España - Canarias

Cura de humildad

Sergio Corral
jueves, 28 de febrero de 2013
Las Palmas de Gran Canaria, jueves, 21 de febrero de 2013. Teatro Pérez Galdós. Un ballo in maschera de Giuseppe Verdi. Mario Pontiggia, dirección artística y escénica. Claudio Martín, coreografía y vestuario. Antonella Conte diseño escenográfico. Alfonso Malanda, diseño de iluminación. Marino Nicolini, repetidor y banda. Raúl Vázquez, asistente de dirección escénica. Laura Navarro, regiduría genera. Elenco: Fabio Sartori (Riccardo), Raffaella Angeletti (Amelia), Leonardo López Linares (Renato), Elena Manistina (Ulrica), Elisa Vélez (Oscar), Fernando Radó (Samuel), Víctor Garcñia Sierra (Tom), Damián Del Castillo (Silvano), y Francisco Navarro (Juez decano / Criado). Coro de la Ópera de las Palmas de Gran Canaria (Olga Santana Correa, dirección). Orquesta Filarmónica de Gran Canaria. Massimo Zanetti, dirección musical
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En una reciente entrevista realizada a Mario Pontiggia, publicada en un diario regional, el director artístico del Festival de Ópera de las Palmas de Gran Canaria afirmaba que esta era la temporada más difícil que le ha tocado dirigir, debido a que el presupuesto con el que contaban era el más reducido en muchos años. Según sus palabras, esto fue motivo de desvelos y profundo estrés y que, gracias al taller creado por su predecesor y reestructurado por él, la presente temporada ha podido salir adelante.

De estas declaraciones podemos entresacar varias reflexiones acerca de cómo se ha planteado hasta ahora -y se sigue planteando- el asunto del fenómeno mediático llamado ópera, y de su festival como acontecimiento social. Tome nota que en ningún momento he utilizado términos como fenómeno artístico y cultural.

Una de las conclusiones que pueden obtenerse al leer la entrevista es que la calidad de los resultados artísticos parece que va asociada a la cantidad de ceros que engrosa el presupuesto asignado para cada representación, más es mejor, a mayor cantidad de dinero más calidad en los resultados. Algo que, desde mi punto de vista, no es directamente proporcional, sucediendo en muchas ocasiones que el derroche de medios ha servido para ocultar o soslayar la mediocridad de un planteamiento escenográfico o unas actuaciones y unas voces carentes de la empatía y calidad necesarias, incapaces de transmitir el “pathos” de la obra en cuestión.

El Festival de Ópera como acontecimiento social y tal como está planteado a día de hoy, es un reflejo de la concepción materialista-mercantilista del arte, trasladable esta concepción a otras esferas de la vida como las relaciones individuales, etc. Sé que no he descubierto nada nuevo pero la realidad está ahí. Un amigo mío antropólogo y sociólogo me diría que el auge de todas las artes incluyendo la música clásica y la ópera van asociadas al mecenazgo de una burguesía próspera que dicta lo que se debe hacer, qué tiene valor y qué no. Cierto, esta ha sido una tiranía, en la mayoría de los casos inevitable, a la que se han visto sometido muchos artistas y músicos. Pero la cualidad para materializar -bien sea a través de un lienzo, de una piedra o por medio de unas notas- ideas universales, imperecederas es atributo exclusivo de la mente creativa.

Puedo parecer “cándido” e ingenuo al afirmar que cuando asisto a la ópera no voy buscando lucir palmito, ni admirar el abrigo de visón de aquella señora, ni me interesa la historia social de este género musical. Voy porque me intriga saber cómo un compositor y un libretista han usado las herramientas que tienen a su disposición para hacer comunicables estas ideas, conceptos y -en menor medida- las pasiones y sentimientos de los personajes de la trama cuando todo esto produce una auténtico estremecimiento intelectual y/o emocional. Esto es lo que realmente debería importar. Estamos hablando de una cualidad innata en todo artista y que lo define como tal, la misma que sirvió a Mario Pontiggia para sacar adelante la presente temporada, a pesar de que los medios a su disposición no eran “oficialmente” suficientes.

Es cierto que durante la representación de Un Ballo in Maschera vimos atrezzo pertenecientes a la escenografía de otras óperas, qué más da, cuando han sido utilizado de manera sabía y armoniosa sin desvirtuar el desarrollo de la trama. No fue precisamente en los decorados donde podríamos encontrar los “pero” de esta nueva producción de ACO.

Bajo el excelente ropaje de una dirección musical briosa, sin fisura, de Massimo Zanetti, con un gran trabajo de la percusión y las cuerdas, las voces solistas no participaron en conjunto de la misma solvencia. De ellas destacamos favorablemente el hermoso timbre de voz de Fabio Sartori como Riccardo, que en el aria del segundo cuadro del tercer acto alcanzó su momento más álgido, y la soprano canaria Elisa Vélez como Oscar, con un muestrario de agilidad vocal en las distintas florituras que no dejan indiferente a nadie y que revivió en nosotros el grato recuerdo de su actuación como la autómata de Los cuentos de Hoffmann. Así lo juzgó el público en la ovación de despedida que recibieron ambos artistas, las más intensas de la noche.

Por su parte Rafaella Angeletti como Amelia, Elena Manistina como una Ulrica carente de autoridad, y Leonardo L. Linares como Renato cumplieron bien en el aspecto vocal pero no así en el actoral donde se mostraron distantes y poco convincentes.

Por su parte el coro aportó el punto de solidez -con muy buen acoplamiento de las voces masculinas- a una función que, pese a la crisis -y no debido a ella- no introdujo novedad alguna en la lista de representaciones de este título verdiano. Aunque las circunstancias y el momento sí que podrían servir como cura de humildad que ayudara a quitar las “máscaras” con las que se ha querido adornar algo que no es más que, sencillamente, una expresión artística.

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