Montecarlo

Un acierto y buenas intenciones

Jorge Binaghi
jueves, 5 de enero de 2012
Montecarlo, domingo, 13 de noviembre de 2011. Opera (Auditorium Grimaldi- Salle des Princes). Mefistofele (versión revisada, Bologna, Teatro Comunale, 4 de octubre de 1875), libreto y música de A. Boito. Puesta en escena: Jean-Louis Grinda. Escenografía: Rudy Sabounghi. Vestuario: Buki Shiff. Intérpretes: Erwin Schrott (Mefistofele), Fabio Armiliato (Faust), Oksana Dyka (Margherita), Mirella Gradinaru (Elena), Christine Solhosse (Marta/Pantalis) y Maurizio Pace (Wagner/Nereo). Coro de la Ópera de Montecarlo, de la Ópera de Niza y Coral de la Academia de Música de la Fundación Rainier III de Montecarlo (preparados por Stefano Visconti). Orquesta Filarmónica de Montecarlo. Dirección de orquesta: Gianluigi Gelmetti
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Nunca creí acumular tantas representaciones de esta ópera, siempre considerada difícil y nunca definitivamente aceptada como parte estable del repertorio pese al afecto por los tres principales personajes de algunos notables cantantes. Ya había visto prácticamente idéntica esta producción en Lieja, por lo que deduzco que al director de la Ópera de Montecarlo, Jean-Louis Grinda, le interesa en modo particular y la propone en cada teatro que dirige. Hace bien. Vale más la pena insistir en este tipo de títulos que reiterar los de siempre si no se tiene la seguridad de que valgan la pena. Comenzaré, pues, por su propuesta escénica, diciendo lo mismo que me había parecido en su momento: “Pese a alguna caída inevitable en el acto griego, algún aquelarre demasiado discreto y modoso, y algunas soluciones mágicas demasiado sobrias (final del primer acto) o alguna ‘modernización’ del casi imposible acto segundo, estuvo extraordinario en el prólogo, el acto de la cárcel y el breve final, y los movimientos de masa estuvieron por lo general muy bien resueltos”.

Elegir en cambio los artistas es siempre difícil. Aquí hubo lo que dice la segunda parte del título de la reseña: buenas intenciones. Algunas más cercas de la materialización que otras.

Gelmetti es un buen director aunque tendió a la uniformidad y prefirió los ‘fortes’, aunque a la obra le sientan bastante bien, e hizo lucir a la orquesta. El coro (y el coro de niños, tan importante) fue nutrido y un buen puntal del espectáculo.

 

Sobre el Fausto de Armiliato sólo diré que fue consternante desde la primera nota. No hubo anuncio, pero pareció realmente indispuesto por lo que prefiero no insistir en lo que de todos modos fue algo parecido a una pesadilla. La de Dyka es una voz enorme y no tenía ninguna necesidad de que nadie la ayudara a hacerse oír. Pero, densa y oscura, sin ninguna flexibilidad, sin interés por las medias voces ni capacidad para el trino, su Margherita resultó intrascendente y fuera de foco. Tal vez habría resultado mejor como Elena de Troya, confiada en cambio a Gradinaru, una voz que, sea de soprano o mezzo (no logré decidirme en todo su acto), cumple discretamente con una figura poco adecuada; o sea que no hay ningún relieve y por lo tanto no se puede considerar su labor suficiente. Los comprimarios estuvieron bien, sobre todo Solhosse.

 

 

En realidad, el único artista de verdadero relieve (primera parte del título) fue Schrott en su debut en el rol del diablo. La voz sonó poderosa y bella, se movió con su usual maestría y despreocupación, cantó bien y dijo mejor. Seguramente lo afinará más en el futuro (no me convencieron sus innovadores ‘no’ en otras lenguas en su aria ‘Son lo spirito che nega’ y hubiera deseado más volumen -y una colocación menos lejana- en la primera estrofa de su ‘Ecco il mondo’ que fue en cambio magistral en la segunda, como lo fueron sus otras intervenciones y señaladamente en el famoso y magnífico prólogo de la ópera), pero lo que tuvimos aquí fue ya un Mefistofele con todo lo necesario. No es poco.

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