España - Euskadi
Sábado de carnaval
Javier del Olivo

Desde que Verdi decidiera crear una obra para las fiestas del carnaval de Nápoles se vio que la empresa no iba a ser fácil. Antonio Somma, retomando un anterior libreto de Eugène Scribe, y bajo la férrea supervisión del compositor, creó un texto que la censura de Nápoles no permitió, incluso después de cambios significativos, que se estrenara, y fue al final en Roma, también con cambios, en febrero de 1859, donde por fin se pudo escenificar. Aunque la ubicación original de los personajes fuera la corte sueca con el protagonismo de Gustavo III, al final será en la lejana Nueva Inglaterra, concretamente en el Boston inglés y colonial del siglo XVII, donde se desarrolle la historia de amor, venganza y traiciones políticas que la obra nos cuenta. Musicalmente, Verdi no arriesgó en esta composición y tejió una de las más bellas y populares partituras de su carrera. Con su sucesión de arias, dúos y demás conjuntos vocales, desde su estreno ha gozado de un merecido éxito.
En la representación que comentamos del pasado día 13, este éxito fue bastante limitado, y aunque el público de estreno en Bilbao no es muy expresivo, se oyeron protestas hacia algún cantante, aunque también calurosos aplausos para otros. Salvatore Licitra se presentaba por segunda vez en las temporadas de la ABAO, y lo hacía, como en su anterior Radamés, con uno de los papeles verdianos para tenor más representativos. Si en Aída no destacó, tampoco lo hizo en esta ocasión. De hecho, fue bastante decepcionante que un cantante que visita teatros del renombre y tradición del Metropolitan de Nueva York, tuviera tantas dificultades a la hora de afrontar su rol. Ya en su presentación en el primer acto se mostró inseguro, con una deficiente colocación vocal, y apreciables dificultades a la hora de atacar la zona alta. Fue mejorando en el cuadro de la cabaña de Ulrica, y sobre todo en el segundo acto, porque tiene un centro y un grave bellos y supo sacarles partido en estos pasajes. Pero fue en el segundo cuadro del tercer acto, y sobre todo a partir de la conocida aria 'Ma se m'è forza perderti', donde su canto rozó siempre el desastre. Se le notó al límite de sus posibilidades vocales y falto de los recursos necesarios para atacar con garantías las notas más agudas. Aún así, hay que reconocer que tanto su proyección como su potencia son apreciables, y más en un espacio tan amplio como el Euskalduna. El barítono Dalibor Jenis sustituía al programado Charles Taylor. Aunque sus primeras intervenciones nos hacían esperar lo peor (su voz era casi inaudible y sonaba engolada), salió bastante airoso de la famosa aria 'Eri tu' del tercer acto. No es, quizá, un barítono verdiano de garra que nos quede en la memoria, pero sí cumplió.
© 2010 by E. Moreno Esquibel
El papel de Amelia, la protagonista femenina de la obra, lo asumía la debutante en la ABAO Micaela Carosi. Su voz no es de gran belleza y tiende, en alguna ocasión puntual, al grito, pero le dio una gran prestancia a su rol. Su instrumento, perfectamente impostado, de gran proyección, con un perfecto fiato, nos brindó todos los matices de este papel dramático, y fue la mejor cantante de la representación. El corto pero sustancioso papel de Ulrica, la hechicera que adivina el trágico futuro de los protagonistas, lo asumía la veterana mezzo Elena Zaremba. Aunque su voz tiene ya matices metálicos y es audible un notable vibrato, transmitió una gran fuerza, y sobre todo estuvo brillante tanto en la zona aguda como en la grave de su tesitura y no tanto en el centro. El vistoso rol de Oscar estuvo a cargo de la soprano Alessandra Marianelli. Sus coloraturas no fueron especialmente destacables pero sí que se mostró alegre y vivaracha en todas sus intervenciones, y el público se lo agradeció con calurosos aplausos. Muy correctos en sus más cortas intervenciones Javier Galán como el marinero Silvano, y Miguel Sola y Jong-min Park como los nobles conspiradores. El siempre solvente Coro de Ópera de Bilbao tuvo una actuación muy correcta, pero algo lejos de la brillantez de otras ocasiones.
Es un placer ver dirigir con el entusiasmo que demostró Renato Palumbo en el foso. Atentísimo a sus cantantes, viviendo la música, arrancó de la Orquesta Sinfónica de Euskadi un auténtico sonido verdiano, lleno de matices, íntimo por momentos y siempre espectacular. Aunque a veces tapó alguna voz por ese entusiasmo orquestal del que hablamos, su dirección musical fue lo más destacable de esta representación.
© 2010 by E. Moreno Esquibel
La producción procedente del Teatro San Carlo de Nápoles, la firmaba Joseph Franconi Lee, desarrollando una idea original de Alberto Fassini. Es una puesta en escena muy clásica, que opta por la belleza de sus elementos artísticos y por un movimiento de actores correcto pero poco innovador. Bella, clásica e impresionante, la escenografía de Mauro Carossi nos presenta una corte colonial que nada tiene que envidiar a la de la metrópoli. Eso sí, se echó de menos un mayor derroche técnico y rapidez a la hora de cambiar de escena. Exuberante el vestuario de Odette Nicoletti, que desplegó todo su talento en el escena final del baile de máscaras, donde participa con acierto el ballet de la Escuela de Danza de Igor Yebra, con una coreografía de Marta Ferri. Correcta la iluminación diseñada por Guido Levi y realizada en Bilbao por Alessandro Carletti.
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