Recensiones bibliográficas

La zarzuela cubana en el patrimonio nacional

Redacción
lunes, 31 de octubre de 2011
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La identidad cultural de un país es algo complejo, que se va formando durante largos períodos y en la cual influyen los más disímiles factores. Sin embargo, a veces con el tiempo algunos de estos factores o manifestaciones se van privilegiando y otros quedan un tanto semiolvidados. Creo que esto ocurrió con lo que suele llamarse “zarzuela cubana”, la cual, a pesar de su presencia indudable durante el siglo XX, quizás se haya visto después como algo minoritario y demasiado dependiente de modelos foráneos, que sólo subsistía a través de unas pocas obras.

En un empeño por demostrar sus verdaderas historia e importancia, Enrique Río Prado ha escrito un voluminosos libro (708 páginas) publicado bajo el sugerente título de La Venus de bronce. Una historia de la zarzuela cubana (La Habana, Ediciones Alarcos, 2010). Debe destacarse que el autor entiende como “zarzuela cubana” toda manifestación de arte lírico “que en su desarrollo dramático alterne escenas habladas y escenas cantadas”, sin prestar mayor atención a las distintas denominaciones que los autores han solido darle (sainete, opereta, revista, juguete, apropósito, etc.). Así opone el término “zarzuela” al de “ópera”, entendida esta ultima como la manifestación del arte lírico totalmente cantada.

Lo anterior lleva al autor a buscar sus manifestaciones iniciales en el género bufo, primero, desde los tiempos de la colonia, y ya en el siglo XX, en lo que llama “el período Alhambresco”! referido al famoso teatro para hombres solos que se derrumbó en 1935 y marcó toda una época del teatro cubano. Particular atención merece en el texto el período en que específicamente se desarrolla la zarzuela cubana, a partir del estreno de Niña Rita en 1927, con la creación de numerosas obras que tuvieron el favor del público. Un cuarto período se contaría entre 1959 y 1970, cuando algunas manifestaciones se mantienen, pero sin la abundante creatividad del período anterior.

Los capítulos primero y segundo titulados, respectivamente, “Origen y primera evolución. Los bufos cubanos” y “El período Alhambresco” hacen una indagación precisa y sintética que retoma las más autorizadas fuentes al respecto para establecer un proceso de desarrollo y características que nos permiten conformar una clara visión al respecto. Aunque el autor maneja bien la bibliografía existente sobre la temática, quizás no tan abundante como debiera, y en la que se destacan nombres como Rine Leal, José Antonio González y Eduardo Robreño, sus fuentes más novedosas provienen de la minuciosa revisión que realizó en publicaciones de la época y que dotan a todo el texto de una gran riqueza informativa.

Esto se pone más de manifiesto en los capítulos que dedica a lo que llama “zarzuela de nuevo tipo”, que llega a tener todo el sabor de un redescubrimiento. Al haber ocurrido su mejor momento durante la década del treinta, sorprende la desfigurada visión que sobre ella se ha tenido hasta ahora. Pienso que sufrió ese olvido que ciertas épocas, muy recientes y conocidas para una generación, llegan a resultar muy borrosas para la siguiente. Y también porque en esa década se produjeron acontecimientos sociales, políticos y económicos tan fuertes que hacían relegar a planos menores las manifestaciones culturales del momento.

Por eso sorprende todo el coherente y brillante esplendor que tuvo el género durante esa época, particularmente en la ciudad de La Habana, y del cual surgieron no sólo obras muy notables sino también una pléyade de artistas destacados, muchos de los cuales permanecerán vigentes durante las décadas siguientes. Aquí el autor afila tanto el ahínco investigativo como el juicio sólido y casi siempre sereno, para apreciar aquel momento, sin caer en ditirambos o críticas negativas, cosa de las que habían solido padecer sus evaluaciones hasta el presente.

