España - Valencia
El día de las emociones
Julián Carrillo

Parece que el domingo 18 era el día predestinado a las emociones de esta edición del Festival de Alicante. Tras el grato descubrimiento matinal de Nadiyama, de Alicia Díaz de la Fuente, la reposición de la producción de Vanitas estrenada en mayo de 2010 en el Teatro Real había suscitado grandes expectativas y el Teatro Principal mostraba una entrada poco acostumbrada en ediciones anteriores del Festival. La representación no solo no las defraudó: la cerrada ovación que se produjo al término de la representación, que se prolongó durante largos minutos, es buena prueba de ello.
Fue como una liberación, como si una gran cantidad de líquido embalsado encontrase en el aplauso y los gritos de ¡bravo! salida para no romper los diques. Y fue así porque, durante la hora escasa que dura la obra, la emoción, que no dio un minuto de respiro, fue de esas que se van espesando en la garganta, endureciéndose como una piedra que solo te deja libre cuando se convierte en lágrima o grito.
La añeja fragancia del dolor
La escenografía de Rita Cosentino crea un ambiente un tanto lóbrego, con una sala que evidencia dolorosamente el paso del tiempo en sus paredes llenas de desconchones y humedades. Entre las dos puertas a través de las que la protagonista intenta llegar del doloroso pasado a un improbable futuro, solo una silla, un lavabo y un cuadro. Elementos decorativos realmente exiguos que permiten concentrar la atención en la música, y en el canto y la actuación de la protagonista.
La proyección de vídeo subraya y acerca al espectador las sensaciones y sentimientos de la protagonista, haciéndolos sentir como propios. Ya sea en su inicial contemplación del cuadro con la calavera y las flores; ya en su acercamiento al lavabo y el viejo espejo desazogado que mancha su reflejo. Y, finalmente, con la lluvia de pétalos que se produce al descolgarlo de la pared hasta otra lluvia, la de esa sangre propia o ajena que se derrama sobre su cabeza cuando cae derrumbada junto a la pared al acabar la representación. El olor a viejo y la sensación de decrepitud de las butacas del veterano Teatro Principal contribuyeron no poco a la sensación de abandono y olvido de la protagonista.
Una canción contra el olvido
En el libro del festival se dice que Vanitas es un gran lied, “con su íntima expresividad, estilizaciones y modulaciones”, que habla de “la imposibilidad de amar, de la transitoriedad de la vida, la fascinación de la noche, la frontera que separa el sueño de la realidad". Si, como también reza el libro, “solo la presencia de la emoción podrá rescatar cualquier recuerdo, cualquier gesto, cualquier palabra de su más rotunda condena: el olvido”, esta edición de Alicante tiene ya algún que otro asidero para la memoria.
Como, por ejemplo, la interpretación de Marisa Martins, que fue soberbia en todos los aspectos de su trabajo. Extraordinaria desde el punto de vista vocal: más que salvar barreras, utilizó la dificultad extrema del canto para realzar su papel. En una actuación memorable vocal y dramáticamente, supo crear una tensión dramática superlativa. Su resistencia física y emocional tienen que ser extraordinarias para soportar y transmitir tanta emoción durante una hora seguida. Al finalizar la función, se llevó con toda justicia las mayores ovaciones de un público totalmente entregado.
Riccardo Bini crea desde el piano una serie de atmósferas sonoras que varían sutil y progresivamente, pero siempre dentro de una gran intensidad emocional, con cambios de luminosidad y color sonoros y con la armonía sugerente con que Sciarrino impone su carácter al canto. El violonchelo de Dragos Balan, voluntaria o involuntariamente, cumplió con la ingrata misión de hacer de barrera de contención emocional, un eco del canto más sonoro que emotivo: casi una explicación. Pero las emociones no se pueden explicar. Solo se sienten o se contagian.
Comentarios