Libros y Partituras

No es otra biografía más

Raúl González Arévalo
jueves, 21 de abril de 2011
Rubén Amón, Plácido Domingo. Un coloso en el teatro del mundo, Madrid, Planeta, 2010, 414 pp.
0,0003159 El libro del periodista Rubén Amón no es otra biografía más sobre Plácido Domingo. De hecho, no se puede encuadrar exactamente en ese género literario, pues si bien es cierto que hay numerosos aspectos biográficos, en realidad la óptica adoptada es la de encontrar la explicación al fenómeno en el que se ha convertido el tenor madrileño. La efeméride del septuagésimo cumpleaños -acabando con las especulaciones sobre su nacimiento- es una buena excusa y un momento adecuado para hacerlo.

Personalmente habría preferido un acercamiento más crítico; las limitaciones son evidentes dada la simpatía que inspira al autor el cantante, que además ha “autorizado” el libro, al que contribuye con conversaciones personales y del que afirma que revela hechos inéditos de su trayectoria vital. La relación directa entre ambos impide tomar la distancia necesaria para una exposición más imparcial, y aunque no dejan de recogerse críticas, generalmente no las formula el propio Amón.

Así pues, de entrada que se olviden todos los que buscan un tratamiento musicológico o musical de Domingo. Amón ha optado por la vía del acercamiento periodístico y multidisciplinar. Ahí está la fuerza y el límite de su propuesta. La fuerza porque constituye una óptica novedosa que va más allá del tenor madrileño para trazar una radiografía del lugar de la ópera y sus mitos en la cultura globalizada actual. El límite porque sin ahondar en los méritos y menos méritos estrictamente musicales de su carrera resulta imposible que alguien no informado pueda valorar de manera justa el reconocimiento generalizado al logro profesional de Domingo en ámbito en torno al que se desenvuelve su carrera profesional: la ópera.

Resultan muy interesantes los dos primeros capítulos (‘El fenómeno: Il tenore è arrivato’; ‘El mito, de principio a fin’) en los que se busca analizar las razones sociológicas del fenómeno dominguista, así como las causas de su inmensa popularidad. Para ello se intenta contextualizarlo en el marco mediático y cultural que lo ha convertido en icono de la cultura popular, trascendiendo los límites restringidos de la música culta. Se recurre además a su inmensa capacidad de trabajo, su ubicuidad, su dimensión humana e implicación frente a grandes catástrofes, canalizando la vena filantrópica, para establecer las bases que han conformado la figura del gigante.

Relacionado con ellos prosigue el tercer capítulo (‘Si Caruso levantara la cabeza’). Era inevitable entrar en la discusión sobre hasta qué punto es válida su consideración como el mejor tenor de la historia, sobre todo a la luz de la rivalidad abierta con Pavarotti en la década de 1980. Se recurre a entrevistas de prensa, críticas y testimonios de colegas. Incluso a lo inabarcable de su repertorio. Es aquí donde el melómano conocedor echará de menos un acercamiento más crítico, pues si bien es cierto que ha hecho propio un personaje tan carismático como el Otello verdiano y que ha agrandado el mito incorporando el aura mística de ciertos papeles wagnerianos, no es menos cierto que no hay un análisis profundo de las dificultades musicales que comporta su interpretación (más allá de la resistencia que requieren o, si acaso, de la tesitura), ni un acercamiento crítico a los resultados obtenidos por Domingo a partir de sus medios. Pondré varios ejemplos.

Se cita como un hito el ‘Giuliano’ recientemente grabado en la ópera I Medici de Leoncavallo (DG, 2007), compuesto para el creador del Otello verdiano, Tamagno, sin que se mencionen las dificultades que le supone el papel aun entre las paredes del estudio, y que no dejan de rebajar el resultado final, sacado adelante con fuerza de voluntad titánica y el talento de siempre. Se cita el repertorio francés como exponente de su versatilidad, pero ciertamente no se pueden equiparar los resultados de Werther (Massenet) con los de Faust, ni este último con Roméo (Roméo et Juliette), por quedarnos con un solo compositor, Gounod. Lo mismo ocurre con Meyerbeer: Vasco da Gama (L’Africaine) está infinitamente más conseguido y era más adecuado a sus medios respecto a Jean de Leyde (Le prophète). El belcanto no comparece siquiera en el análisis (se repiten Puccini, Verdi y Wagner). No se trata de demostrar el refrán de que quien mucho abarca poco aprieta, pero los resultados no han sido homogéneos en todos sus papeles a lo largo de la carrera. Otra cuestión es que el magnetismo carismático y la musicalidad innata deriven en resultados sorprendentes e incluso interesantes, pero no necesariamente idóneos.

