Reino Unido
Periferia de Pierrot Lunaire
Redacción
Antes de entrar, mi curiosidad apuntaba sólo al Pierrot Lunaire schoenbergiano, preguntándome que hacían en el programa Debussy, Chopin y dos compositoras para mi desconocidas. El director musical del Hebrides Ensemble lo explicó al inicio del concierto: su temprana fascinación por Pierrot (Pedrolino), como figura arquetípica de los personajes de la commedia dell'arte, lo habían llevado a concebir un programa integral con obras que establecieran vínculos que el oyente descubra, celebre y disfrute. Podemos decir que fue así, es más, fue una caja de sorpresas.
La primera, una obra escrita por la londinense residente en Escocia Sally Beamish (1956) en 1990. Commedia nos puso en contexto por partida doble. Descrita como “pieza teatral sin actores”, ésta describe los avatares de Colombina, Arlequín y Pierrot en un formato que alude a la comedia italiana de los siglos XVII y XVIII . En lo musical, las reminiscencias schoenbergianas incluyen pasajes improvisatorios en los lazzi insertados entre las siete escenas de la obra. La comedia del arte bajo el prisma de la música de hoy.
La escritura de Commedia está muy atenta al plano estructural. Con tres partes diferenciadas, una primera bascula entre la ironía y el lirismo, seguida de un pico de histérica violencia para concluir con rotundidad y resolución casi trágica. Una introducción en toda regla al universo de pantomima que rigió el concierto.
Siguió la Sonata para chelo y piano (Pierrot fâché avec la lune’) de Claude Debussy como contrapunto musical y perfecta continuidad temática con esta mirada atrás a las formas clásicas del francés. William Conway al chelo ofreció un interpretación elocuente transmitiendo una atmósfera de melancolía, trágica elegancia y tristeza.
La primera parte terminó con Seven Pierrot Miniatures de la joven compositora escocesa Helen Grime (1981), encargo del Hebrides Ensemble. Tomando como inspiración siete poemas del libro de Albert Giraud -ninguno de éstos utilizado por Schoenberg- en palabras de Grime, la obra “explora los contrastes extremos de un personaje de múltiples facetas -Pierrot- en un contexto musical. …la forma es casi el reflejo en un espejo...los movimientos 1, 3, 5. y 7 se vinculan en términos de material musical y la sensación de melancolía, ensueño y añoranza. Los movimientos 2 y 4 se conectan con fuerza a través del lado violento de Pierrot. El movimiento 4 sirve de eje o punto álgido de la obra, yuxtaponiendo una calma surreal y trémula de brutales explosiones.”
La obra sorprendió por su lograda coherencia a través de un bello motivo que se transfiguró como si de un caleidoscopio se tratase. Así, a la agridulce belleza le sucedía una intensa distorsión que evolucionaba en ternura, pasando por esa cima intermedia y catalizadora que replegó lo antes desplegado en un brillante trabajo de textura camerística, belleza tímbrica e intensa expresividad.
Acabado el breve intermedio vino el Pierrot Lunaire de Schoenberg que fue interpretado sin solución de continuidad tras el Valse en do# menor Op.64 No. 2 de Chopin. Ideal introducción por su conmovedor patetismo, y claro está, porque ¿acaso no sufre Pierrot un vals de Chopin en el ciclo schoenbergiano? “Fieros, exultantes, dulces y anhelantes, Valses de lúgubre melancolía, os aferráis a mi conciencia...” Mientras, Sylvie Rohrer en atuendo acorde, cubierta de cuellos engolados, tentando la luna, descubría un rostro lívido entre la carcajada y el llanto. Conway describió esta licencia como “un capricho teatral de mi parte... que acaba además en el mismo registro con la que el Schoenberg empieza … casi una bisagra tonal”.
Pierrot Lunaire, no obstante, transcurrió por derroteros convencionales en lo instrumental. Y si bien el acerado Hebrides Ensemble no llevó la carga expresiva al límite, la agregada carga teatral de Rohrer compensó, como actriz, antes que cantante, la recreación del turbador Pierrot y la atmosfera circundante. Con todo, hubo suficiente y concentrada tensión para revelar el dominio del Sprechstimme de la recitadora, bien integrada en la textura musical. Destacaron Conway y Rohrer en la canción 19, 'Serenade', en la que por unos instantes quedamos intoxicados y desarmados bajo tanta luna.
Allí no acabó todo, tras el concierto hubo un debate para los fanáticos. Pues Conway y Rohrer , inquiridos por dos críticos teatrales locales y el público, respondieron con animación explicando como se concibió este concierto que, en efecto, fue una “caja de sorpresas” que nos hizo disfrutar la periferia y contornos de este Pierrot Lunaire.
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