República Dominicana
Un Plácido amor por Santo Domingo
Antonio Gómez Sotolongo

Casi una década después volvió Plácido Domingo, el Rey de la Ópera, a convocar al público en la Sala Principal del Teatro Nacional, pero esta vez ya nada fue igual que en su debut. En 2002, la Orquesta Sinfónica Nacional, junto a su titular, el maestro Álvaro Manzano, preparó meticulosamente el programa durante unas dos semanas, pero además, el conjunto estaba en sus aguas, porque durante los meses previos a aquel gran acontecimiento los músicos habían tenido en sus atriles un repertorio contundente, de obras demandantes que colocaron a la institución en uno de sus mejores momentos artísticos. Entonces la Orquesta gozaba de una salud musical excelente, y eso se pudo notar en los resultados de aquel concierto.
Sin embargo, para la velada del pasado 4 de diciembre de 2011 fueron insuficientes los cuatro ensayos. Mucho esfuerzo, mucha tensión sobre los músicos y un trabajo casi al límite de Ramón Tebar, quien debió prestar mucha atención al conjunto para poder ensamblarlo. Solamente el pundonor y la capacidad de respuesta del conjunto permitieron una noche de grandes emociones, de alegrías desbordadas y ningún sobresalto indeseado.
Tampoco fue Plácido el mismo, aquellos hilos de plata en su voz se han multiplicado y con sus siete décadas cumplidas, es el amor por lo que fue lo que estremece al auditorio, es la capacidad que tiene el Rey para embrujar a todos, es su desbordante amor por lo que hace, por lo que dice y la inigualable ofrenda que hace al cantar cada frase, al construir con sonidos, a veces craquelados, un trepidar de sensaciones. Plácido es un artista y de ello dejó constancia nuevamente.
El auditorio estuvo repleto como pocas veces y en los rostros hubo lágrimas y risas, hubo aplausos y gritos, solicitudes y una gran complicidad con el gigante, a quien todos aman y amarán por lo que fue, por lo que es y por lo que será.
La gran belleza en las voces de Íride y Nancy Fabiola, y la depurada técnica de ambas, propician, junto a la maestría de Plácido, una extensa gama de colores que se traducen en emociones. Ellos tres van colocando, como en un lienzo, sus timbres y consiguen que cada aria, romanza o dúo ocupe un espacio en el ritmo del concierto.
El final del programa, como no podía faltar, Plácido lo hizo con No puede ser, pero entonces llegaron las propinas, que fueron varias, pero la más sentida quizás fue Por amor, que el Rey dedicó con mucho cariño a Niní Caffaro, quien estrenó la pieza hace ya varias décadas, y a su autor Rafael Solano, quienes estaban en el público.
La última presentación de Plácido en Santo Domingo será memorable como las tres anteriores, será recordada por su eterno amor a la música y a esta ciudad, y sería maravilloso si a algún patrocinador se le ocurriera traerlo la próxima vez a dirigir una ópera o una zarzuela, géneros que tantas joyas han dado a la corona del Rey, así se reviviría un espectáculo que desapareció de los escenarios dominicanos hace más de un lustro a pesar de tener aquí un público que siempre desborda la sala. Sería grandioso ver a Plácido dirigiendo en ese mismo escenario una puesta de Madame Butterfly. Ojalá.
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