España - Canarias

Inmoderado

Sergio Corral
miércoles, 21 de diciembre de 2011
Andrés Orozco-Estrada © Martin Sigmund | OCNE Andrés Orozco-Estrada © Martin Sigmund | OCNE
Las Palmas de Gran Canaria, viernes, 9 de diciembre de 2011. Auditorio Alfredo Kraus. Johanne-Valérie Gélinas, flauta. Catrin Mair Williams, arpa. Orquesta Filarmónica de Gran Canaria. Andrés Orozco-Estrada, director. Zoltán Kodály, Danzas de Galanta. Wolfgang Amadeus Mozart, Concierto para flauta, arpa y orquesta en Do mayor, K. 299. Ludwig van Beethoven, Sinfonía nº4 en Si bemol mayor, op. 60. Temporada 11/12 de la Orquesta Filarmónica de Gran Canaria
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Asistimos a un concierto con altibajos y también a la excepcional ocasión de presenciar la labor de una estrella emergente dentro del mundo de la dirección. Pese a quien le pese, la música clásica es un ente vivo que constantemente se renueva en el ámbito de la interpretación. Las notas del pentagrama dicen una y mil cosas al mismo tiempo, son el medio en base al cual se desarrolla el arte de músicos y directores.

Unas cualidades características de la juventud como el ímpetu y la vitalidad son aportadas por los nuevos directores a partituras que se ven así renovadas bajo una perspectiva a contracorriente. Bien, en este sentido, estuvo Andrés Orozco-Estrada cuando afrontó las Danzas de Galanta extrayendo de la orquesta un brillo y un brío acertado para disfrute de todos. Como también sucedió en el ‘Rondo-Allegro’ del concierto mozartiano, o en los ‘Allegro vivace’ del primer y tercer movimiento de la Cuarta Sinfonía de Beethoven, con lo que hubiese contribuido a dotar de su verdadero carácter a la denostada obra del genio de Bonn.

Decimos “hubiese” porque aquí entró en juego, para demérito del maestro colombiano, ese posible hándicap característico e inherente a la juventud como es la carencia de templanza y aplomo -cuando es necesaria- que no consta en la partitura, sino que se adquiere con la madurez que da el tiempo y que permite ahondar mucho más en los entresijos de la obra en cuestión.

Esta carencia fue palpable en el planteamiento de la dinámica en los dos primeros movimientos del Concierto para flauta de Mozart, y en el segundo de la obra beethoveniana.

Pese a la gran compenetración de Johanne-Valérie Gélinas y Catrin Mair Willians, con alguna que otra salida de tono en las notas altas de la flautista, y a pesar de la persistente tos de un respetable impresentable, las innumerables sutilezas de las que está plagado el K. 299 no terminaron por cuadrar en la dinámica planteada por Orozco-Estrada. Así, el ‘Allegro’ inicial fue una sucesión de momentos brillantes e inconexos entre sí a cargo de las solistas, y el ‘Andantino’ un gran tejido que poco a poco se iba deshilvanando hasta perder consistencia.

Lo mismo podemos decir del segundo movimiento de la sinfonía, parecía que la ardua labor llevada a cabo durante la construcción del ‘Adagio- Allegro vivace’ inicial quedaba en agua de borrajas ante un tempo carente de alma, inane, sin lustre, mero trámite.

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