Noruega
La Norma de los fiordos
Agustín Blanco Bazán
La época de composición, el espíritu experimental nórdico en materia de arte, y la perspectiva de helarme a pesar de la frazada me hicieron cruzar los bastiones con cierta aprensión, porque no podía imaginar que mis prejuicios caerían ante una de las noches de ópera tan revitalizadora como el aqcuavit. La obra es tonal y con algunas disonancias, algo pasada de moda para su tiempo pero con música de calidad, claramente influida por Shostacovich y accesible a todo público. En síntesis, una verdadera ópera popular digna de un Verdi, por la ingenua efectividad de su ágil acción dramática, arias, dúos, coros y ensembles de buena calidad y, sobre todo, una pasión inesperada, itálica, ardiente y fervorosa en un mensaje feminista que une en la figura de la simpática protagonista a Lady Macbeth de Mtsensk, Katia Kabanova, Lulú e Isabel de Valois.
© 2010 by Magnus Skrede
En el primer acto vemos a una Anne de veintidós años en la casa que comparte con su marido Absalón, un pastor protestante de sesenta que luego de quedar viudo se ha casado con ella para canalizar sus deseos carnales, según el mismo termina confesándolo. De poco le sirve, porque los avances sexuales de una Anne que es toda sensualidad y deseo son correspondidos con una impotencia relacionada con el remordimiento de Absalón por un motivo que no duda en confesar a su mujer. Anne es la hija de una bruja a la cual Absalón perdonó la vida para conseguir a la joven. Ahora bien, en el obtuso entender de este pelmazo, el salvar a su suegra de la hoguera inexorablemente lleva a que ésta, ya muerta, se incinere en el fuego eterno. ¡Si solo la hubiera asado en un buen auto da fe, la señora se hubiera ganado el paraíso! Después de todo, a las brujas solo se las quema para salvarlas de algo peor. Una vez sola, Anne se pregunta comprensiblemente si no habrá heredado los poderes de su madre de poseer a quien se le de la gana….y….¡sí que los ha heredado! El candidato es Martin, el hijo de Absalón que acaba de regresar luego de haber completado sus estudios teológicos en Copenhagen. Luego de acostarse con él en un santiamén, Anne logra que el marido muera simplemente deseándole un colapso cardíaco con toda su convicción de bruja. En la escena más reconfortante de la ópera, el celote se desploma ante su atractiva esposa que se regocija ante su muerte con el pathos de una verdadera Tosca.
© 2010 by Magnus Skrede
Reconfortado por un final tan auspicioso corrí a buscarme un café en el intervalo, para asistir, ya al caer del sol a las diez de la noche, a los dos últimos actos. ¡Que fugaz es la felicidad de los amantes! El joven Martin traiciona su sentido de culpa frente a Merete, la suegra de Anne, una verdadera Kabanicha que odia a nuestra heroína y sospecha todo lo que ha ocurrido. El final, que transcurre en la Catedral de Bergen, es digno de ser comparado con el de Norma. Sacerdotes y pueblo rinden sus últimos respetos al cadáver de Absalón cuando de repente Merete acusa en público a Anne por la muerte de su marido y el incesto con el hijo de éste, y ¿cómo responde la protagonista a estas acusaciones? ¡ Pues como lo haría cualquier persona de bien, reconociéndolo todo, declarándose bruja, despidiéndose del marido muerto con un insultillo más, y yéndose a la hoguera! … pero sin Martin, que ha salido corriendo, ya que esta es una Norma sin Pollione, soberanamente sola en su enfrentamiento con el destino. La estampa final muestra a Anne envuelta en llamas frente a un gran fresco medieval de la Virgen, seguramente contenta de recibir a Anne sin Martin.
La partitura de Absalón es tan regular y aburrida como el personaje. Martin en cambio tiene una maravillosa aria neorromántica, digna de figurar en un recital de Jonas Kaufmann, en la cual nos cuenta como su barco desafió tormentas y olas para finalmente arribar a las familiares costas de Bergen, su Patria. El joven y Anne mezclan amor y lascivia en dos concisos dúos, verdaderas joyas de la partitura por su entrega y su agitación, y el coro de los locales irrumpe con un empaque digno de Shostacovich o Szymanovsky con cánones, persecuciones de brujas y feroces condenas a un Satán que aparentemente logra asustarlos muchísimo.
Tal ver fue un error el presentar al aire libre y en transcripción para banda una obra que merece ser escuchada en su partitura original, en una sala de ópera y con una regie capaz de sacar el mejor jugo cómico y dramático, porque también hay en la obra inolvidables ridiculizaciones del clero protestante de la zona y la forma en que tratan de reprimir sus calenturas con disquisiciones teológicas. Pero tal vez no, porque con banda y al aire libre, el Festival de Bergen presentó la obra como regocijante alternativa popular. El noruego sirvió de atractivo idioma para buenas voces. La soprano dramática Ingela Brimberg interpretó el rol protagónico con timbre cálido y vibrante y también el Martin del tenor Tomas Lind trompeteó una voz magníficamente bien impostada. El barítono Carsten Stabell (Absalón) y la mezzo Kari Hamoy como Merete, también interpretaron sus poco simpáticos roles con incisividad, convicción y poderoso fiato.
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