Alemania
Una neurosis muy alemana
Eduardo Benarroch
Alemania de posguerra (y la Segunda Guerra Mundial) ha sido un hervidero de ideas nuevas que deseaban a toda costa romper con el pasado que les resultaba intolerable. El mismo Wieland Wagner hablaba de Entrumpelung, o sea, de limpiar el ático, una especie de sacar las cosas innecesarias que se habían acumulado a través de los años. Esa palabra le había permitido explicar el por qué de Los Maestros Cantores sin Nüremberg, como fue calificado luego de la première. Allí en ese Nuremberg espartano había un solo árbol en escena y casi nada mas. Su famoso Anillo también consistía en una rodaja de un árbol gigantesco (el fresno del mundo) sobre el escenario y sobre esa rodaja de madera se desarrollaba la acción. Menos era más en esa época, y muchos directores de escena adoptaron esa técnica y hasta se llegó a hacer desaparecer la escena de la forma en que lo haría Bertolt Brecht y por eso se vieron producciones que no escondían las paredes del teatro ni la parte técnica, representada por equipos de luces y cableados. El público respondió entusiasmado por semejantes “excesos” de reducir la acción a tales extremos, pero claro, con directores como Felsenstein, Herz, Friedrich y luego Harry Kupfer se estaba en manos seguras, o mejor dicho en intelectos seguros. Extremos siempre los hubo y siempre los va a haber, es parte del arte, hay arte bueno y malo, y hay cosas que pasan por arte y que son egomanías.
No puedo decir con precisión cuando empezó la manía de dar rienda suelta a directores de escena para que hicieran lo que les daba la gana a costa de las obras que servían de caballos de Troya para sus ansias de demostrar su intelecto o falta de …. Quizás la manía comenzó como los nazis, primero se cedió un poco de autoridad, luego un poco más y al final fueron los directores de teatros los que se quedaron sin autoridad porque fueron reemplazados por otros que eran compinches de los que perpetraban tales abusos en nombre del arte. Es difícil generalizar en cosas artísticas y en realidad también es peligroso, porque, ¿qué es arte? Y ¿qué es buen arte? ¿Es cuestión de opinión? ¿O hay algo mas que da autoridad o quizás derecho a criticar lo que se ve puesto en escena con mucho trabajo y seriedad?
Creo que una de las respuestas debe ser conocimiento y otra respeto por la obra que se esta presentando. Respeto no solo en el sentido de tenerle respeto, sino de mantener intacto el contenido de la obra de tal modo que el público sepa de qué se trata, tanto el público del siglo pasado como el de este. Este principio da mucha amplitud para investigar y para provocar, pero nadie que haya visto la producción de Peter Konwitschny de Los Maestros Cantores en Hamburgo se hubiera preguntado qué obra estaba viendo. En cambio, incluso operómanos experimentados como quien les escribe, se preguntaba el año pasado qué tenía que ver esa enorme instalación en escena con la ópera del título (era Tannhäuser). Se podría poner un límite a los directores de escena en sus contratos: si la propuesta hace daño irreparable a la obra, el contrato se vuelve no válido.
Pero, ¿quién se animaría a hacer tal cosa cuando en realidad son los mismos directores de teatros quienes contratan y azuzan para crear tales engendros? Me temo que como en toda acción extrema como esta, surgirá como es lógico una reacción también extrema y deberemos sufrir producciones antiguas y decimonónicas en el futuro … Todo es posible.
Aquellos que seguimos las corrientes teatrales alemanas hemos visto especialmente en los últimos quince años un ansia de romper con la realidad presentando aspectos totalmente neuróticos. En muchas formas, esa neurosis nació con la discusión abierta del pasado nazi que había sido ocultado y poco o nada discutido durante más de treinta años después de concluida la Segunda Guerra Mundial. Recomiendo al lector que compre el libro The healing wound de Gitta Sereny que contiene un largo capítulo acerca de los hijos de los nazis prominentes. La nueva generación de pronto se dio cuenta de que sus padres mentían acerca del pasado nazi. La explicación de que no sabíamos nada se reveló como una gigantesca mentira y muchos jóvenes se rebelaron en formas extremas. Algunos se volcaron al terrorismo, otros a la naturaleza (el Partido Verde) y lógicamente al teatro, para poder así llegar a esa clase spiessig (pequeña burguesa) que negaba todo. Primero directores del Este de Alemania comenzaron a usar sacos largos de cuero negro para personajes con autoridad como Wotan, y esos sacos largos eran los mismos que usaba la Policía Secreta (Stasi).
