España - Asturias
Pase lo que pase… ¡A pasarlo bien!
Hugo Alvarez Domínguez

De cómo revitalizar y respetar una ópera
Parte de la culpa del éxito fue de la interesantísima producción que se contrató, proveniente de la Opera North, firmada por un Daniel Slater que demuestra que tiene ideas y que quiere y sabe hacer cosas con la obra. Porque, a pesar de que Elisir cuenta una historia sencilla y universal que encaja perfectamente en casi cualquier época y contexto, casi nadie se atreve a salirse de los cánones establecidos y contar algo nuevo sobre ella. Esta producción es bastante audaz, porque es capaz de actualizar la historia, aportar nuevos datos a la narración y hacer comedia de verdad sin faltar nunca al espíritu del original, de manera que es fácil conectar con ella y reconocerle muchas virtudes. Slater traslada la acción a los años 50 del pasado siglo, en la terraza de un Hotel de algún pequeño puerto marítimo del Mediterráneo: concretamente el Hotel Adina. Adina es la jefa, Gianetta su mujer de confianza, Nemorino uno de los camareros, Belcore un marine chulo y cachas que irrumpe en Vespa para alojarse en el hotel con sus compañeros, y Dulcamara un charlatán de feria que llega al pueblo en globo aerodinámico. Y aún queda el coro, una galería de personajes de todo tipo, tal vez clientela del hotel, tal vez meros habitantes del pueblo que curiosean en una terraza junto al mar, pero todos muy bien descritos, y con una historia propia: el Doctor del pueblo, por ejemplo, no duda en boicotear a Dulcamara mientras él intenta vender el elixir milagroso, al grito de “Impostore!”.

© 2010 by Carlos Pictures
Hay detalles narrativos ciertamente audaces, como la importancia capital que tiene el personaje de Gianetta, que otras veces parece un monigote que pasaba por ahí sin saber bien cómo ni por qué: aquí, como mejor amiga de Adina que es, aparece junto a ella en muchas de las escenas, implicándose por ejemplo en la escena de seducción de Belcore, o en el primer dúo entre Adina y Nemorino, en el que muchas de las frases se dirigen acertadamente a ella, en vez de decírselas el uno al otro, de manera que está plenamente integrada en el conflicto, aunque acabe mostrándose lógicamente bastante harta de verse metida en algo que, en principio, no va con ella. Este montaje también nos regala un nuevo momento no presente en el libreto: aquí Gianetta sustrae al cartero la carta en la que se cuenta que Nemorino es millonario, para después correr a contárselo a sus amigas. Así queda claro por qué lo sabe ella y solamente ella. También con Belcore se ha conseguido hacer un personaje cómico desde la seriedad chulesca: sin gags fáciles, pero haciendo reír, sencillamente porque le pintan tan macho que llega a resultar ridículo. El movimiento escénico es ágil -hay ingeniosas coreografías de Vanessa Gray para el coro-, el vestuario es adecuado y variado, la escenografía única es agradable de ver -firma ambos Robert Innes Hopkins- y la función fluye bien a nivel general. Solo habría que replantear, para mejorar el montaje, la pobre iluminación de Simon Mills: solo hay dos luces -o es de día o es de noche- pero las nubes del ciclorama son siempre las mismas… No hubiera estado de más cambiarlas. Pese a todo, es un montaje que funciona, aunque pone en entredicho la maquinaria interna del Campoamor: hay un cambio mínimo en cada acto -en el primero supongo que para introducir el globo en el que llega Dulcamara, porque el resto no cambia; y, en el segundo, simplemente para desmontar el banquete nupcial- y se traduce en sendas pausas de cinco minutos cada una. A priori, causa bastante perplejidad que se tenga que tardar tanto en realizar este tipo de cambios de escena…
De la música: dos días, dos caras y la misma cruz
En la cuestión musical, cambiaron los repartos pero no la Orquesta Oviedo Filarmonía -de sonoridad francamente más aceptable que otras veces que les haya escuchado, con especial mención al solo de fagot al comienzo de la 'Furtiva Lagrima'- ni la conflictiva batuta de un José Miguel Pérez Sierra que llevó la ópera con tempi incomprensiblemente lentos y pesantes, más propios de un drama romántico, cuando esta obra está llena de música que debería de ser chispeante y rezumar alegría de vivir. En entrevistas previas, el maestro abogó por el sinfonismo presente en esta partitura, y debe entender sinfonismo como sinónimo de seriedad y pesadez, porque así fue su versión. Una pena, porque otra batuta -u otra visión por parte de esta batuta- hubiera subido enteros a un espectáculo que, aún así, acabó funcionando. El caso es que ambas noches chocó claramente con algunos cantantes que no estaban de acuerdo con sus tempi y no tuvieron problema en hacérselo saber: ni él cedió ni ellos cedieron, con lo que hubo claros desajustes entre foso y escena, especialmente notables en los casos de Giorgio Surian y Rodion Pogossov, que, a veces, decidieron directamente ignorarle para poder cantar a tempo normal. Visto el que llevaba el maestro, hasta es comprensible. También el concertante final del primer acto fue bastante descompensado en la función del día 19. Una lástima, porque le he escuchado algunos trabajos realmente interesantes anteriormente.
También estuvo en ambas sesiones el coro de la Ópera de Oviedo supo afinar y empastar con corrección -quizá brillaron más las cuerdas femeninas que las masculinas- e integrarse perfectamente en la comedia, en una producción en la que su presencia tiene capital importancia, incluso mientras no están cantando.

