’ esta música: hay que dejar que haga su impronta sobre el oyente. La ejecución fue muy pulcra, y por ello muy aplaudida.
Siguió Para tres colores del arco iris de José Antonio Orts, escrita en 2007 para flauta, clarinete, percusión e instrumentos fotosensibles, éstos últimos a cargo del propio compositor. Se trataba de ocho tubos, de 8-10 cm de diámetro, y cuyo largo variaba entre más de un metro a medio metro. Estos tubos estaban acostados en el suelo, al lado de unos pequeños generadores de luz, con los tres colores del arco iris (como dice el título), a saber, rojo, rosa y verde. Fue de éstos últimos que se sirvió el compositor y performer, durante la ejecución de su obra, que se divide en varios fragmentos. Se trata de música muy transparente, sutil, sugerente y de escucha agradable. Las intervenciones de los instrumentos fotosensibles fueron mayormente de naturaleza solista -sin acompañamiento del conjunto instrumental- y las sonoridades que se producían eran casi tonales, ocasionalmente acompañados por un susurro de aire. Los activó el señor Orts arrodillado ante estos ocho tubos y con los generadores de color en sus manos. La pieza duró unos diez minutos y cosechó pocos aplausos: demasiada sutileza no anima al público.
En tercer lugar sonó el Concierto de cámara nº 2 de Jesús Rueda, con el nombre de ‘Duratón Oaks’, nombre escogido en alusión a la obra Dumbarton Oaks de Igor Stravinski. Fue compuesto en 1995/7, para cuatro vientos madera, arpa, piano, y trío de cuerdas. Se inicia serenamente, y pronto participan todos los instrumentos en crear una sonoridad de un lirismo lánguido. Después las cosas empiezan a fluir con pasajes de notas cortas: esto se mueve de forma muy atractiva. Sigue otro trozo lento, casi romántico, sobresaliendo el piano seguido de un canto muy atractivo de flauta y oboe, armónicamente bien sonante a pesar del lenguaje moderno. Otro intermedio ligero, scherzando con un ritmo boyante, lleva a un fin tranquilo y sereno. Muchos aplausos premiaron esta versión, y el autor, presente en la sala, quiso compartir los mismos con los músicos, que hicieron muy buena labor.
Paisaje Sonoro (Homenaje a Jaime Sabines) es la obra de Miguel Gálvez-Taroncher, compuesta en 2008, que fue presentada en cuarto lugar. Trío de cuerdas, trío de vientos madera, piano y percusión nos tocan música muy sensible, poética (en línea con la dedicatoria el poeta mexicano), pero también hay algún momento robusto, a través de golpes fuertes. Pero pronto se vuelve a la calma y un clima sosegado. La obra y su ejecución recibieron cálidos aplausos.
Y para terminar, Partita de Jesús Torres, para toda la plantilla del conjunto, excluyendo el arpa: cuatro vientos madera, tres vientos metal, dos percusionistas, piano y las cinco cuerdas (V/V/Va/C/CB). Es una composición que se concentra, al principio, en efectos instrumentales, más que sobre ritmos o motivos. Hay episodios aislados que terminan en un acorde largo o un silencio. Luego viene un pasaje rítmico para desembocar luego en un diálogo de xilófono/vibráfono, con ritmo sincopado. Hay varios momentos de clímax, bien preparados, que desembocan en una coda movida e intensa. Este final contribuyó, sin duda, a provocar los aplausos entusiastas que fueron compartidos por el compositor y los músicos, a cuyo frente Joan Cerveró, con medios adecuados, supo sacar de los instrumentistas un resultado muy estimable.
Una hora de música de nuestros días, que con aplausos y breves pausas entre las obras, pero sin intermedio, hizo pasar un buen rato -hora y media- a la asistencia.
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