España - Castilla y León

Violenta ficción sinfónica

Samuel González Casado
martes, 27 de noviembre de 2012
Valladolid, viernes, 16 de noviembre de 2012. Auditorio de Valladolid. Orquesta Sinfónica de Castilla y León. Semyon Bychkov, director. Beethoven: Sinfonía n.º 7 en La mayor, op. 92. Mahler: Sinfonía n.º 1, Titán. Ocupación: 95%
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Dentro de la gran temporada de la OSCYL destaca este concierto como una apuesta segura por un par de motivos evidentes: música de súper-repertorio y un director reconocido de esos que es difícil encontrar al frente de esta orquesta, Semyon Bychkov, que sin embargo ya la dirigió hace años en un estupendo Lohengrin salmantino. Probablemente, su presencia obedece a la influencia intercesora -por decirlo de alguna manera- de su esposa, Marielle Labèque, pianista que últimamente ha disfrutado de reincidente actividad en el Auditorio de Valladolid. Aparte, en la temporada pasada un recital con Ferruccio Furlanetto, dirigido igualmente por Bychkov, hubo de ser cancelado. Por todo ello, se supone que había unas cuantas deudas que saldar (o equilibrar), y al final todos contentos -menos el jefe de contabilidad, probablemente-.

Porque con este repertorio el que dirige se asegura el éxito apoteósico a no ser que se sea un inútil redomado. Se trata de uno de esos conciertos-bombón, que también se le ofrecen al igualmente peterburgués Vasili Petrenko, para que el director trabaje sobre seguro, se lleve largas ovaciones y le queden ganas de volver. El sistema funciona: de entre las 1700 butacas disponibles muy pocas quedaron sin ocupar, algo excepcional en este auditorio.

Bychkov, como es habitual en los directores inteligentes, consiguió acercar al máximo las posibilidades de la OSCYL a su concepción de estas obras, y optó por acentuar el contraste entre las partes líricas (muy ralentizadas) y las más rítmicas. El nexo de unión entre estas dos grandes sinfonías es ese aire popular y danzable que predomina en gran parte de ellas. En este sentido, estas secciones más movidas sonaron poco cálidas, agresivas, duras, a costa de conseguir equilibrar el sonido de los primeros violines con los metales, y de intentar clarificar, normalmente con éxito, el entramado orquestal, sobre todo en Mahler, autor en el que se respiró algo más de libertad que en un Beethoven un tanto abrupto. Aquí fueron mejores los movimientos extremos pese a algún problema con las maderas –especial mención merece el último, de una fluidez matemática, con mucha chispa y gran actuación del grupo–, y en la Titán los centrales: excitante la adorable pachanga del segundo, en la línea de esos grandes directores del pasado que tendían a caricaturizarlo con gran sentido del humor (inolvidable Barbirolli con la Filarmónica de Nueva York), e íntimo y solemne el tercero. El primero sufrió algunas vacilaciones al comienzo de orden técnico, y el último podría haberse desentrañado con mayor elegancia tímbrica (aunque seguramente no con mayor rotundidad).

Precisamente la rotundidad causó algunos estragos entre el público: hubo varias deserciones y algún desmayo, como antiguamente. Me causó impresión observar a una anciana, apenas sujeta por dos compañeros, abandonar la sala penosamente en plena efervescencia orquestal mahleriana, puede que víctima de su contundencia. Y es que esta sinfonía, sobre todo para los que la han escuchado profusamente, se transmite al oyente como esas escenas-cliché de películas de terror gore en las que el espectador ya sabe lo que va a pasar, y sufre con placer la espera hasta el descuartizamiento. Sin duda esta tensión es una de las claves del absurdamente llamado "revival" mahleriano; absurdo ya que se trata de un autor que jamás ha dejado de interpretarse -menos durante las dos contiendas bélicas; ¿exceso de tragedia?-, gracias entre otras cosas a su comercial cóctel entre salvajismo, inocencia y pasión (sentimental y existencial). Dados los gustos actuales de un público que por lo general adora el efecto, estoy convencido de que este éxito se prolongará al menos hasta que la realidad en Occidente se oscurezca tanto que comience a superar en violencia a esta ficción sinfónica.

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