De hecho, Amón ha sido inteligente al confiar el retrato vocal (capítulo ‘Citius, altius, fortius: radiografía de un artista’) a autoridades del calibre de Fussi, el célebre laringólogo italiano, o Ana Luisa Chova, reputada profesora de canto en Valencia, que rebaten el bulo de que Domingo es un tenor “sin técnica”. Es aquí también donde incluye las críticas de plumas tan conocidas como la de Enrico Stinchelli (crítico y conductor del mítico y ácido programa radiofónico italiano La barcaccia), o tan autorizadas como la del llorado Ángel Fernando Mayo. Pero no son críticas del autor, aunque las recoja. De hecho, Amón reconvierte en virtud lo que muchos reprochan al tenor: que cante lo que cante, Domingo es siempre Domingo, con la consiguiente monotonía, y sólo en el caso de Otello o Hoffmann hay una identificación total entre intérprete y personaje. Habría sido la manera de preservarse de un desgaste excesivo.

Menos acertada es la fórmula de denominarlo “tenor o barítono” con cierta insistencia, más cuando el propio Plácido ha reconocido que no pretende abordar los papeles de la nueva cuerda pretendiendo ser lo que no es. Entiendo que es un recurso para incidir en su carácter polifacético pero, una vez más, el autor no se pronuncia sobre la legitimidad ni la oportunidad de abordar ese registro, aunque se haga eco de las críticas recibidas en este sentido, que se verían amortiguadas con el reconocimiento del público y de la crítica al artista.

Con ‘El hombre orquesta’ Amón defiende la faceta de director que no pocos han tachado de oportunista. Y hay que decir que lo consigue con la solvencia de la formación y de los datos aportados, que revelan que no ha sido un mero capricho que se concediera el divo. Otra cuestión es que no hay demasiadas referencias sobre las críticas obtenidas en esta faceta. En todo caso, no es sobre la labor directorial sobre la que se ha construido el mito. Como tampoco lo es su actividad como director de las óperas de Washington y Los Ángeles, a la que dedica el libro más espacio por las repercusiones que han tenido en el sistema americano, en el que la labor de relaciones públicas y los apoyos son indispensables, revelando el poder de atracción del personaje sobre el del cantante de ópera.

Emerge con particular fuerza su posición pasada y actual en el mundo de la ópera, analizada en ‘Del triunvirato al único cantante único’. Efectivamente, Amón explica con claridad meridiana el origen y el desarrollo de la rivalidad con Pavarotti (en América esencialmente) y, en menor medida por el la menor repercusión mediática, con Carreras (en Europa). Y cómo la enfermedad de este último canalizó la reconciliación de todos, materializada a través del celebérrimo concierto de las Termas de Caracalla. Las respuestas del análisis del fenómeno de masas en el que se convirtió la fórmula son particularmente acertadas, explicadas desde el punto de vista de la mercadotecnia y la sociología.

No menos pertinente son las respuestas sobre su posición actual de tenor único tras la muerte de Pavarotti y la retirada de Carreras, y la falta de sucesores o de rivales. En un recorrido rápido pero eficaz Amón acierta a dibujar el lugar inalcanzable del mito frente a nombres más jóvenes (Alagna, Flórez, Álvarez, etc.), señalando los problemas de intentar alcanzarlo (Villazón), y apuntando a un nombre como posible sucesor, salvando oportunamente las distancias: Kaufmann. Aunque lo cierto es que concluye, acertadamente, que Domingo no tiene ni tendrá sucesor, por la inmensidad de su carrera y por la coyuntura discográfica y mercadotécnica en la que se ha desarrollado, cambiadas para siempre.

Por último, Amón pone de manifiesto el compromiso de Domingo con España, con su cultura, su repertorio y los colegas más jóvenes. No oculta las desavenencias pasadas (Kraus, Caballé), que busca explicar. No se priva tampoco de apuntar hacia las convicciones políticas del coloso y su defensa de los exponentes de la cultura patria -su defensa de la fiesta nacional tras la prohibición de las corridas de toros en Cataluña levantó algunas ampollas- aunque de nuevo lo hace sin emitir juicio alguno, sino a través de testimonios, polémicas y recortes de prensa.

Todo lo escrito hasta ahora no se contradice que nos hallamos ante un libro entretenido y original que busca comprender y explicar por qué Domingo es una figura que ha traspasado barreras y se desenvuelve con soltura tanto entre las élites culturales como entre las clases populares. Sin duda representa y simboliza la cultura de masas contemporánea.
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