España - Andalucía
Matinal elegante de barroco tardío
Miguel Pérez Martín
La música de cámara parece haber encontrado su hueco en la semana en diferentes teatros españoles. La Fundación Juan March, el Teatro Real o los Teatros del Canal de Madrid han reservado para este tipo de conjuntos los domingos por la mañana. Los solistas de la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla también eligieron cuando empezaron este ciclo hace más de 20 años el domingo por la mañana como un espacio temporal en el que la música de cámara reinaba en el coliseo del Paseo de Colón. El público es muy diferente: hay familias, niños, jóvenes… Público que renuncia a dormir unas horas más por acercarse a escuchar buena música a la íntima sala Manuel García.
El programa de este quinteto atípico viajaba por los compositores del barroco tardío alemán, centrado en piezas de Telemann, Zelenka y Bach. Música complicada y como ellos mismos definían en el programa, exuberante. Comenzó frío el quinteto: hasta el Andante del trío de Telemann no se empezó a ver cómodos a los intérpretes, cuando encontraron el lugar común en el que los cinco músicos querían moverse. Para el último movimiento, que exige Scherzando, los músicos de la Ross ya estaban desplegando toda su energía apoyando bien en las notas graves y dando intención a cada frase con unos matices equilibrados y ágiles. La flauta y el violín se devolvían los temas en una muestra de buena comunicación y de mesura en los tiempos.
Uno de los privilegios de acudir a un concierto de cámara en un ambiente tan íntimo y tan cercano es poder escuchar la música pero también verla: al igual que es inconcebible no ver los pies de los bailarines en un espectáculo de danza, debería ser pecado no poder ver las manos de los músicos en un concierto. En la sonata de Zelenka la suerte de poder ver estas manos hizo más efectivo el lucimiento de Álvaro Prieto con el fagot. Este instrumento, que en la orquesta y en los grupos reducidos suele ir de camuflaje a pesar de su peculiar timbre, realizó pasajes con ciertos toques de virtuosismo de los que Prieto salió victorioso, llevando incluso la voz cantante en el Allegro.
Para la segunda parte el nombre del programa pesaba demasiado. Las cuatro letras de Bach asustan solo de verlas escritas, y el quinteto ya transformado en cuarteto tras la marcha del contrabajista, asumió con respeto y elegancia el ‘Canon Perpetuus’ que derivó solo dos minutos más tarde en la sonata culminante de la Ofrenda Musical. Tocar a Bach es una carrera de fondo, pero llena de obstáculos. Una carrera que no se puede abandonar ni correr a lo loco siendo un músico amateur. Bach no es la maratón de Nueva York, son los Juegos Olímpicos. Ambas piezas requerían concentración y aguante, y los solistas de la sinfónica de Sevilla dieron la talla, la ristra de variaciones y notas no pudo con los instrumentistas. En menos de una hora el concierto había terminado, pero se pasó como un suspiro. Y el público fue respetuoso: ni los niños se quejaron, ni las familias hablaron, ni los mayores tosieron. Ni un solo móvil vibró ni sonó. Solo hubo buena música.
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