Bélgica
El trovador y su dama, hoy
Jorge Binaghi
Esto último lo tuvimos en la labor descollante de la orquesta dirigida por un aún joven Kessels, que trabajó como asistente de Nagano para el estreno absoluto, y supo coordinar todos los elementos -tantísimos- a sus órdenes en la fosa orquestal y alrededores sin descuidar el escenario. El coro, que tiene actuación al principio y sobre todo al final de la obra, demostró otra vez estar pasando por un muy buen momento gracias a la labor de Pouspourikas.
Rachel Harnisch, acróbatas y coro
© 2010 by De Vlaamse Opera
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La puesta en escena de Finzi Pasca encandiló a muchos. Yo la he encontrado demasiado ‘divertida’, con mucho movimiento y color, sin duda notable, pero los acróbatas terminaron molestándome, la constante utilización de un cantante y dos actores-saltimbanquis para cada uno de los personajes me pareció innecesaria, y todos los movimientos y soluciones lumínicas espectaculares, si corresponden a alguien que ha trabajado, entre otros lugares, en el Cirque du Soleil, se alejan de la esencia para ir más a la apariencia. Y con este texto y música era innecesario, aunque sé que ‘hizo pasar el trago’ mejor a los que no estaban muy convencidos.
Momento de la representación
© 2010 by De Vlaamse Opera
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Estéticamente, pues, un éxito; teatralmente, no me lo parece (si tomamos la escena en el mar, cuando Jaufré decide finalmente ir a conocer a su amada lejana y se enferma en el viaje, era magnífica la representación del mar; el resto, muy bello, sobraba y a mí me distraía sin darme nada a cambio más que el gozo de lo que de pequeño eran el tecnicolor o el cinemascope: valiosos agregados, muchas veces, pero agregados al fin).
Tampoco me pareció buena idea, conociendo el texto y las ideas de Maaluf (un cristiano libanés) que el cambio del amor humano por el divino al final de la obra, tras la muerte del trovador y la desesperación de su dama, fuera ‘humanizado’ con una especie de trinidad formada por el cantante y sus dos otras representaciones artísticas que bajan casi formando una cruz sobre la protagonista.
Rachel Harnisch
© 2010 by De Vlaamse Opera
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En cuanto a la labor de los cantantes, en conjunto fue buena, aunque con bemoles. Harnisch, por ejemplo, una soprano preferida por Abbado, tal vez tenga la voz para ‘Marzelline’ en Fidelio y tal vez algo más. Oscila entre soubrette y lírica, es buena actriz, dice bien, pero los agudos son blancos y fijos (no tantos ni con tan poco volumen como Dawn Upshaw que estrenó la obra, de modo que tal vez la autora desee una voz de este tipo).
Addis es un buen barítono, más bien lírico, de correcta extensión, presencia escénica no muy ideal, pero en cambio de magnífica articulación y dicción del texto y muy entregado.
Harnisch y Addis
© 2010 by De Vlaamse Opera
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Lo que nos lleva al tercer papel (uno piensa que fue escrito para Lorraine Hunt, que no pudo estrenarlo ya enferma del cáncer que acabaría con ella, y no puede menos que lamentar aún más su desaparición): Rohrer era de lejos la voz con más volumen, pero también la más desordenada en la emisión (sobre todo del agudo) y de graves más bien escasos (tiendo a pensar que en realidad no es mezzo). Lo peor fue que no se le entendieron más que palabras sueltas y eso, pecado en cualquier ópera, aquí creó verdaderamente una muralla que sólo se salvó por la música. Se aplicó sin duda y es una actriz intensa, pero no basta.
Tras alguna deserción, el éxito llegó para todos, con aplausos más enérgicos y vivaces para director y compositora, que sin duda los merecían.
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