España - Andalucía

Ardiente Cuarteto

José-Luis López López
lunes, 19 de noviembre de 2012
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Sevilla, lunes, 24 de septiembre de 2012. Teatro de la Maestranza. Sala Manuel García. Cuarteto de Cuerdas Ardeo: Olivia Hughes y Carole Petitdemange, violines; Lea Boesch, viola; Joëlle Martínez, violoncello. Obras: Cuarteto en Si bemol mayor, Op. 1, nº 1, Hob. III.1, de F.J. Haydn; Cuarteto en Fa mayor, de M. Ravel; y Cuarteto en Sol menor, Op. 10, de C. Debussy. Asistencia: dos tercios del aforo
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El Cuarteto de Cuerdas Ardeo (no es todavía muy común que todas las integrantes de una formación de este tipo sean mujeres), se fundó en 2001 en el Conservatorio Nacional de Música y Danza de París. Con este dato, podemos inferir que las edades de las componentes (ya que no es fácil encontrar sus respectivas fechas exactas de nacimiento; tampoco tiene eso una importancia esencial) están en torno a los 30 años, arriba o abajo. Lo relevante es que tocan sus instrumentos soberanamente. O. Hughes tiene un violín del boloñés Carlo Annibale Tononi (1675–1730), y C. Petitdemange otro del francés Jean Baptiste Vuillame (1798‒1875), cedidos por instituciones musicales galas, según informa su página web.

En cuanto a su expresivo nombre, cabe pensar que lo hayan tomado inspiradas por Carmina Burana, la famosa cantata escénica de Carl Orff compuesta en 1936; en concreto de su número 22, Tempus est iocundum, cuyas dos estrofas primeras cantan: “Tempus est iocundum, / o virgines, / modo congaudete / vos iuvenes. /// Oh, oh, oh, totus floreo, / iam amore virginali / totus ardeo, / novus, novus, novus amor est, / quo pereo.”. “Ardeo”, primera persona del singular del presente de indicativo del verbo “ardere”, es, pues, “yo ardo” (metafóricamente, de pasión). Desde luego, resulta muy apropiado: son expresivas, apasionadas, al mismo tiempo que serenas.

Iniciaron su recital con el primer fruto, en teoría, de este género haydniano (porque así lo coloca Hoboken en su catálogo: Cuarteto en Si bemol mayor, Op. 1 nº 1, Hob. III. 1 -el apartado III de esa catalogación corresponde a los cuartetos de cuerda-; aunque no sabemos realmente en qué lugar fue compuesto, entre 1757 y 1760, de los diez encargados al joven autor por el Barón von Fürnberg). En todo caso, es el más conocido de los diez, y uno de los más seductores. Llamado a veces la Caza, es, todavía, una especie de divertimento en cinco tiempos (Presto-Minueto-Adagio-Minueto-Presto) que las Ardeo plantearon evitando cualquier atisbo de romanticismo, limitando el vibrato, con una lectura clasicista algo académica, aunque no dejaba de ser justa en este caso. Graciosa, elegante y ligera apertura de la velada.

Escoger la repetida pareja de los únicos cuartetos de cuerda de Ravel (1903) y Debussy (1892) ¿debe considerarse como un “atrevimiento juvenil” o como un cierto déficit de originalidad? Pese a la gran calidad de ambas obras (bienvenidas), ¿no habría sido, tal vez, más interesante que nos ofrecieran los bellos e ignorados Cuartetos 1 y 2, del originalísimo y menos conocido Charles Koechlin, grabados por ellas mismas en 2007? Sin embargo, no podemos objetar demasiado a la elección hecha, cuando esas conocidas piezas se interpretan como las Ardeo lo hicieron. Pero debemos dejar constancia de que, con once años de existencia del conjunto y las innumerables experiencias musicales que han tenido, aunque son jóvenes, sí, no son ya unas adolescentes, sino unas intérpretes “maduras” (aunque abiertas a una continua superación), con amplio repertorio, que dominan perfectamente aquellos dos cuartetos, como demostraron de sobra en su interpretación.

© 2012 by Cuarteto Ardeo

El Cuarteto en Fa menor de un Maurice Ravel de 28 años presenta, sin duda, la impronta de una personalidad bien definida, así como de una perfección que supera a la de su dedicatario, Fauré. En sus cuatro movimientos, las ejecutantes adoptaron una lectura agitada y enérgica, a veces como de sueño enfebrecido, superando a base de pura técnica y sensibilidad el alboroto de síncopas, trémolos, trinos…, que favoreció su penetración y proximidad.

En cuanto a Debussy, su Cuarteto en Sol menor, Op. 10 (la única pieza de toda su producción que lleva número de opus), primera obra de verdadera madurez (Boulez sentía pasión por ella, igual que por su coetáno Preludio a la siesta de un fauno), en la que demuestra la solidez de su técnica, aun sin poseer la firmeza estructural de las mejores composiciones del género, es todo un logro. ¡Con qué maestría engarza elementos tan diferentes como los modos gregorianos, la música zíngara, el gamelan java-balinés, los estilos de Massenet, de Franck y de los rusos contemporáneos! Eso obligó a un intercambio continuo entre las intérpretes, manteniendo una sostenida tensión, con musicalidad y a la vez cierta aspereza, creando un clima de leyenda, que alcanzó su cima en el segundo movimiento, ‘Assez vif et bien rhytmé’.

Pero aún quedaba una página maravillosa, que el Cuarteto Ardeo nos ofreció como regalo: el 2º movimiento, ‘Scherzo: Allegro giusto’ (en re bemol mayor), del Cuarteto nº 2, en Fa menor, Op 22 (1874) de Chaicovsqui. Aparte de abrirnos el abanico de su versatilidad con esta hiperromántica y arrebatadora melodía, su tratamiento de ella, saboreada sin empalago, con una precisa gradación de las dinámicas y una ajustadísima regulación de las entradas, nos dejó sin aliento. ¡Qué inmensos músicos!

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