© 2010 by Carlos Pictures
La alternativa española…
Comencé por el segundo reparto, el día 18, formado por un grupo de voces mayoritariamente españolas y, en general, al principio de sus carreras. No se puede hablar de sorpresa con el Nemorino de un Mikeldi Atxalandabaso que siempre se hace notar en partes pequeñas, y ahora supo aprovechar su gran oportunidad: no tendrá una voz especialmente hermosa, pero sí es personal, grande y bien proyectada, además de contar con un gusto, una musicalidad y una inteligencia técnica indiscutibles. Gustó y mucho -se le aplaudió ya después del 'Quanto é bella!' inicial-. La 'Furtiva Lagrima' fue hermosísima -con medias voces de ley- y mereció más aplauso del obtenido. Además, es un actor de categoría y tiene el físico exacto para hacer un Nemorino creíble, con lo que no necesita hacer de Nemorino un tonto del pueblo, sino simplemente un tipo sin muchas luces al que las cosas en general no le salen…Al fin y al cabo, de eso se trata este personaje. Fue muy celebrado al final -se lo ganó a pulso, si no le conocen ya, apunten su nombre-, e hizo buena pareja escénica con la Adina de Auxiliadora Toledano, una mujer bellísima, con soltura escénica para dar y regalar, y con una voz de soprano ligera que tiene el agudo fácil, hermoso y bien proyectado. Pero, estando casi cercana a la vocalidad de soubrette, no parece que Adina sea el papel más indicado para ella. El centro no siempre se escucha con claridad -en los concertantes tiende a desaparecer-, y los graves le juegan alguna mala pasada, porque le exceden. Debería además cuidar alguna cuestión de fiato, del que no va precisamente sobrada. Pero que hay materia prima es indiscutible, ahora solamente es cuestión de saber escoger con cuidado el repertorio.
El Belcore del andorrano Marc Canturri tiene todas las notas, pero carece del empaque y color necesarios para el papel; físicamente tampoco da el perfil que pide la producción. Sorprendente sin embargo el Dulcamara de Luís Cansino, único elemento veterano de este reparto alternativo. Tiene el personaje perfectamente asimilado, con todo lo que se le puede pedir al charlatán: voz adecuadamente sonora -incluso un punto leñosa, algo que no le va mal del todo a este papel…- tablas y dominio de la escena, e inteligente vis cómica que evita recargar las tintas, sabiendo imprimir un pequeño toque de maldad al personaje. Domina el estilo buffo -esto es, lo canta todo donde otros tienden a hablar- y cuadra el sillabato sin problemas. Con razón se metió al público en el bolsillo, porque fue posiblemente el más completo de este reparto, por interiorización del personaje, en una función que reportó en general muchas alegrías, y que fue muy celebrada por el respetable.

