Costa Rica
Cuatro en una
Andrés Sáenz
Por su configuración, sonido y desempeño disímiles, escuché cuatro orquestas en el octavo concierto de temporada de la Orquesta Sinfónica Nacional (OSN), realizado el viernes 14 de septiembre, en el Teatro Nacional (TN).
Como invitado, dirigió el maestro Daniel Boico, nacido en Israel y residente en Nueva York, donde hasta hace poco fue director asistente de la Filarmónica. La solista en clarinete fue la costarricense Ana Catalina Ramírez, quien completa estudios para el doctorado académico en interpretación del instrumento en la Temple University de Filadelfia, Estados Unidos.
Estrenos
De las cuatro, las dos mejores orquestas participaron, en la primera parte de la función, en los estrenos de obras de compositores costarricenses: Los caminos de la noche, de Eddie Mora (n. 1965), y el Concierto para clarinete y orquesta, de Carlos Escalante (n.1968), en el que también se distinguió la solista Ramírez.
Los caminos de la noche se inspira en un homónimo acrílico sobre tela de la artista plástica costarricense Lola Fernández y continúa el ciclo iniciado por Mora en el 2009 con La ascensión de Remedios, la bella, en el que rinde homenaje a personajes femeninos de la literatura y las artes de América Latina.
Como compositor, Mora cultiva un lenguaje armónico de vanguardia y el ordenamiento de sus piezas se aparta de las convenciones formales establecidas.
En comparación con otras obras suyas que he escuchado, me pareció que Los caminos de la noche entreteje una urdimbre sonora más densa y compacta, con mayor integración de las secciones dentro de la contextura orquestal, a la vez que la tendencia a la desfragmentación acústica remoza la sugestiva exploración tonal producida por los timbres inusitados, la instrumentación inusual y los pronunciados contrastes rítmicos y dinámicos de piezas anteriores.
La ceñida interpretación de Los caminos de la noche por Daniel Boico y la dotación instrumental ampliada de la OSN reveló una orquesta precisa, dúctil, afinada y ágil.
Los mismos atributos destacaron en la ejecución del Concierto para clarinete y orquesta, por el director y una orquesta reducida a las secciones de cuerdas y un piano para acompañar a la solista Ana Catalina Ramírez.
La pieza de Escalante mantiene los tres movimientos acostumbrados y la estructuración y el tratamiento armónico tradicionales, dentro de un lenguaje melódico melifluo y grato al oído, jalonado por vivaces intercambios entre el conjunto de cámara y el instrumento solista.
Metáforas sirven de epígrafes a cada movimiento para sugerir una danza de cortejo entre el clarinete y la orquesta de cámara. El primero se titula mamihlapinatapai, un vocablo conciso en el idioma de los indígenas yámanas de Tierra del Fuego, traducible solo en paráfrasis, que describe "una mirada entre dos personas, que esperan que la otra comience una acción que ambas desean pero que ninguna se anima a iniciar".
El segundo, Hedonismo se escribe con H, juega con el título de Amor se escribe sin H, conocida pieza del comediógrafo español Enrique Jardiel Poncela.
El tercero, El circo, se vale de recursos “fellinianos” de la música en modo circense del compositor Nino Rota para películas de Fellini, con los que se busca, en un espíritu lúdico, dar unidad a elementos dispares en la composición.
Ramírez forjó una lectura nítida, puntual y desenvuelta, obtuvo sonoridades hermosas y coloridas del instrumento, claras en el registro agudo, tersas en el medio, resonantes en el grave.
Otras orquestas
Después del intermedio, la tercera orquesta que escuché dirigida por Daniel Boico me sonó desafinada, imprecisa en ataque y ritmo, áspera en sonido y alejada del estilo, influenciado por el jazz y el swing, de los números extraídos de la música de Leonard Bernstein (1918-1990) para el ballet Fancy Free, del coreógrafo Jerome Robbins, estrenado en Nueva York en 1944.
Como descargo, al parecer la pieza se ensayó muy poco y, además, se trata de una partitura harto mediocre.
Al final, la cuarta orquesta bajo la batuta de Daniel Boico recuperó algo del terreno cedido a la incuria en la anterior, con una versión apenas aceptable de la Suite de El pájaro de fuego, extractos de la música escrita por el ruso Igor Stravinsky (1882-1971) para el ballet homónimo estrenado en París, en 1910, por los Ballets Russes de Diáguilev, con coreografía de Fokine.
Como ocurre casi siempre en los conciertos de la Orquesta Sinfónica Nacional, el respetable público, demasiado escaso esa noche, aplaudió con igual entusiasmo lo bueno, lo malo y lo feo.
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