Resulta de veras atrayente la forma que el autor revive aquella época, en donde figuras, obras y hechos se suceden en un animado escenario, que tiene las virtudes del historiador y del narrador. Divide el periodo en dos momentos conectados con teatros específicos, primero con el Regina y el Payret, y luego con el Martí. Es en este último momento cuando tenemos la certeza del importante papel que ocupa ese género en la conformación de nuestra actual identidad nacional. Que se ha mantenido, muy en especial a través del favor y hasta, pudiéramos decir, culto, a esa arquetípica zarzuela cubana llamada Cecilia Valdés.

Pero el autor no se contenta con “contarnos” la historia del género, sino que incide en cuidadosos análisis y valoración del mismo. Así en el capítulo V se detiene en sus características, estructuras y temas. La amplia cultura del autor en el campo musical le permite establecer paralelos con la ópera y la zarzuela española. Muy interesante resultan sus indagaciones acerca de la presencia del costumbrismo y del “choteo”, aunque respecto al evidente sustrato del género relacionado con nuestras raíces africanas aún queda mucha tela por donde cortar.

En el capítulo VI, “La Venus de bronce”, que da título a todo el libro, se hace un análisis y comentario sobre tres obras señeras del género: María la O de Ernesto Lecuona, Cecilia Valdés de Gonzalo Roig y Amalia Batista de Rodrigo Prats. No se olvida de la evolución de la zarzuela cubana en las últimas décadas, que incluye un fichaje de 22 puestas en escenas de Cecilia Valdés entre 1965 y el 2003, con lo que prueba la obra su vigencia. Respecto a algunas representaciones recientes, con intentos de “actualización”, el autor se muestra partidario de no transgredir el estilo del género, pues “no debiera aspirarse a que sus código expresivos tiendan a una universalización conceptual y estética que no estuvo jamás entre los objetivos de sus creadores, ni siquiera en sus títulos más ambiciosos”.

En las “Consideraciones finales” el autor expone algunas de las ideas generales que se desprenden de su ardua labor, como la presentación del carácter del cubano en el teatro popular, la crítica retrospectiva que se le ha dado al teatro popular cubano y la asimilación del estilo vernáculo en la dramaturgia nacional, tema este último propicio para una investigación específica más amplia. Pero el autor, con lo mucho que ha dicho, sabe que no tiene la última palabra, y por eso termina su texto con “Recomendaciones para futuras indagaciones”.

Del total de páginas del libro, más de 400 están dedicadas a un riquísimo material complementario, distribuido en “Documentos” y “Anexos”. En los documentos se incluyen textos aparecidos en publicaciones periódicas, cuyo actual mal estado hace recomendable su salvación. Incluye crónicas de puestas en escenas, así como polémicas, una carta de Gonzalo Roig, el texto de un decreto oficial, un acápite sobre las primeras grabaciones de zarzuelas cubanas y el catálogo de las obras teatrales de Manuel Mauri Esteve. No menos ricos resultan los anexos, con el repertorio de la compañía de zarzuelas cubanas del teatro Martí y múltiples fichas biográficas de los compositores, libretistas, intérpretes y realizadores. Todo el esfuerzo investigativo del autor se pone de manifiesto en una amplísima bibliografía, que de por sí misma constituye un material de inapreciable utilidad. Tampoco puede pasarse por alto la inclusión de abundantes e interesantes ilustraciones, generalmente reproducidas en forma aceptable.

Respecto al título del libro, el autor recuerda como José Dolores Pimienta, en la famosa novela de Cirilo Villaverde, le dedica su contradanza Caramelo vendo a Cecilia Valdés, la “Virgencita de bronce”. Sin embargo, agrega que las protagonistas femeninas de nuestras zarzuelas “distan en gran medida de ser cándidas vírgenes, muy al contrario, resultan extraordinarios símbolos sensuales”, de ahí el título del libro “que resume el cálido erotismo de nuestras latitudes”. Quede pues, a su honor y gloria, como símbolos de una estimable contribución al patrimonio cubano, este monumental libro de Enrique Río Prado.

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