© 2010 by Carlos Pictures
…Al primer reparto
El día 19 presencié la cuarta función del primer elenco, donde se notaba que las cosas estaban más frescas, más rodadas y más seguras que en el reparto alternativo. Tampoco es de extrañar si se tiene en cuenta que ya era la última función de un grupo de cuatro de una ópera cómica en una producción que, además, se prestaba a la comedia: aquí todos se lo estaban pasando en grande, se estaban dejando llevar, en señal de que todo estaba perfectamente controlado. Y se notó. Y, vista la función del día anterior, en esta, quien más quien menos, hasta se permitió añadir sus propios gags a los marcados por la dirección escénica.
Encabezaba el reparto el tenor jerezano Ismael Jordi, que lleva años haciendo una carrera indiscutible, y que aquí obtuvo un gran triunfo personal. En mi opinión, aunque el canto es técnicamente correcto y honesto en líneas generales, su voz carece del volumen y la personalidad para hacer un papel protagonista de esta envergadura en un teatro de estas dimensiones. La voz, en toda su extensión, no brilla como debería -inexplicablemente tampoco en el registro agudo- y, en los concertantes directamente no se le distingue, puesto que la proyección es escasa. Hay detalles de elegancia en el fraseo o los reguladores, y es cierto que consigue hacer de su 'Furtiva Lagrima' el momento estrella de su encarnación -con una fortísima ovación-, pero a mí ni siquiera ahí consiguió arrebatarme, por esa sensación de estarme faltando volumen por todas partes. Su físico de galán en este caso tampoco ayuda -Nemorino no debería ser un galán…-, así que tiene que caer en la trampa de hacer de Nemorino un torpe atontado que parece escapado de algún sketch de Benny Hill… la gente se parte de risa, y no será ni el primer ni el último tenor que se inclina por este camino, pero personalmente nunca he compartido este enfoque del personaje.
A estas alturas cualquier lector sabrá de mi debilidad por Patrizia Ciofi, especialmente en roles bufos como este. Su Adina reveló, ante todo, a una intérprete musical e inteligente, que conoce el estilo belcantista -fue la única cantante de los dos repartos que agregó variaciones personales- y es una actriz consumada: hace un personaje creíble porque se nota que disfruta haciendo ficción sobre el escenario -sus escarceos con Belcore, por ejemplo, estuvieron llenos de fina y divertida ironía-. Sin tener el físico espectacular de Toledano, su Adina también resulta, a su manera, plenamente convincente como personaje. La voz, de una gran pureza tímbrica, muestra alguna sequedad ocasional, y el instrumento genera una cierta inquietud conforme asciende al agudo, porque el sonido es hermoso pero da la impresión de que fuera a quebrarse en cualquier momento…pero, por la razón que sea, nunca hay fiasco, y asciende con valentía y eficacia a los pocos sobreagudos que le exige esta parte. Sin causar el entusiasmo de su contraparte masculina, sí que fue celebrada por el público, y yo me reafirmo en que me parece una intérprete muy interesante en general.

© 2010 by Carlos Pictures
Hubo sorpresa con el Belcore de Rodion Pogossov, un barítono que tiene el físico exacto que pide esta producción, lo sabe, se divierte, y muestra además una voz de color baritonal, sana, bien educada, y, sin que sea especialmente grande, sí bien educada. Además, sabe salir a bien de los contratiempos: la batuta no se lo puso nada fácil en su cabaletta inicial, y no por ello dejamos de admirar la calidad de su timbre. Si sabe marcar sus límites -que parecen estar aquí, en el belcanto- deberíamos estar ante un artista que debería asentar la gran carrera que ya está haciendo. Es un lujo tener a un cantante de esta calidad en un papel que, por ser el menos lucido de los principales, tiende a asignarse a cantantes de segunda fila. No fue el caso.
Y si Dulcamara es un papel conflictivo y dado a excesos innecesarios, tener uno bueno ya es difícil, pero aquí tuvimos dos. Porque Giorgio Surian estuvo excelso desde cualquier punto de vista: por voz -poderosísima y todavía sana tras una larguísima carrera-, por dicción, por italianitá, por estilismo y por cantarlo todo, eludiendo el parlato fácil. Sobre las tablas es un maestro, y no solo del arte de la comedia sino también de los contratiempos: cuando en pleno sillabato en su dúo con Nemorino se le cayó rodando al suelo el embudo con el que filtraba elixir, supo recogerlo con naturalidad, sin dejar de cantar ni fallar una nota. Magistral y generosamente ovacionado con razón.
No me he olvidado de Marta Ubieta, que fue Gianetta en los dos repartos, y que demostró que en la ópera no hay papeles pequeños: hizo frente con gracia a una producción que le exige muchísima escena, mostrando además una voz hermosa, bien proyectada, de agudo fácil y bien emitido, y sacando todo el partido posible de su papel, presente en los concertantes y notable en su arietta con coro del segundo acto. Tuvo, como todos, su merecida ración de aplausos.
El público variopinto que llenaba el teatro -con mucha presencia joven y atenta el día del reparto alternativo- disfrutó mucho, aplaudió generosamente y rió los gags de unas funciones que, en ambos casos, han de considerarse un éxito bastante importante, con muchos puntos de interés. Y, al fin y al cabo, de eso se trata.
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