Hoy se ha olvidado qué significaban, pero así comenzó la rebelión contra el pasado y contra la autoridad del presente que se sentía como sucesora de los nazis. Solo basta mencionar la palabra nazi para crear conflictos en Alemania, la imagen de Hitler está prohibida, hacer el saludo nazi es un crimen y la actitud es de una neurosis profunda que solo pasará muy lentamente a medida que el país crezca intelectualmente y se sienta mas seguro de si mismo. Inglaterra no tiene ese problema, sus raíces democráticas son tan profundas y la convicción de la población tan parte de ella que cualquier cosa es permitida y discutida. En Alemania hay todavía inmensos fantasmas y por lo tanto neurosis que se manifiestan en formas inesperadas. Me perdonará el lector que haya adoptado una actitud tan alemana para explicar qué es lo que esta sucediendo en Bayreuth con la nueva administración artística de las dos hermanastras Wagner.
No había forma de anticipar que descalabros como la producción de Tannhäuser iban a ser permitidos. Al lado de esta instalación, las locas ideas de Christof Schlingensief y su Parsifal fue un paseo por el parque, porque la obra permaneció intacta aunque difícil de entender por momentos. Hay algo que hace que estos directores de escena crean necesario mostrar al Holandés como un hombre rodeado de circuitos electrónicos con su cabeza afeitada a un lado y llena de sangre coagulada. Si se necesitaba un diploma universitario en Psicologia para entender a fondo la producción de Marthaler de Tristan e Isolda, ¿qué se necesita para comenzar a entender estas producciones que se desconectan totalmente de la obra? ¿Un entendimiento de la neurosis alemana o ser tan neurótico como ellos?
Vayamos por partes, el medio ambiente interesa mucho en Alemania …, ¿por eso se justifica la instalación de BioGas en Tannhäuser? ¿Y el resto de las locuras que contenía la puesta? Y en este Holandés, ¿cómo justificar la banalidad de la escena de las hilanderas (que puede ser vista de muchas formas y no solo como estaba descrita) empaquetando ventiladores en cajas? ¿Pero es que no habíamos visto algo muy similar en la Opera Nacional Inglesa en una puesta mucho mas lógica e interesante además de mas inteligente? ¿Y cómo explicar que la redención del Holandés es vista como un nuevo producto? ¿Un muñequito de lata mostrando al Holandés y Senta abrazándose?
Analicemos entonces sin base científica hacia dónde se dirige el Festival de Bayreuth con las evidencias que se encuentran disponibles. Hace tres años que las dos hermanastras dirigen el festival artísticamente. En estos tres años ha habido tres nuevas producciones: Lohengrin, Tannhäuser y El Holandés Errante. Ninguna de las producciones puede ser considerada siquiera como provocativa, sino simplemente como egomanías sin control. De las tres, la única que tiene algún sentido es Lohengrin porque fue confiada a un hombre que desea atención a toda costa y no vacila en crear tremendas locuras para lograrlo. Pero al menos Hans Neuenfels conoce el asunto de la ópera, y si bien las ratas eran cansadoras y realmente tontas, la Personenregie fue excelente como era de esperar de tal director de escena. Lo que sucedió luego fue aun mas deprimente, dos directores que se tomaron un viaje hacia las neurosis más grandes de toda la nación alemana, el temor al futuro (la electrónica), la incertidumbre de hacia donde vamos …, el medio ambiente .... En fin, las razones son muchas, pero la ejecución y el medio elegido no podrían haber sido más desacertados.
Pero hay mas. Y esto tiene que ver con la mas grande neurosis de todas, Hitler, Bayreuth y Winifred Wagner. Cuatro días antes de la inauguración del Festival se conoció la noticia que Evgeny Nikitin, el bajo barítono ruso, había decidido no cantar el rol titular. Después se supo que la decisión había sido precipitada por la dirección del teatro que no aceptaba los tatuajes en el pecho del cantante. Los tatuajes eran conocidos y habían sido mostrados en entrevistas para explicar el pasado de Nikitin como un joven muy rebelde que no vaciló en tatuarse con lo más provocativo en ese momento para mostrar su descontento con el sistema en Rusia. Si uno se fija mucho, es posible detectar influencias nazis; en Rusia al igual que en Alemania, la sola palabra nazi pone los pelos de punta, y esa fue la razón por la cual Nikitin los usó. Hoy lamenta haberlo hecho, es otra persona, y de todos modos, para verlos hay que sacarle la camisa….
