España - Madrid
Dos grandes maestros
Juan Krakenberger
Quiero destacar, ante todo, que aquí no se trató de un recital rutinario. Es que se juntaron dos músicos completos, y no un violinista acompañado al piano. Todas las obras ganaron en peso gracias al inteligente juego entre los dos instrumentos que estuvieron a nivel en técnica, musicalidad y expresividad. Y esto no sucede todos los días. Para mí, este dúo Csaba/Gulyas será inolvidable.
Empezaron con la conocida Sonatina op 100, de Dvorák. Esto es una pieza que prácticamente todo alumno de violín tiene que tocar, porque es técnicamente accesible. Pero oírla tocada por un dúo magistral no sucede todos los días. Por ejemplo, en el primer movimiento Allegro oír al piano reproducir las notas que acaba de tocar el violín, destacándolas, y de diferentes maneras en la repetición de la exposición, requiere de mucha sabiduría. El resultado fue precioso. Si a ello sumamos los interesantes contrastes dinámicos tocados con sonido glorioso, llegamos a gozar de esta música tan desenvuelta por partida doble. Esto es también aplicable al segundo movimiento, Larghetto, muy expresivo, y al tercero –Scherzo-, con mucha marcha y brillantez. El cuarto movimiento Finale se destacó por los cambios de tempi, muy inteligentes y musicalmente graduados para lograr la mayor expresividad posible. ¡Un fin sensacional! ¡Qué música bien hecha cuando uno la escucha en manos maestras!
A continuación estaban programadas las Cuatro piezas románticas op 75 del mismo compositor checo, que también son bastante conocidas por su originalidad y lindas melodías. Efectivamente, Dvorák quería reproducir romanticismo, pero con el aire bohemio que le es propio, y por supuesto lo logró. El Allegro moderato inicial se destaca por el ritmo “da - dada” constante del piano que acompaña así a la melodía romántica que canta el violín. El Allegro maestoso que le sigue es enérgico pero muy fluido. Después suena un Allegro appassionato, muy impresionante, sobre todo por cómo el piano repite luego el tema expuesto por el violín. Y el Larghetto final, muy expresivo, hace tocar al violín en tesituras muy altas, y se producen unas sonoridades que impresionan al oyente. En fin, cuatro piezas muy lindas, que se han hecho famosas.
El público aplaudió a las dos obras con mucha satisfacción: habíamos oído buena música soberbiamente interpretada.
La obra siguiente fue la Sonata para violín y piano, op. posth., de Ravel. En rigor, esta descripción de la obra lleva a error, porque quedó olvidada y se redescubrió más de 30 años después de la muerte del compositor. Por el contenido -todo en un solo movimiento- se puede deducir que la compuso un Ravel joven que buscaba recursos para expresarse. Y lo consiguió, porque sobre todo hacia el final esta música se torna muy expresiva, ensoñada, y el final mismo es creando silencio total, y efectivamente el público se queda quieto unos momentos, antes de empezar con los aplausos. Muy linda música, no del todo impresionista aún, porque aún subsiste un post-romanticismo muy delicado. Los aplausos fueron calurosos y agradecidos.
Para terminar el programa (sin intermedio) estaba programada una obra de Béla Bartók: sus Canciones populares húngaras para violín y piano BB 109, algunas tocadas sin pausa lo que dificultó seguir los títulos que constaban en el programa y que no vale la pena reproducir aquí. Fueron nueve piezas, todas inspiradas en la música zíngara, algunas para lucimiento del violín con cuerdas dobles y armónicos, otras tranquilas o de buen humor. Uno lo pasa muy bien escuchándolas, sobre todo si la versión es tan buena como la que nos ofrecieron el dúo Csaba/Gulyas. También ahora comprendo porque los grupos de alumnos de música de cámara, con piano, que tienen a Marta Gulyas como profesora, tocan tan bien: sin duda ella transmite la sabiduría que acabábamos de escuchar.
El público asistente quedó encantado y hubo unos aplausos que no querían cesar -los más largos aplausos que he presenciado en esta sala- lo que resultó en el regalo de un bis: una de las dos Rapsodias para violín y piano del mismo Bartók, obra que también se ha hecho popular por su frescura y encanto. La versión fue espléndida y nuevamente provocó intensos aplausos hasta que el Sr. Csaba solicitó silencio para algo inesperado: es que doña Paloma O’Shea, presente en la sala, cumplía años y él quiso felicitarla, lo mismo que la pianista Gulyas. Los dos le pidieron subir al escenario, y entonaron el Cumpleaños Feliz, que luego fue coreado por todo el público presente en la sala. Un fin de fiesta inesperado, pero que subrayó sin duda la gran calidad de lo que habíamos escuchado antes. ¡Realmente, un concierto excepcional!
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