Alemania
Un Schubert casi desconocido
J.G. Messerschmidt

La obras escénicas de Franz Schubert son un territorio musical aún muy poco explorado. Fuera de la bien conocida música incidental de Rosamunda, sólo las óperas Alfonso y Estrella y Fierabras han alcanzado una cierta difusión, sin por ello dejar de ser verdaderas rarezas en los repertorios teatrales y de concierto. El resto del catálogo músico-dramático de su autor sigue prácticamente olvidado. Por ello está producción en versión concertante es un gran acontecimiento para cualquier amante de la música de Schubert.
Se trata de dos piezas de juventud (escritas cuando su autor tenía 22 y 18 años respectivamente), muy breves y ligeras, compuestas con la evidente intención de gustar y divertir al público sin correr demasiados riesgos. El fin que perseguía Schubert era introducirse en el mundo teatral a fin de poder realizar proyectos de mayor envergadura y, con el tiempo, afirmarse como compositor de ópera; un sueño que, como tantos otros en la corta vida de Schubert, nunca llegaría a realizarse.
Atento al gusto de la época, pone música a dos libretos ingenuos, con la acción situada en una aldea cuyo ambiente idílico se ve roto por la aparición de personajes que regresan de la guerra y que ponen en peligro la felicidad de la pareja de enamorados protagonista, la cual, sin embargo, recibe el auxilio del padre de la novia. En ambos casos el esquema es el mismo y el final es feliz. Ambos argumentos son apenas algo más que anécdotas o cuadros de costumbres sin un verdadero despliegue dramático. En cierto modo se puede comparar a estas piezas con los sainetes de Ramón de la Cruz o con obras del género chico de la zarzuela madrileña.
Ahora bien, el carácter de los Singspiele de Schubert es idílico, casi bucólico; la aparición de los soldados que regresan de la guerra y que perturban la paz doméstica de los aldeanos es una clara referencia a las guerras napoleónicas y a los problemas sufridos y ocasionados por una masa de veteranos que vuelve a la vida civil tras una larga serie de conflictos bélicos. En Cuatro años de guardia se trata incluso el tema de la deserción. Así pues, tras la aparente inocuidad de las piezas, se insinúan claramente ciertos problemas sociales de un muy concreto momento histórico.
El tono general, sin embargo, es humorístico, sentimental, inofensivo y, salvando las distancias, recuerda al de La sonámbula de Bellini, en parte a El elixir de amor o a La hija del regimiento e incluso al ballet La fille malgardé. Si alguna obra musical puede ser adscrita al estilo Biedermeier, estos Singspiele son el mejor ejemplo. La desventaja de este tipo de piezas, al margen de su indiscutible encanto, es que no dejan al compositor ningún espacio para configurar una verdadera dramaturgia musical: los personajes no se pueden desarrollar como caracteres, son tipos inmutables; no hay acción, sino sólo situaciones. Por lo tanto, el compositor debe concentrar su labor en la descripción de figuras 'de una pieza' y, por encima de todo, en la plasmación de sus estados de ánimo. La caracterización musical de los afectos, los cambios de humor, la vacilación de los sentimientos, forma el meollo dramático, entendiendo este término en un sentido nada estricto. En todo caso, estamos ante minúsculas 'comedias líricas' o 'anímicas', que necesariamente deben ser muy simples, ya que su misma brevedad impide cualquier complejidad. Por otra parte, también la caracterización del medio ambiente, de la atmósfera en la que se representa la obra tiene una importancia capital.
Los mellizos se abre con un coro de campesinos que recuerda al de pastores de Rosamunda, tanto en su línea melódica como en la instrumentación. Sigue un dúo de refinada ingenuidad. El tercer número, un aria para soprano, se halla mucho más cerca de Weber que de Beethoven o de Mozart. Es interesante observar la orquestación, que se atiene a las convenciones del primer romanticismo: las maderas crean un ambiente 'rústico' y aportan colorido, mientras las cuerdas, por una parte, forman la melodía y por otra constituyen el fundamento armónico. En el aria de Franz (el primero de los mellizos) sobresale la convincente descripción musical de una tempestad, que al mismo tiempo sirve para caracterizar al personaje. El aria del segundo mellizo, Friedrich, contrasta perfectamente con la anterior, con lo que quedan bien ilustradas la diferencias que separan a los dos hermanos. Desde luego, se trata de números escritos para hacer brillar al barítono que interpreta el doble papel, que en el estreno fue el célebre Michael Vogl, protector y admirador de Schubert. Curiosamente el aria de Friedrich, tanto por su texto como por su carácter nostálgico y por la situación que describe, guarda no poca semejanza con 'Vi ravviso o luoghi ameni', el aria de Rodolfo en el primer acto de La sonámbula de Bellini. La obra se cierra como había comenzado, con un coro, que es el décimo de los números musicales entre los cuales se insertan los pasajes dialogados.
La obertura de Cuatro años de guardia, decididamente romántica, resulta casi excesiva para una pieza de este tipo y merecería ser rescatada como obertura de concierto. También aquí encontramos una orquestación característica en la que las maderas definen el ambiente rural, al que los metales añaden un toque levemente militar. Nuevamente la acción se inicia con un coro de campesinos. Especialmente hermoso es el terceto a cappella de Käthe, Walther y Düval. En el cuarteto que le sigue se pone en evidencia una cualidad de Schubert que sigue siendo puesta en duda sin mayor motivo: su capacidad para componer música dramática, su sentido de la teatralidad; además, por supuesto, de su enorme dominio de la escritura vocal. El aria de Käthe 'Gott höre meine Stimme' es un bello ejemplo del romanticismo temprano en la ópera alemana. El coro de soldados es de inspiración popular y podría pasar perfectamente por un tradicional 'coro de cazadores'. El concertante y el final son no sólo hermosos, también vuelven a confirmar de sobras el instinto teatral de Schubert.
Los intérpretes de la velada, todos muy competentes y dotados de voces respetables, realizaron una labor muy notable y bien cohesionada. En la primera de las piezas programadas sobresalió, como no podía ser de otro modo, Peter Schöne, intérprete del doble papel protagonista. La voz más seductora fue sin duda la de Kristiane Kaiser, una estupenda soprano lírica de volumen generoso, canto siempre bien articulado y amplio registro. Por su parte, la Orquesta de la Radio de Múnich y su director invitado, Christoph Spering, ofrecieron una versión precisa y brillante de la parte instrumental. El Coro de la Radio de Baviera estuvo al nivel habitual, es decir, excelente.
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