Estados Unidos
Un gran regreso
Horacio Tomalino
Tuvo un gran regreso la Turandot de Puccini a la escena del MET en esta temporada. Especialmente porque marcó la vuelta a este escenario de algunos cantantes que habían dejado una gran expectativa tras su desempeño en temporadas anteriores, y que no habían regresado aún a esta casa.
Tal fue el caso de Irene Theorin -Brunilda en el Anillo del 2009- quien como la protagonista de la ópera póstuma de Puccini demostró poseer medios sobrados para la parte y reconfirmó su inmensa vocalidad que bien justifica la sólida reputación que se ha sabido ganar en el universo lírico actual. Su imponente volumen, la extensión y el cuerpo de su registro, así como el temperamento que le impuso a su caracterización de la princesa china, le vinieron como anillo al dedo a la parte y le valieron un bien merecido triunfo personal. Tanto en la escena de los enigmas como en el aria ‘In questa reggia…’ fue particularmente admirable la opulencia de su canto y la seguridad en las notas agudas. De lo mejor que se escuchado en el MET en mucho tiempo.
Una situación similar ocurrió con el tenor italiano Walter Fraccaro quien en su regreso a este escenario -después de un paso fugaz hace más de una década- tuvo como Calaf un desempeño que no puede ser calificado de menos que magnífico. Es verdad que la voz no es todo lo grande que pueda desearse para un teatro de las dimensiones del Met, pero asi y todo, nada logró opacar la comodidad y el absoluto control con el que se dispendió en todos los registros, la variedad de acentos con que fue construyendo cada frase y el canto refinado y aristocrático con el cual cinceló su personaje. ¡Chapeau!
La soprano rusa Hibla Gerzmava cantó una Liu intachable en lo vocal, destacando por su perfecto legato, su gran musicalidad y buen gusto. Lamentablemente el personaje careció de toda fuerza emotiva y terminó aburriendo. Con mucho oficio, el veterano Samuel Ramey mostró en su caracterización del destronado rey tártaro Timur que aun tiene cosas para decir. De los ministros imperiales, el Ping de Dwayne Croft fue todo un lujo para los oídos mientras que tanto el Pang de Tony Stevenson como el Pong de Eduardo Valdes, si bien cumplieron con sus cometidos, no parecieron estar en una noche de particular motivación.
Al coro de la casa se lo escuchó bien preparado en cada una de las muchas intervenciones que le deparó la partitura.
El director israelí Dan Ettinger hizo un buen trabajo al frente de la orquesta, sobre todo en lo que respecta a concertación entre el foso y la escena. Sin embargo, su lectura musical tuvo altibajos. Obtuvo esplendidos momentos con ricas sonoridades en las grandes escenas de conjunto y estuvo falto de delicadezas en muchos de los momentos intimistas de la ópera.
Orgullo de la casa -esperemos que aun por mucho tiempo más- la extraordinariamente bella puesta en escena firmada por Franco Zeffirelli es ya en sí misma una experiencia que merece ser vivida. Con gran dinámica teatral, majestuosos decorados y un lujoso vestuario, la puesta en escena del veterano director italiano contribuyó aportando mucha magia al cuento de las mil y una noches de donde fue extraída la trama que dio origen al libreto de la ópera.
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