Costa Rica

Muchas notas, poca sustancia

Andrés Sáenz
miércoles, 6 de junio de 2012
San José de Costa Rica, viernes, 18 de mayo de 2012. Teatro Nacional. Adonis González, piano. Orquesta Sinfónica Nacional (OSN). Director emérito: Irwin Hoffman. Wolfgang Amadeus Mozart, Sinfonía N° 35 en re mayor KV 385 Haffner. Adonis González, Cimarrón. Serguéi Prokófiev, Concierto N° 1, en re bemol mayor, para piano y orquesta opus 10. Maurice Ravel, La Valse. IV Concierto de la Temporada oficial 2012
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El cuarto concierto de la temporada oficial de la Orquesta Sinfónica Nacional (OSN), efectuado el viernes 18, en el Teatro Nacional (TN), ante una asistencia poco numerosa, estuvo a cargo del director emérito del conjunto, maestro Irwin Hoffman.

En su debut costarricense, el pianista y compositor cubano-estadounidense Adonis González actuó como solista y estrenó el piano de marca Fazioli adquirido en fecha reciente por el Centro Nacional de la Música, y entregado en préstamo al TN.

González

Al final de la primera mitad de la función, Adonis González brindó dedos ágiles a una lectura enérgica y rítmicamente cumplida, bien que bastante golpeada y carente de matices, del Concierto N° 1 en re bemol mayor para piano y orquesta, opus 10, de Serguéi Prokófiev (1891-1953), figura relevante del modernismo ruso-soviético.

Las inusitadas disonancias de la obra causaron polémica en el estreno moscovita, acaecido en 1912, con el compositor de solista. Sin embargo, la música revela mucho más que el propósito juvenil pour épater les bourgeois. Es de notar que la configuración de la pieza exhibe también una novedosa unidad formal: aunque dispuesta aparentemente en los tres movimientos convencionales, estos integran una totalidad en forma sonata, y crean la impresión de un movimiento único con distintos episodios.

Hoffman y la OSN acompañaron de modo puntual, pero en la conclusión faltó equilibrio entre el piano y la orquesta, que tapó por completo al solista.

Como propina, Adonis González obsequió La comparsa, de Ernesto Lecuona.

Al inicio de la segunda mitad, González también fue el solista en el estreno costarricense de su propia composición, Cimarrón, que él describe como un poema sinfónico afrocubano para piano y orquesta.

El poema sinfónico es un género orquestal, hoy caído en desuso, pero muy relevante en la música romántica y posromántica de los siglos XIX y XX. Es música programática, es decir, busca la ilustración sonora de fuentes extramusicales, por ejemplo, un poema u otra obra literaria o pictórica; o un personaje histórico o ficticio; o un paisaje o elemento natural.

El título de la pieza alude al esclavo que escapa en busca de la libertad, y la música intenta una descripción de su fuga. González emplea melodías del culto yoruba y ritmos afrocubanos, sustentados por una amplia sección de instrumentos de percusión.

Al comienzo, la trompa enuncia el tema del dios Yoruba, deidad que abre los caminos, y da paso al primero de los tres movimientos, con la huida del esclavo evocada por rápidas escalas y fuertes octavas del piano y el respaldo fortísimo de la orquesta, a un nivel estrepitoso de decibelios. Sigue una sección central más serena, supuestamente el sueño de libertad del esclavo protagonista, antes de continuar la fuga con un volumen sonoro aún más ensordecedor y estridente.

En general, Cimarrón me dejó la impresión de un acopio excesivo de notas desorganizadas, sin mayor interés estético.

Momento del concierto

© 2012 by Luis Navarro/La Nación


Otras obras

Al principio del cuarto concierto, el maestro Hoffman y la OSN modelaron una interpretación refinada y estimulante de la Sinfonía N° 35 en re mayor KV 385 Haffner, de Wolfgang Amadeus Mozart (1756-1791), parangón del clasicismo vienés.

La Sinfonía Haffner fue escrita en 1782, como encargo para celebrar la elevación a la nobleza de un miembro de una prominente familia de Salzburgo de ese apellido. No debe confundirse con la Serenata Haffner, compuesta en 1776, también por encargo de esa familia.

El maestro Irwin Hoffman y la OSN terminaron la función con la lectura resplandeciente y subyugadora de La valse, de Maurice Ravel (1875-1937), ilustre representante del impresionismo musical francés.

Ravel llamó a la pieza un poema coreográfico para orquesta y a menudo se escenifica como ballet. Se trata de una especie de parodia alucinante del emblemático ritmo vienés, un torbellino orquestal de timbres y texturas instrumentales llevadas a un paroxismo orgiástico, con una hipnótica insistencia rítmica semejante a la del Bolero. Al final, el público explotó en una ovación prolongada.

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