Argentina
Atractivo programa en el ciclo de Nuova Harmonia
Carlos Singer (fallecido en 2025)

Largamente vinculada con nuestro medio artístico, al que ya visitó en varias ocasiones, la London Festival Orchestra regresó en esta ocasión con la ausencia, por enfermedad, de su director titular, Ross Pople; desde su atril de concertino, Robert Gibbs asumió la responsabilidad de cohesionar y manejar al conjunto, que presenta además una curiosa característica: los que asumen el rol de solistas en las obras que así lo requieren son integrantes del grupo que dejan momentáneamente su lugar, pero regresan de manera inmediata al mismo una vez concluida su participación; incluso en algún caso optan por cambios de vestuario para marcar la diferencia entre el trabajo de fila y la labor a solo: la flautista se colocó una colorida blusa mientras el cellista prefirió quitarse la chaqueta.
El programa mezcló dos obras muy transitadas con otras dos que casi con certeza se escuchaban por vez primera entre nosotros, las de J.C. Bach y Holst. Del menor de los hijos de Johann Sebastian se pudo apreciar una correcta versión de una de las seis oberturas-sinfonías que componen su opus 3; algún breve desajuste en el inicio del Andante central -una de las consecuencias no deseadas de trabajar sin director- no restó méritos a una interpretación que tuvo buen ritmo y solvencia estilística.
El breve Fugal Concerto del autor de Los Planetas (una pieza de poco más de ocho minutos, que en rigor de verdad debería titularse “concertino”) es una página simpática cuyos tres escuetos movimientos presentan motivos fugados (de ahí su nombre). Junto con la Fugal overture integran ese extraño opus 40 del músico británico, su único intento por crear una especie de remedo insular del Arte de la fuga. La interpretación remarcó una cierta rusticidad y el tono casi folclórico de sus movimientos rápidos, y el canónico cantable del Adagio. Los solistas superaron con holgura las relativamente escasas exigencias de sus respectivas partes, si bien el balance entre ellos no resultó óptimo, con el incisivo sonido del oboe tapando a momentos la presencia algo débil de la flauta. El conjunto, por su parte, sonó preciso y ajustado.
Tras Holst entramos en terreno conocido. Cerró la primera parte el más célebre de los conciertos para violonchelo de Boccherini, el Concerto en Si Bemol Mayor, en el que pudimos gozar del excelente desempeño de un joven instrumentista (25 años) oriundo de San Petersburgo, Mikhail Nemstov, que mostró grandes dotes tanto en lo puramente técnico, con arco muy seguro, perfecta afinación (incluso en las notas sobreagudísimas a las que trepa) y marcada claridad digital, como en lo artístico, donde brindó una lectura muy acertada, con atractivo fraseo y buena carga emocional.
La segunda parte del concierto estuvo dedicado a la que es, posiblemente, la más famosa de las sinfonías compuestas por Mozart, “la cuarenta”. Aunque el conjunto resulta un poco escaso de efectivos para abordar este tipo de páginas (apenas 22 ejecutantes) el resultado obtenido fue convincente y apropiado; quizá la velocidad con la que atacaron el segundo movimiento, el Andante cantabile, resultó un poco apresurada, lo que restó algo de intensidad al discurso, pero en líneas generales el enfoque de la obra fue muy correcto; tal vez demasiado 'british' en su concepción total, aunque respetuoso de época y estilo. En lo personal, yo prefiero un primer movimiento bastante más movido (atendiendo a que Mozart, siempre muy estricto en sus indicaciones de tempi lo marca Allegro molto) pero entiendo que ahí entramos en un territorio altamente opinable.
La ejecución -salvando una notoria pifia de cornos, que nos permitió confirmar que las mismas no son una exclusividad de las orquestas argentinas- tuvo un balance sonoro muy adecuado y una llamativa uniformidad de toque del sector cuerdas que le insufló brillo, elasticidad y ajuste.
El público, que había sido algo parco es su aplauso durante la primera parte, premió con mayor intensidad la interpretación de la página mozartiana y consiguió que los visitantes brindaran nada menos que tres obras fuera de programa. En primer término, la célebre Badinerie de la Suite N° 2 de Johann Sebastian Bach, que por coincidencia había tocado Emmanuel Pahud con la Orquesta Franz Liszt como extra apenas una semana atrás. Si la versión de Pahud nos había sorprendido por la exuberancia de su inventiva, agregando adornos y notas de paso (perfectamente acorde con las prácticas barrocas) pero también alterando muchas veces el ritmo, que por momentos parecía el de una pieza de jazz, la de Christine Messiter pecó un poco en sentido inverso, porque se atuvo estrictamente a lo escrito por Bach (en las repeticiones, a veces no basta con alterar el nivel sonoro y es necesario recurrir a la ornamentación para añadir variedad) y si bien su trabajo resultó de una pulcritud y seriedad encomiable, quedó algo opaco.
La segunda pieza extra fue El último sueño de la Vírgen para violonchelo y cuerdas de Massenet, en realidad el preludio a la cuarta escena de su “leyenda sacra” La Vírgen. Fragmento de tocante expresividad y acendrado lirismo, fue objeto de una notable lectura por parte de Nemstov y las cuerdas del conjunto, que luego nos ofrecieron, como despedida, una acertada interpretación de la Pavana, el segundo de los números que componen la Suite Capriol de Peter Warlock.
Comentarios