Países Bajos
Quijote barroco
Jorge Binaghi

Las casi cuatro horas de representación pasan en un soplo, gracias a una puesta en escena (o ‘puesta’ a secas, cosa que irrita a algunos casticistas; no digamos si escribo ‘régie’, a la argentina) habitada por la inteligencia y por las ganas de ‘hacer más’ (lo que lleva a Lawless a cargar algo la mano en más de una ocasión, pero como se trata de una exhumación y del barroco aquí la cosa está más justificada o duele y molesta menos). Colores, luces, vestuario, unos libros -o páginas- más o menos gigantescos que permiten la continuidad de las diversas escenas, un telón con las últimas palabras del prólogo de ese monumento más perenne que el bronce (gracias, Quinto Horacio Flaco) que es ‘nuestro’ Alonso Quijano (sin diferencias de origen; Cervantes es patrimonio de cualquier hispanoparlante, además de la humanidad).
De paso, vemos cómo en un escaso siglo se entendía en Italia -el libreto es excelente aunque hoy podríamos desear que tomara otros momentos- la locura del de la Triste Figura. No en vano pasan a primer plano lo que en la obra son los famosos relatos enmarcados y nos quedamos sin el discurso de las armas y las letras, sin el final sobrio y terrible, pero la grandeza del original, distorsionada, se refleja de todos modos. Falta que los músicos la sepan hacer presente, y vital, tanto o más que los elementos escénicos. Y de vuelta Lawless se ha ocupado de marcar lo más y mejor posible a estos títeres que a veces resultan personas.

Momento de la representación
© 2010 by Clärchen & Matthias Baus
© 2010 by Clärchen & Matthias Baus
Pero Jacobs se ha ocupado desde el podio, y con qué resultado fascinante. La orquesta barroca berlinesa, que lo sigue desde el inicio de esta aventura apasionante en Innsbruck, no estuvo genial; resultó única, en los instrumentos individuales y colectivamente. Y la longitud de la obra no impidió que Jacobs estuviese tan atento y brioso en el minuto número uno como en el final.
Y que siguiera a cantantes que seguramente ha escogido, y nada mal. Contar con un joven como Degout para un rol maduro era un desafío, vocal y escénico: el barítono francés ha salido más que airoso, vencedor, del reto, mucho más que su personaje de las luchas vanas que entabla. Si Fink hizo un buen Sancio Panza (lo escribo en italiano porque me divierte, no por pedantería), su color no es de primera clase y parece algo ajado por momentos, pero su intención y actuación suplió lo que pudo faltar. Mucho le falta a Visse, pero su rol es pequeño y perfectamente adecuado a sus circunstancias actuales. También Tucker, en un personaje menor, sale muy favorecido.

Momento de la representación
© 2010 by Clärchen & Matthias Baus
© 2010 by Clärchen & Matthias Baus
Y hacer que Kalna, por figura y canto resulte una Dorotea creíble y mucho más que eso (pese a lo metálico de su timbre, que eso no hay quien pueda cambiarlo), es algo que yo no esperaba; esta vez la cantante-actriz me ha convencido plenamente. Más fácil lo tenía Keith, una líricoligera de buenas coloraturas y timbre algo impersonal pero luminoso, que logró insuflar ternura y pasión a su Lucinda (si vocalmente algo superior, actoralmente algo inferior a Kalna). En el papel ‘travesti’ de Ordogno, Zommer estuvo superior en el canto y la acción, aunque tal vez el timbre hoy resulte algo más velado que en otras oportunidades. ¿Y qué decir del torbellino físico y vocal de la Maritorne de van Wanroij?: difícil quitarle los ojos de encima, y no sólo por la figura espléndida, sino también por su canto más que satisfactorio.

Momento de la representación: Mehta y Dumaux
© 2010 by Clärchen & Matthias Baus
© 2010 by Clärchen & Matthias Baus
¿Quieren ustedes más? Más hay. Tener a dos contratenores como rivales en amor y viejos amigos es problemático en todos los sentidos: aquí volvimos a la esencia más pura del barroco con el enloquecido y amante Cardenio de Mehta (deslumbrante como siempre y de presencia imponente) y con el perjuro, celoso y aquejado por los remordimientos Fernando de Dumaux, una de las voces más bellas que en su cuerda hoy puedan encontrarse, también de un impacto escénico y vocal que en nada ceden a su oponente (si no en las diferencias de color y de ‘arrojo’ -Mehta es más ‘vital’, Dumaux es un ‘francés’ refinado pero no afeminado).
Vamos, que el tren de alta velocidad de regreso puede resultar carreta de bueyes y hacerme perder horas de trabajo, pero no basta para estropear el placer de haber asistido a un acontecimiento. De esto debería existir -o hacerse, si no- un dvd: su mérito cultural y artístico es más importante que la enésima Bohème, Barbiere o incluso el Anillo, que ya conocemos hace tiempo y en mejor forma.Ya se sabe lo que son los teatros líricos, y en particular sus directores; de lo contrario, este título tendría que pasar de uno a otro -y en una versión como esta- en los próximos dos años, por un deber con el público.
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