España - Madrid
Singular mezcla de estilos
José del Rincón

L’Arpeggiata lleva esta moderna costumbre al extremo de prescindir del instrumento grave de cuerda frotada que suele servir de refuerzo, dejando la emisión de las notas más graves solamente a la cuerda pulsada. Otras características del grupo que dirige Christina Pluhar son la alternancia entre el repertorio barroco y la música tradicional italiana o la mezcla entre ambos estilos (con la importante colaboración de cantantes folk como Lucilla Galeazzi o Marco Beasley), la práctica de la improvisación y la presencia del componente escénico en sus actuaciones en directo (en este concierto fue la bailarina Anna Dego quien asumió la mayor parte de este cometido). Otros conjuntos pueden poseer algunas de estas características por separado, pero L’Arpeggiata es tal vez el único grupo que las posee de manera conjunta.
Podemos dividir el repertorio que L’Arpeggiata trajo a Madrid el jueves en cinco grupos: improvisaciones instrumentales de su propia cosecha, piezas instrumentales de autores del barroco temprano, obras vocales del mismo período, canciones tradicionales (italianas en su mayor parte y cantadas sobre todo por Lucilla Galeazzi) y canciones compuestas por la propia Galeazzi.
Tanto las piezas instrumentales ‘de autor’ como las improvisaciones poseen una notable homogeneidad estilística, al estar adornadas las primeras por las disminuciones de los instrumentos agudos (la corneta y el salterio) y al basarse las segundas en ostinati barroquizantes del estilo de la romanesca y la chacona. La panoplia de instrumentos desplegada por L’Arpeggiata permitió engordar y adelgazar la plantilla con el fin de crear una interesante variedad dinámica y tímbrica. No hay que negar que el núcleo duro de los instrumentistas de este grupo lo forman la propia Pluhar (con la tiorba y la guitarra barroca) y su fiel Eero Palviainen (con el archilaúd y la guitarra), dos instrumentistas compenetrados hasta extremos inimaginables. Tan milagrosa sincronización no impidió que el resto de los instrumentistas exhibieran un similar nivel de excelencia: desde el salterio de Margit Übellacker (por más que en la primera obra perdiera algo de fuelle en los pasajes rápidos) hasta la excelente corneta de Doron Sherwin, pasando por las incisivas percusiones de David Mayoral, un español que no tiene nada que envidiar a muchos percusionistas extranjeros. En un primer momento sorprendió la casi inaudible intervención de Haru Kitamika con el clave y con el órgano positivo; al poco tiempo quedó claro que su función era doblar de la forma más discreta la línea melódica del bajo para aumentar la intensidad sonora de la tiorba o del archilaúd y paliar, de este modo, la ausencia del violonchelo o de la viola de gamba.
Las obras vocales del primer barroco fueron encomendadas a Raquel Andueza, a Luciana Mancini o al exquisito dúo formado por estas dos cantantes. La soprano Raquel Andueza fue la cantante que más matizó y que mostró un mayor rango dinámico, obsequiándonos además con esa exquisita musicalidad que la ha caracterizado siempre. La mezzo Luciana Mancini, por su parte, hizo valer la baza de una voz bella, potente y oscura; no matizó tanto como la soprano española (apenas bajó del mezzoforte), pero consiguió insuflar a la música una vitalidad considerable, apoyada por una admirable vis escénica. A sus casi sesenta años, Lucilla Galeazzi está en plena forma vocal, sigue poseyendo un estilo folk deliciosamente idiomático y conserva un empuje irresistible, virtudes todas ellas que ayudan a que su estilo conviva armoniosamente y sin sobresaltos con la música culta del barroco temprano en estos conciertos. Andueza y Mancini, por otra parte, utilizaron su voz natural bastante más de lo habitual en un concierto con obras barrocas.
Christina Pluhar concibió un programa de setenta minutos de música sin descanso en el que algunas obras enlazaban con otras. Éste y otros factores (que acto seguido enumero) contribuyeron a lastrar un poco el tramo final del concierto: la inclusión de La Pazza, de Pietro Antonio Giramo, obra excesivamente larga que ni siquiera pudo ser ‘salvada’ del todo por el encomiable trabajo vocal y escénico de Luciana Mancini; la inserción de la canción tradicional hispanoamericana El guapo, estilísticamente fuera de lugar y que me recordó a ciertas mezclas típicas de la Radio Clásica de hace unos meses; el recurso a los ‘bises’ en vez de verdaderas propinas, y la utilización de ciertos recursos de trazo un tanto grueso en los citados ‘bises’, como hacer cantar al público o sacar a bailar a un espectador. Curiosamente, todos estos recursos surtieron el efecto deseado y consiguieron que el público, entregado, aplaudiera cada vez más. Por mi parte, de este último tramo del concierto yo me quedo con la sobrecogedora versión que Raquel Andueza hizo del Stabat Mater de Giovanni Felipe Sances, huyendo del recurso fácil y mostrando una insobornable autenticidad. No en balde arrancó del respetable los primeros bravos de la tarde, a los que varios minutos después siguieron muchos otros dirigidos a todo el elenco de L’Arpeggiata.
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