Discos

Morton Feldman: suspiro y eternidad

Paco Yáñez
lunes, 9 de mayo de 2011
Morton Feldman: Piano, Violin, Viola, Cello. Aki Takahashi, piano. Mifune Tsuji, violín. Matthijs Bunschoten, viola. Tadashi Tanaka, violonchelo. Dos CDs DDD de 84:39 minutos de duración grabados en el Kloveniersdoelen de Middelburg (Holanda), el 17 junio de 1987. BVHAAST CD 0110/0210
0,0003494 Extraordinario documento sonoro el que nos presenta en primicia mundial el sello holandés BVHAAST, con la grabación del que fue estreno de la última obra compuesta por el norteamericano Morton Feldman (Nueva York, 1926 - Buffalo, 1987). Se trata de Piano, Violin, Viola, Cello, cuarteto concluido el 28 de mayo de 1987, tan sólo tres meses antes de la muerte del compositor, el 3 de septiembre de ese mismo año, y publicado, como todas sus últimas partituras, por Universal Edition.

Del personalísimo universo sonoro que Feldman tejió en su última década de vida, de su ‘radicalidad’ sin concesiones, ya hemos dado cuenta en Mundoclasico.com a lo largo de estos últimos años, en los que a nuestra sección de novedades discográficas se han asomado piezas paradigmáticas del estilo tardío del neoyorquino como las extáticas y bellísimas Trio (1980), Patterns in a Chromatic Field (1981), Three Voices (1982), For Christian Wolff (1986), o For Samuel Beckett (1987).

Entre las últimas obras compuestas por Morton Feldman se encuentra también Piano and String Quartet (1985), pieza con una plantilla muy similar a la de Piano, Violin, Viola, Cello. Sin embargo, y según el compositor confesaba al musicólogo Paul van Emmerik, las intenciones del cuarteto son muy distintas en cuanto al papel del piano con respecto a las cuerdas. En Piano and String Quartet el teclado funciona de un modo más autónomo, cual si fuera una voz ‘anónima’ en relación al cuarteto de cuerdas, de sonoridad homogénea y preponderante. En Piano, Violin, Viola, Cello, por contra, es el piano el instrumento central, mientras que el trío de cuerda ejerce como ‘sombra sonora’, como extensión del discurso pianístico, del cual se expande como un eco en acordes muy ligados de las cuerdas, generalmente apagadas con sordinas y dinámicas en morendo que crean estelas sonoras en disolución a las series y acordes pianísticos, a través del procedimiento de desarrollo por continua ‘microvariación’ tan afianzado en el último Feldman. En este sentido, este cuarteto con piano nos remite a la obsesiva y claustrofóbica pieza para ensemble For Samuel Beckett, con sus patrones recurrentes y sus ínfimas transformaciones, en un estilo que resulta una transubstanciación musical de los densos y aparentemente inmóviles textos beckettianos.

El discurso pianístico de Piano, Violin, Viola, Cello se asemeja, asimismo, a piezas tardías para dicho instrumento, como For Bunita Marcus (1985) o Palais de Mari (1986). Feldman en su cuarteto prepara el piano fijando con una presión continua el pedal derecho, lo cual otorgará una perpetua resonancia al teclado, creando un continuum sonoro muy empastado y homogéneo; unidad que se ve reforzada por unas dinámicas muy atemperadas en el piano y en su eco-trío-de-cuerda, cuyo registro tonal se asienta por lo general en el registro grave. Con ello pretendía Feldman crear una suerte de ilusión sinestésica de trasfondos visuales a partir de trasfondos sonoros, algo que nos remite a su concepción artística estrechamente ligada entre música y pintura; vínculos con respecto a los cuales la primordial inspiración que gravitó sobre el neoyorquino fue la de los Color Field Paintings del último Rothko, cuyas nubes pictóricas son una influencia y un modelo decisivo a la hora de estructurar el sonido y sus transiciones más ínfimas.

Los campos sonoros de Feldman, sus nebulosas musicales, como nos señala Wilfrid Mellers en su libro Music in a New Found Land, parecen haber llevado a la música hasta sus límites, al abismo de la extinción. Lo que resta ante el precipicio del no-ser (aquí un no-sonar, ultrapasado el reverberante campo ecoico de un 4:33) es, paradójicamente, una música esencial, unos ‘residuos’ (que diría Beckett) sonoros que albergan en sí toda la música, como epifanía de una eternidad sonora que nos hipnotiza desde estas lacónicas partituras despojadas de todo efectismo, concentradas en los elementos más primordiales, en las bases espirituales del propio hecho musical. De este modo, lo que parece fin de un universo, refleja en sí la extensión infinita del mismo, uniendo alfa y omega en un solo acorde sometido a un proceso de variaciones sin fin, pues a las composiciones de Feldman siempre se tiene esa hipnótica sensación de entrar y salir sin que por ello nazcan o cesen como obras, como ontología sonora, pareciendo vectores constantes, realidades inmutables e imperecederas de las que tomamos y dejamos de tomar parte sin que ellas desaparezcan. De un modo análogo han operado otros creadores en diversas disciplinas: la literatura del citado Beckett, los drippings del también admirado por Feldman Jackson Pollock, el cine de Michael Haneke, las esculturas de Richard Serra; pero en pocos artistas ha fraguado de un modo más explícita esta puerta de entrada a un infinito que es al tiempo suspiro, epifanía, fin y eternidad, como en los campos cromáticos, las simetrías mutiladas, o las memorias triádicas de Morton Feldman.

La interpretación del estreno de Piano, Violin, Viola, Cello corrió a cargo de Aki Takahashi liderando desde el piano una versión que en las cuerdas contó con Mifune Tsuji al violín, Matthijs Bunschoten a la viola, y Tadashi Tanaka al violonchelo. La presencia de Takahashi es toda una garantía, la de quien estrenó y grabó buena parte de la obra con piano de Feldman, que aborda con una serenidad y espiritualidad de ley. He de reconocer que me ha costado algo entrar en la versión que ahora escuchamos, en este sombrío registro a todas luces histórico y realizado con la presencia y asesoramiento del compositor. Contábamos en el mercado con una versión del año 1994 -hoy descatalogada- a cargo del Ives Ensemble, para el sello suizo Hat Hut (hatART CD 6158). Con una duración de 75:50 minutos, y con mejor toma sonora, la lectura de Hat Hut es más viva y refinada, pero también más cercana en sentido y musicalidad a las primeras obras de los años ochenta que al último Feldman, a ese universo en puertas de una paralización existencial, en el que creo que el cuarteto liderado por Aki Takahashi penetra de forma más afín, aunque ello provoque una audición sofocante y opresiva, por momentos nada agradable. Cada uno decidirá qué Feldman soporta o prefiere.

La toma sonora tiene una buena presencia, pero es algo sucia y oscura, sin una definición especialmente nítida. Hay que añadir que la grabación en vivo registra algunas toses esporádicas, así como lo que parecen idas y venidas del público en determinados momentos por la sala, algo muy habitual en la interpretación de las largas partituras de Feldman. El libreto es un tanto escaso, incidiendo en lo histórico del disco.

Este disco ha sido enviado para su recensión por el sello BVHAAST
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