España - Euskadi
Paso del Ecuador
Javier del Olivo

En el año 2006 la ABAO (Asociación Bilbaína de Amigos de la Ópera) emprendió un camino que algunos creían que dejaría pronto. Seis años después, el proyecto Tutto Verdi no solo no ha sido abandonado sino que este año consigue su Paso del Ecuador. Con La Traviata que inaugura esta temporada son ya 17 los títulos verdianos que se han representado en el escenario del Palacio Euskalduna. Faltarán, cuando terminen estas funciones, 17 títulos para conseguir poner en escena todas las obras de Giuseppe Verdi en sus diversas versiones. Un esfuerzo que pocos se han atrevido a emprender. Por tanto, el primer comentario desde estas páginas debe ser el de dar la enhorabuena a la ABAO por llegar a la mitad de su empeño y desearle lleve a buen puerto este barco verdiano.
La Traviata se vio por última vez en el Euskalduna un año antes de comenzar el Tutto Verdi, y ya la esperaba el público bilbaíno con expectación. Esta obra, estrenada en 1853, es uno de los máximos exponentes del arte verdiano, y una de las obras más populares, por no decir la más, de Verdi. Son de todos conocidas las virtudes de esta gran ópera. Entre las musicales destacaría el ir abandonando los temas y las estructuras de la llamada "época de galeras", y ya presentar esbozos de las características musicales de la gran madurez verdiana. Pero quizás la mayor aportación de La Traviata es el de abordar en su libreto un tema contemporáneo del autor, y que, en su tratamiento moral, fue revolucionario. Aunque el final de la protagonista no difiere mucho de ser un castigo, sí que los personajes que han inducido a la tragedia de la descarriada se dan cuenta de que sus actos son amorales, y que su hipocresía sólo ha traído la desgracia para todos. Un nuevo enfoque que, en ópera, fue una auténtica novedad.
No es, claro está, una novedad oír Traviata en la temporada de la ABAO. Decíamos más arriba que se pudo escuchar por última vez en 2005. Es una obra que el público conoce a la perfección. Por eso los cantantes son "examinados" con más atención que en otras óperas. Se presentaban esta vez, en los papeles protagonistas, dos debutantes en estas temporadas y un cantante consagrado ya aquí.
© 2012 by E. Moreno Esquibel
La albanesa Ermonela Jaho venía precedida de excelentes críticas por su intervención en este rol en el Covent Garden londinense. Es una mujer bella, muy buena actriz, que da a su papel una vitalidad y una expresividad muy notables, incluso arrebatadoras en algún momento. Siempre está creíble y acertada en su interpretación, y si cae en el exceso en puntuales ocasiones, no desentona ante las características del personaje, que comprende a la perfección. Su Violeta es una auténtica mujer de mundo que asume su destino pero nunca pierde la dignidad. Vocalmente empezó muy dubitativa, y su primer acto, aunque fue correcto, no brilló. Fue en el segundo y en el tercero donde realmente se vio la calidad vocal de la artista, que sin ser deslumbrante, es muy estimable. Tiene un timbre bello, un legato adecuado y una proyección que cumplió con las exigencias del Euskalduna. Sus frases en pianissimo fueron lo mejor de una en general notable intervención.
José Bros es un tenor bien conocido en Bilbao. Sin ir más lejos, en la temporada pasada nos ofreció un estimable Romeo. No es el de Alfredo un papel donde se le vea excesivamente cómodo. Como su compañera, tardó en calentar, y su primer acto simplemente cumplió. Ya en el segundo se vieron, en el aria del comienzo, sus buenas maneras y su gusto al cantar, pero fue en las frases que comienzan su intervención del tercer acto 'Parigi, o cara, noi lascieremo' donde sacó lo mejor de su depurado arte. No tiene problemas a la hora de proyectar y de hilar sus frases, pero le faltó garra, pasión y arrebato en lo actoral, y más brillo y soltura en lo vocal.
El gran triunfador de la noche fue el debutante barítono polaco Artur Rucinski en el papel de Giorgio Germont. Su voz, cuyo quizá único defecto sea estar colocada en algunos pasajes un tanto atrás, es de un color y una belleza ideales para los papeles verdianos. Sin dificultades en toda la tesitura, cantó un 'Di Provenza il mar il suol' de manual, y con una frase final con un bello fiato. Su dúo en el segundo acto con la protagonista fue, sin duda, de lo mejor de la noche. Del grupo de comprimarios que aparecen en esta obra, destacar, pese a su corto cometido, el Mensajero de Gexan Etxabe, y la mejor prestación que en otras ocasiones de Miguel Ángel Zapater como Doctor Grenvil. Muy flojas Itxaro Mentxaka como Flora y Ainhoa Zubillaga como Annina. Muy correctos el resto: Eduardo Ituarte como Gastone, César San Martín como el Barón Douphol, Damián del Castillo como el Marqués D'Obigny y Juan José Puente y David Aguayo como sirvientes.
© 2012 by E. Moreno Esquibel
No ha sido ésta la mejor representación que le hemos visto al Coro de Ópera de Bilbao que dirige Boris Dujin. Le faltó empaste, y sobre todo las cuerdas femeninas estuvieron muy flojas en su intervención del segundo acto.
La dirección musical corría a cargo de la canadiense Kery-Lynn Wilson, que ya ha dirigido aquí Boheme y Bolena, además del concierto ABAO de 2010. Su planteamiento fue muy respetuoso con la partitura, y sobre todo con los cantantes. El volumen de la orquesta siempre estuvo controlado para no tapar a las voces. Optó por una lectura refinada, de salón, más que por la populachera que muchas veces oímos. Muy contenida y precisa en los tempi, brindó una Traviata señorial y bella. Con esa batuta de ideas tan claras, la Orquesta Sinfónica de Bilbao también tuvo una noche brillante, donde destacaron especialmente las cuerdas.
Se reponía la producción que, junto al Teatro Real, la ABAO encargó al Pier Luigi Pizzi (Massimo Gasparon es el responsable de la reposición). Ambientada en el París de la ocupación alemana en la Segunda Guerra Mundial, la escenografía que firma el propio Pizzi (autor también del vestuario) es de gran belleza, y transmite ese lujo decadente que tan bien le va a la historia. No hay intervención del regista en el desarrollo del libreto, y se limita a seguir el argumento sin más. El único pero que se le puede atribuir es lo mal distribuida que está la primera escena, donde al dividir el escenario en dos espacios (el dormitorio de Violeta y su salón), el coro queda muy apelotonado. En cambio, la dramaturgia del resto de escenas está perfectamente resuelta. A todo ello ayuda una muy buena iluminación de José Luis Canales, sobre todo en el último acto.
Concluyendo, una inauguración de temporada que podríamos calificar de notable, y donde el empeño de una Asociación ha marcado la mitad de su recorrido.
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