España - Euskadi
Romanticismo a la francesa
Javier del Olivo
En un corto período de tiempo, la ABAO (Asociación Bilbaína de Amigos de la Ópera) ha puesto sobre el escenario del Palacio Euskalduna dos obras que sin duda podríamos situar en el movimiento romántico del siglo XIX. Si en octubre podíamos presenciar esa cumbre del romanticismo alemán que es Tristán e Isolda, esta vez ha sido Romeo y Julieta, de Charles Gounod, de la que hemos podido disfrutar. Estrenada dos años después de la obra de Wagner (1865 la primera, 1867 la segunda), se enmarca dentro de la llamada Grand Opéra francesa, incorporando el gusto burgués y aristocrático del Segundo Imperio, y que se caracterizaba por lo que hoy podríamos llamar grandes producciones, con una partitura bastante extensa, en la que no podían faltar varios números de ballet (suprimidos en esta representación).
Si es conocida la influencia de los maestros de este modelo operístico, Meyerbeer y Auber en el Wagner más joven, ya en Tristán sus caminos se habían separado bastante. Pero la ópera de Gounod sí que es fiel a la tradición francesa, y nos presenta, bebiendo en la tragedia shakespeariana, la historia de amor juvenil que se enfrenta a la intransigencia del mundo que la rodea. No me voy a extender sobre el argumento, porque es sobradamente conocido. Sí decir que el toque de Gounod aligera el drama, y aunque el final es el mismo, la sensación que tiene el oyente es menos agria. Indudablemente esto se debe a una música de gran belleza que traza con pinceladas finas y marcadas la trayectoria de los enamorados y las tensiones familiares que les envuelven.
Muy bien servida fue la música del compositor galo el pasado sábado, 19 de noviembre. En primer lugar, por dos protagonistas de campanillas, y en segundo, por un director y una orquesta que dieron la mejor noche operística en lo que llevamos de temporada.
Patricia Ciofi es una cantante admirable en su entrega en el escenario. A lo largo de la representación dio todo lo que llevaba dentro, tanto vocal como actoralmente, destacando, como su compañero de reparto, en el cuarto y quinto actos. Su voz se adaptó perfectamente a la partitura, destacando sus espléndidas agilidades en su monólogo 'Amour, ranime mon courage'. Dibujó con sus grandes dotes de actriz una Julieta joven, inocente, pero decidida ya a buscar su destino. La voz fue proyectada perfectamente en el terrible espacio del Euskalduna, y dominó toda la tesitura del rol sin problemas.
Momento de la representación: Bros y Ciofi
© 2011 by E. Moreno Esquibel
El Romeo de José Bros resultó más flojo actoralmente en comparación con su compañera, aunque en el final de la obra estuvo muy convincente. Su voz corrió sin problemas por el teatro, y su legato impresionó en más de un pasaje. A destacar, también, su elegancia innata al cantar este papel, la nobleza de su fraseo. No estuvo tan brillante en sus agudos, que, aunque lanzados con gran potencia, fueron desabridos, temblorosos y con evidentes deficiencias. Eso no empañó un estupendo trabajo a lo largo de toda la obra, y que tuvo su cenit, como ya se ha dicho, en los dos últimos actos.
Roberto Tagliavini debutaba en las temporadas de la ABAO y demostró ser un bajo con una bella voz, que sacó partido de su agradecido papel de Frère Laurence, aunque se echó de menos una zona grave de más calado. Pizpireta y juvenil se mostró Mary Ann Stewart en su travestido papel de Stéphano. Su aria es de lucimiento, y la resolvió con gran solvencia. Muy correcto, sin destacar, el Capulet de James Creswell, y bastante más flojos pero profesionales, el Mercutio de Daniel Belcher y el Tybalt de Jon Plazaola. Poco se pudo lucir Itxaro Mentxaka en su corto papel de Gertrude. Correctos también tanto el Duque de Fernando Latorre como el Páris de Asier Sánchez. Muy bien el debutante Alex Sanmartí como Grégorio.
Momento de la representación
© 2011 by E. Moreno EsquibelEn esta ópera el coro tiene momentos de gran lucimiento, y el Coro de Ópera de Bilbao los supo aprovechar. Como siempre, muy bien dirigido por Boris Dujin, supo matizar cuando era necesario, sonó empastado y con una perfecta afinación. Una estupenda noche para ellos.
La más agradable sorpresa de la representación estuvo en el foso, donde debutaba el joven director Josep Caballé-Domenech. El maestro catalán dio una lección de cómo se debe dirigir una ópera. Estuvo siempre atentísimo a sus cantantes, dando todas las entradas. Muy acertado en los tempi, fue perfecto controlador de una espléndida Orquesta Sinfónica de Navarra, que dio todo lo que exigía el director. Una vez más, se evidenció que un pilar básico de una representación operística es la dirección musical. Caballé-Domenech contribuyó fundamentalmente al éxito de la noche.
Momento de la representación
© 2011 by E. Moreno EsquibelLa producción, fruto de la colaboración de los teatros de ópera de Lausana, Lieja y Marsella, y firmada por Arnaud Bernard, es tan sencilla escenográficamente que a veces roza lo rácano, como en la escena de la celda de Fray Lorenzo. Pero, en conjunto, resulta agradable, con sus tonos blancos y su aire renacentista, y acierta plenamente en el último acto. Apoyada en una excelente iluminación de Patrick Mèeüs, y en un vestuario clásico de Bruno Schwengel, que también firma la escenografía, la dirección de actores da movimiento a toda la trama (casi excesivamente en los números de espadachines que acompañan las luchas entre Capuletos y Montescos), pero al final se agradece la fidelidad al ritmo que marca la partitura.
El público aplaudió con entusiasmo, tanto a lo largo de la obra como, sobre todo, ante la aparición de los dos protagonistas y del director musical y el saludo de la orquesta. La ABAO se ha apuntado un triunfo.
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