Polonia
Concierto en palacio
Inés Mogollón
La música de Robert Schumann fue la protagonista del festival ‘Chopin y su Europa’ en una cita -la tarde del lunes veintisiete- engalanada a la antigua usanza: música de cámara para una velada de salón, el fastuoso salón dorado del Palacio Real de Varsovia. La puesta en escena -enormes espejos, estucos, columnas, estatuas, arañas de luz- recreaba aquellos conciertos privados que tenían lugar en las estancias de la corte o en las casas de la aristocracia. Resultó una contextualización efectiva. Era fácil imaginarse al pequeño Mozart en Versalles, a Beethoven en la casa del príncipe Lychnowsky, o al joven Chopin estrenando sus conciertos bajo los frescos de los inmensos salones del palacio Radziwill.
Así, como en un juego de muñecas rusas, recreábamos el pasado en un palacio reconstruido a la vez que Isabelle Faust al violín y Andreas Staier al fortepiano reconstruían la música que Schumann escribió reconstruyendo la música de Bach. O casi.
Y es que este concierto escenificado o, si lo prefieren, históricamente informado, comenzó con el arreglo que Robert Schumann compuso sobre la Chacona de la Partita en Re menor, BWV 1004 de Bach. Esta obra colosal, en palabras de Brahms que comparto, es una de las más misteriosas e impresionantes de toda la historia de la música. Schumann, con intención de facilitar su difusión en los circuitos privados, escribió, no una transcripción, no, sino un arreglo en el que el texto original se despliega sobre una parte escrita para el piano a modo de explicación musical, explicación que pone de relieve las funciones armónicas y el desarrollo de las voces, sin modificar ni lo más mínimo la sustancia última ni la identidad de la Chacona, como un pedestal que permite una mejor observación del monumento.
Isabelle Faust, de bello sonido, abordó la Chacona -quince minutos de difícil virtuosismo- con el ímpetu y la energía imprescindibles para resolver la velocísima articulación y la tremenda presión que debe realizar el intérprete con el arco para lograr que oigamos ese contrapunto complejo -dos, tres e incluso cuatro voces- que el violín, por su naturaleza melódica, no puede ofrecer; Faust diferenció hábilmente las líneas melódicas gracias al uso de las dinámicas y el contraste legato- staccato, lo que nos permitió entender mejor ese mapamundi musical que es la Chacona. Sólo las transiciones resultaron un poco confusas, desvaídas; las diabólicas exigencias técnicas de la obra, con su catálogo de golpes de arco, arpegios sin fin, notas dobles e infinitos matices del dolor, se resolvieron con corrección. Sólo echamos de menos un mayor cuidado del fraseo y la expresividad que, esquemáticos en exceso, restaron intensidad y trascendencia al discurso.
Andreas Staier, uno de los mejores intérpretes de teclados históricos de su generación, leyó su parte en un extraordinario pianoforte Erard fabricado en 1838 (número de serie 14214) que pertenece a la colección de instrumentos históricos del instituto Chopin; el pianoforte, que deja oír una voz de una belleza sobrecogedora, se conserva en un excepcional buen estado. Staier, en su papel de acompañante reforzó el texto y respondió con claridad, con eficacia y equilibrio a los requerimientos de Schumannn, si bien fue en la interpretación solista de las Sieben Clavierstüke in Fughetteform, Op. 126 (Siete piezas en forma de fuga), donde Staier pudo aprovechar al máximo el potencial que el Erard atesora, y lo hizo como acostumbra, con elegancia y autoridad.
En la segunda parte del concierto se habían programado las dos Sonatas para violín escritas por Schumann en Düsseldorf el mismo año, 1851. La interpretación se desarrolló en los términos arriba descritos pero mejor, porque Isabelle Faust, que evolucionó de menos a más, se encontró más cómoda y segura en la lectura de estas sonatas, lo que nos permitió advertir mejor su alta calidad como intérprete de música de cámara. Por lo demás, lo dicho, compenetración, conocimiento de estilo y convicción.
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