El Festival sintió que debería tomar el caso con mucha seriedad y publicó un anuncio. Me pregunto, ¿qué tiene que ver un tatuaje de una juventud rebelde con poder cantar o no en el Festival de Bayreuth? ¿Qué mejor para romper con el pasado que permitirlo? Al prohibirlo, justamente caen en lo de siempre, la asociación con Hitler. ¿Qué sucederá el año próximo? ¿Habrá cabinas a la entrada de cada sección del teatro donde hombres y mujeres deberán desvestirse para ser examinados? ¿Y si se encuentra un tatuaje que se considera ofensivo? ¿Se les negará la entrada? ¿Deberán los cantantes firmar un anexo en sus contratos confirmando que no poseen tatuajes ofensivos?
Hace cinco años que vivo en Berlin después de haber vivido cuarenta años en Londres (donde todavía paso parte del año) y nunca ceso de asombrarme del gran talento que tienen los intelectuales alemanes para mirarse constantemente al ombligo sin ver lo que sucede a su alrededor. Habiendo dicho todo esto, debo decir que la producción fue pobrísima desde cualquier punto de vista, la Personenregie, punto crucial de las producciones alemanas, no tuvo relieve, los caracteres deambularon por el escenario haciendo gestos que pertenecían a otra producción. La escenografía fue de tamaño gigantesco al comienzo y poco después hubo algo de ambiente donde se podía relatar la historia, pero en ese concepto tan encasillado no hubo sentido.
Donde sí hubo cuidado, y hasta podría decirse conocimiento de qué es lo que se necesita en este festival, fue con el elenco. Quizas haya sido la influencia del director Christian Thielemann, o quizás sea el punto fuerte de las hermanastras. Franz-Josef Selig es un señor cantante que siempre rinde bien. Su Daland hizo desear (como con el resto de los cantantes) que se hubiera repuesto la anterior producción de Claus Guth. Su voz es redonda como los mejores bajos alemanes y al mismo tiempo expresiva. Michael König es un joven tenor, corpulento, de voz poderosa, quizás Siegmund también le siente bien, su Erik tuvo carácter y buena línea considerando la dificultad de la línea vocal. Christa Mayer fue una simpaticona Mary, un poco frustrada por Senta, que no trabaja tanto como las otras empleadas que empaquetan ventiladores. La soñadora Senta fue cantada con garra y voz segura por la canadiense Adrianne Pieczonka, una soprano de larga trayectoria al tope de su profesión. Pieczonka posee una voz de registro agudo seguro, una lirico spinto del repertorio alemán que también canta una excelente Mariscala. Benjamin Bruns cantó al timonel con voz atractiva y queda para el final del elenco Samuel Youn como el Holandés. Hace tiempo que Youn ha sido escuchado en papeles importantes y su buena línea de canto y bello color vocal hacen de él uno de los mejores bajo-baritonos de este repertorio. Debe dársele el crédito de haber aceptado tomar el rol en una producción como esta con tan poca anticipación. Su voz corrió bien y tuvo un grado de autoridad, que fue restado por la producción, nunca se supo por qué tenia la cabeza afeitada y sangre coagulada de un lado y cabellera plena del otro. ¿Se habrá acercado demasiado a un ventilador?
El coro del festival es siempre un placer de escuchar en cualquier contexto. Eberhard Friedrich ha hecho maravillas para crear un conjunto sobresaliente y de sonido simplemente espectacular. Y ¿qué decir de Thielemann sin irritar a sus fanáticos?? No puedo decir que me hizo olvidar a Barenboim en Berlin (la acústica allí es diferente, es cierto) pero tampoco a Marc Albrecht en la producción anterior. Pero limito estos reparos a la furia inherente en ciertas partes de la partitura, la obertura por ejemplo. Thielemann no uso la versión original de 1843 y precisamente es esa la versión la que contiene los momentos orquestales mas brutales y fuertes. Pero Thielemann, guste o no guste, es un señor director al tope de su profesión y sabe como ningún otro como obtener sonidos equilibrados. Quizas esa sea mi pequeña critica a una labor que en general y en particular satisfizo mucho. La visión de este director es panorámica y a la vez profunda, sabe a dónde se dirige en todo momento con su interpretación y eso da mucha continuidad y reconforta al oyente porque no hay sorpresas bruscas. Los sonidos que emanaron del foso fueron de excepción, los solistas de la orquesta se lucieron con fraseo elegante y Theielmann les dio espacio para lucirse. Una versión de muy alto nivel. ¿Qué decir para el año próximo? Pues que habrá un nuevo Anillo durante el segundo centenario, celebrando el fecha del nacimiento del compositor. Esperemos que haga honor al compositor y al festival, y que existan menos neurosis.
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