Costa Rica
Afinidad particular
Andrés Sáenz
Desde que asumió como director titular de la Orquesta Sinfónica Nacional (OSN), en 1987, el maestro Irwin Hoffman ha demostrado una particular afinidad y comprensión del repertorio romántico y posromántico que constituye la culminación de la música de arte del siglo XIX.
Durante su titularidad, la programación privilegiaba compositores de esos períodos y la impronta del maestro propició la sagacidad y asimilación estilísticas que la OSN ha mantenido, aún una década después de que el maestro se ausentase, con ese soberbio legado artístico.
Gala
Esto se me hizo evidente de nuevo en el concierto de gala que la OSN y el maestro Hoffman, ahora como director emérito, brindaron en celebración del 115 aniversario de la inauguración del Teatro Nacional (TN), el viernes 19 de octubre.
No deja de haber cierta ironía en juntar obras del ruso Piotr Ilich Chaikóvski (1840-1893) y del alemán Johannes Brahms (1833-1897) en un mismo programa, dado que durante su contemporaneidad aquél no perdía oportunidad para desacreditar las composiciones de Brahms.
“¡Qué bastardo sin talento! Me irrita que su mediocre pomposidad sea alabada como genial”, confió el ruso a su diario.
Que yo sepa, Brahms nunca comentó la música de Chaicovski, pero la inopia fue suplida por Hanslick, el formidable crítico vienés, adalid de Brahms: “En Chaicovski no hallamos un talento cualquiera, sino uno presumido, la obsesión de ser un genio sin distinción o buen gusto”.
El tiempo resuelve las rivalidades y hoy disfrutamos de ambos compositores sin necesariamente comparar sus méritos, como fue el caso de las interpretaciones soberbias que, al principio de la función, Irwin Hoffman y la Orquesta Sinfónica Nacional forjaron de la Obertura-Fantasía Romeo y Julieta, de Chaikóvski, cuya versión definitiva data de 1880, y, al final, de la Sinfonía N° 2, en re mayor, opus 73, de Brahms, concluida y estrenada en 1877.
Por turnos dramática, lírica y apasionada, la lectura del maestro y el conjunto de Romeo y Julieta se oyó poderosa y concentrada en su ímpetu emotivo, pero evitando excesos sentimentales. Sonido amplio y entonado, tiempos acompasados de modo preciso, respuestas ágiles e integradas de las secciones se tradujeron en una experiencia auditiva grata y emocionante.
Todavía más acabada en rendimiento orquestal y conmovedora en su importe emocional me pareció la Segunda de Brahms. Sonoridad cálida y luminosa, prontitud rítmica, elocuencia del fraseo, fluidez del descorrimiento musical signaron una interpretación intensa y estremecedora.
Momento de la participación de Carolina Ramírez, junto a Hoffman y la OSN
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Sustitución
Un repentino quebranto en la salud del pianista Jacques Sagot obligó a que fuera sustituido pocos días antes de la presentación por la joven estudiante de piano Carolina Ramírez como solista en el Concierto en sol mayor para piano y orquesta, de Maurice Ravel (1875-1937).
Me pareció encomiable que la señorita Ramírez asumiera un reto tan difícil con un tiempo tan escaso para prepararse y pudiera respaldar la celebración de aniversario, aunque es de suponer que ya tenía la obra “en dedos”.
En su ejecución las notas estaban ahí, pero Ravel es mucho más que las notas y la destreza digital. Con el estudio y la constancia, es presumible que Ramírez logrará adentrarse en el sutil mundo sonoro del insigne compositor francés, hecho de nuances tímbricas, colorido delicado, sorprendentes matizaciones rítmicas, contrastadas irisaciones, graciosas coqueterías, en un contexto de deslumbrante virtuosismo pianístico.
El público llenó la sala a medias, respetó la etiqueta corriente en cuanto a aplausos, que fueron efusivos, en especial para la solista Carolina Ramírez.
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