España - Cataluña
Antimelancholia
Jorge Binaghi

El cometa que llega (y no pasa nada), o no llega, o pasa de largo (lo más probable) es lo más opuesto a lo que ocurre en el último gran film de Lars von Trier o en el no menos genial pero menos pesimista de Terrence Malic (El árbol de la vida). Pero en cualquier caso, tanto el texto original de Michel de Ghelderode como los dos posteriores acercamientos de Ligeti al tema, parecen demostrar que hace tiempo nos venimos preocupando, en serio y en broma (o sea, todavía más en serio) por nuestra segura mortalidad y la cada vez más segura (y al parecer inminente) de nuestro planeta. No que nos sirva de mucho en nada, como está a la vista y no me pongo a dar ejemplos.
Ya había visto, salvo cambios menores en los intérpretes de algunos personajes, esta producción y este elenco en 2009 en Bruselas y había dado cuenta aquí mismo de aquel estreno [leer reseña]. No pienso decir nada contrario, por lo que básicamente me ceñiré a repetir lo que escribí entonces y considero aún pertinente. Añadiré que esta vez, pasada la primera sorpresa, me pareció superior (no sólo en lo musical y dramático sino en lo escénico) la segunda parte de la obra que la primera, más variada y más acabada. Asimismo habrá que decir que Boder, un director por el que no siento particular admiración (y en los títulos más ‘tradicionales’ decir eso sería un eufemismo de mi parte), suele dar lo mejor de sí en este tipo de repertorio y en consecuencia la orquesta del Teatro se luce mucho más. El coro estuvo muy bien, como siempre. La pareja de amantes formada por Moraleda y Puche fue muy buena en ambos casos, tanto en lo escénico como en lo vocal, y lo mismo vale para el caricaturesco par de ministros de Vas y Butteriss.
Por lo demás, me repito: “El video que abre y cierra esta producción del único título de Ligeti (en su versión revisada en inglés) parecería una publicidad de este tipo. Es lo único que no me acabó de gustar -sobre todo por algunos ruidos y gestos innecesarios (como el tirar la cadena del váter al final, sobre la música)- del impresionante (por tantos conceptos) montaje de La Fura dels Baus, sumamente ingenioso y de gran despliegue técnico. Además, y contrariamente a lo que ha ocurrido con ‘su’ Flauta mágica (la de Mozart parece otra cosa), el repertorio del siglo XX se ajusta como anillo al dedo de la fantasía e ideas atrevidas y potentes que suelen desplegar venga o no a cuento. Aquí viene. Y bien distinta a la de Sellars en Salzburgo y a la que sirvió en Bélgica para el estreno absoluto (en Amberes, Ópera de Flandes), es tal vez la más ‘independiente’ y más ‘original’ respecto del magnífico texto de Ghelderode […]. Los decorados (básicamente la compleja muñeca articulada tamaño más que natural que se basa en la protagonista del video que tras consumir compulsivamente comida basura se encuentra mal y ‘ve’ esta pesadilla que concluye cuando puede expulsar del modo más natural tanta causa de males) funcionan como un reloj […], el vestuario es apropiadísimo para cada uno de los improbables personajes o ‘tipos’, una fiesta de colores y además bien combinados. Para qué hablar de las magníficas luces y de los efectos especiales de una hecatombe mundial que finalmente no se produce porque la falta de costumbre del ‘Gran Macabro’ al alcohol hace que se le pase la hora del fin del mundo. La exageración es adecuada para un borrachín marginal, un filósofo dominado por su ninfómana mujer, un príncipe inmaduro y neurótico rodeado y manejado por su paranoico jefe de policía y sus dos inútiles, envidiosos y parlanchines ministros. Los amantes (o genitales, según lo que se elija) están siempre aparte de toda esta sinrazón aprovechando cada momento que pueden para hacer el amor (ellos son los que triunfan según la moraleja final a la siglo XVIII que todos cantan frente al telón -y el video- la moral de ‘disfrutemos ahora ya que no sabemos cuánto duraremos’).
La música es eficaz, alocada y desnortada como la Brueghelandia en la que los amigos Piet the Pot y Astradamors (nombres bien parlantes, como el resto) se unen al protagonista Nekrotzar en lo que debería ser la visita final antes de que todo acabe. Que el amor que existe, aparte del de los jóvenes, es perverso y degradado se encarga de demostrarlo la voraz Mescalina con la ayuda de Venus (aquí la misma intérprete del jefe de policía Gepopo, la valerosa coloratura Hannigan, que tiene mucho y muy difícil que cantar, y lo hizo muy bien). Chris Merritt utiliza lo que le queda de voz de manera convincente para su borrachín dejado (y en esta oportunidad la voz pareció más clara y libre que en Bruselas), Van Mechelen demuestra toda su capacidad vocal e histriónica en el protagonista ‘mortífero’, y es un placer comprobar que Frode Olsen parece recuperado en su calidad de bajo en el filósofo (además de exhibir un liguero rosa seductor en sus largas piernas escandinavas). Quizás la palma de la caracterización se la lleve Ning Liang en la libidinosa esposa, aunque en esta ocasión el volumen resultó muy disminuido (no su prestación escéncia). Asawa, un cantante ya veterano para ciertas lides (Haendel, por ejemplo), encuentra en Go-go un papel a su medida, aún más que Merritt.
Tengo que agregar que la afluencia de público fue masiva en Bruselas y menos aquí, y los cerrados aplausos que provenían de las localidades altas y de un par de grupos no muy numerosos eran seguidos con mucho menos fuerza y convicción por los demás sectores del teatro (incluso en las mismas localidades altas). Hubo ya al principio asientos vacíos, cosa que se acentuó en la segunda parte y un final donde muchos desfilaron precipitadamente en cuanto bajó el telón.
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