España - Cataluña
Las desvergüenzas del poder
Jorge Binaghi

Hace diez años hice la crítica de este espectáculo desde Bruselas, que ahora llega para estrenar el título en absoluto en Barcelona. Tarde pero seguro. Entiendo la cálida recepción del público (se trata, de todos modos, de un gran Haendel, aunque a veces uno se pierda un poco entre tanto movimiento coreográfico a cuento o no, tanto figurante a veces francamente de más: por ejemplo, la primera escena en casa de Popea con su confidente gay y su legión de maquilladoras y criados; por ejemplo, gran parte de los del bar –en que se ha convertido la casa de la misma dama).
Mc Vicar acierta en la creación de un espectáculo trepidante, pero sigo teniendo mis objeciones, que retomo de la crítica de entonces, agregando que el tiempo no ha afectado al espectáculo (a la música era claro que no, pero no siempre son lo mismo) y que, vistas las cosas que se han visto en una década o decenio, esta parece una puesta en escena clásica y los reparos pueden ser o resultar menores (pero creo que siguen vigentes). Decía yo entonces: “Quede clara una cosa: se trata de algo coherente, inteligente, no se vale de trasposiciones, amputaciones o préstamos de música del mismo autor, no trasfigura el texto. Lo actualiza, y eso no está mal, y en algunos momentos es acertadísimo, pero lo mantiene siempre en el mismo nivel desde la óptica de que se trata de una parodia o una sátira …. Ciertamente hay una vena irónica .... bien presente en los personajes de los ‘fieles’ Palas y Narciso -en España se podrían hacer comparaciones contemporáneas exactas, y no sólo en España- y en ciertos aspectos de Claudio (su retorno ‘triunfal’ es uno de los puntos de la velada) y de Nerón (que seguramente se drogaba, de modo que su última aria en la que es pretexto para las coloraturas el estado de nerviosismo que lo hace meterse más y más rayas de cocaína es un momento único de teatro)"
"Pero ni aún poniendo los Anales de Tácito en manos de Lesbo (que no sé si es un guiño de complicidad o algo que supone que la audiencia no tiene ni idea de lo que dice el historiador romano… ) se llega a expresar la complejidad de Agripina y su drama de madre y de mujer deseosa de poder, ni Nerón es un jovencito medio tonto, ni Popea una coqueta y menos de las estilo ‘vamp’ de Hollywood, y presentarlas como una borracha consumada a la primera y en camino de serlo a la segunda les hace un flaco favor. Otón canta y baila en el mejor estilo del musical americano, pero cuando le llega la desilusión y la meditación, el telón baja y lo deja solo. Pese a la botella en mano, la gran escena de la protagonista ‘Pensieri, voi mi tormentate’ es de una hondura que deja bien atrás parodias o sátiras e ironías”, y mucho menos (como se ha insistido en Barcelona) algo así como una sofisticada e irónica recreación de series estadounidenses tipo Dallas (que se cita profusamente en el programa de mano). “Es como si realmente al director le dieran pánico los pensamientos y quisiera que su público no tuviera que pararse a pensar en las casi cuatro horas de representación. Y probablemente gran parte del público vaya a eso: a no pensar y a pasarlo bien. Lo respeto pero no lo comparto…”.
'Agrippina' de Haéndel. Dirección musical: Harry Bicket. Dirección escénica: David McVicar. Barcelona, Teatro del Liceu, noviembre de 2013
© A. Bofill/Liceu, 2013
La versión ha sido buena y equilibrada, sin llegar a las cotas de aquella representación de La Monnaie. Mérito especial el de Bicket, con una formación reducida de la orquesta del teatro en muy buena forma, capaz de dar variedad y justo tono a los diferentes momentos, tan encontrados a veces (y ahí está otra limitación de la puesta en escena, que no suele recoger esos cambios). De aquel elenco de La Monnaie repetían dos: Visse con una voz cada vez más imposible en Narciso (y una tendencia mayor a la exageración, como sucede cuando se procura desviar la atención de los problemas musicales) y Ernman que, en cambio, aunque se ha mostrado levemente más histriónica, posee el personaje de Nerón en esta concepción y ha mejorado la precisión de su canto (excepto por un par de agudos en su dificilísima última aria).
'Agrippina' de Haéndel. Dirección musical: Harry Bicket. Dirección escénica: David McVicar. Barcelona, Teatro del Liceu, noviembre de 2013
© A. Bofill/Liceu, 2013
Connolly es siempre una excelente cantante y actriz, aunque dejó a la protagonista al nivel de una dominadora e intrigante de Hollywood, más Joan Collins que emperatriz romana (‘Pensieri…’ fue su mejor momento sin duda, pero aquí la botella en mano pesó). De Niese es simpática; sabe llevar los personajes que canta -hasta ahora se ha mostrado muy prudente y no se le ha ocurrido con sus medios meterse con normas o adalgisas o sonámbulas- al terreno de la soubrette de buena voz (no demasiado extensa en ambos extremos), pero al igual que su unidimensional Cleopatra, esta Popea fue una caprichosa enfurruñada con grititos, puntapiés (que ayudan lo suyo a disimular los trinos que se quedan a mitad de camino) muy en la línea de algunas escenas con los figurantes que también interrumpieron momentos musicales con sus gritos (no pasaba en Bruselas y en todo caso no con tanta estridencia): cuando en un recitativo debe decir ‘sono Poppea!’ simplemente el sentido desaparece (Despina tiene otro tipo de orgullo). El trío femenino tuvo gran éxito.
'Agrippina' de Haéndel. Dirección musical: Harry Bicket. Dirección escénica: David McVicar. Barcelona, Teatro del Liceu, noviembre de 2013
© A. Bofill/Liceu, 2013
Daniels es siempre una garantía de técnica y estilo incluso cuando el timbre aparece velado y, me temo, definitivamente ‘tocado’, aunque no hundido. Lo encontré menos pletórico como actor en este Ottone que en ocasiones anteriores. Personalmente encontré notable, pese a un italiano decoroso pero mejorable, el Claudio de Selig: no es frecuente encontrar a un asiduo de Marke y otros roles wagnerianos en estos menesteres, y menos con gran calidad estilística (la voz, por supuesto, parecía provenir de otro mundo que el de las voces ‘típicas’ barrocas como intentan venderlas ahora, y la verdad que se agradece) y un buen humor notable (su intento de 'strip tease' resultó excelente porque estuvo en su justo punto). Mientras Waddington fue un opaco Pallante hay que señalar el buen hacer de Martínez-Castignani en Lesbo.
La sala estaba muy concurrida y no hubo casi deserciones, salvo la de los que pueden con cinco o seis horas de Wagner (de texto bastante más infumable que éste), y hasta piden más, pero se quejan de la longitud de Haendel y del barroco. Esperemos que no pasen otros trescientos años hasta la próxima reposición.
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