Alemania
Filarmónica de Berlín: acariciando 'El Moldava'
Juan Carlos Tellechea

Dos jóvenes artistas debutan esta tarde del domingo 25 de mayo de 2014 con la mejor orquesta del mundo, la Filarmónica de Berlín: el director polaco Krzysztof Urbański (Pabianice, voivodato de Łódź, 1982) y la violonchelista argentina Sol Gabetta (Villa María, provincia de Córdoba, 1981).
La gran incógnita resulta ser la gran sorpresa de la velada: Krzysztof Urbański, salido de lo más profundo de la provincia en su Polonia natal, egresado en 2007 de la Universidad Fryderyk Chopin de Música, en Varsovia; primer premio ese mismo año en el concurso de dirección orquestal Primavera de Praga; asistente de Antoni Wit (director musical de la Filarmónica de Varsovia); director principal y artístico de la Orquesta Sinfónica de Trondheim (Noruega); director musical de la Orquesta Sinfónica de Indianápolis (Estados Unidos); principal director invitado de la Orquesta Sinfónica de Tokio (Japón); y próximo director principal invitado de la Orquesta Sinfónica de la Radio de Hamburgo, sucediendo a Alan Gilbert.
El lleno total de la sala se debe, sin embargo, más a Sol Gabetta que a Urbański. El público no quiere perderse el estreno de la violonchelista argentina con esta gran orquesta. Pero Gabetta, de portentoso virtuosismo y gran perfeccionismo técnico en su instrumento, indiscutiblemente, con mucha garra, nervio y músculo (para algunos, excesiva gesticulación) en su ajustada y seria interpretación, estilísticamente acertada, del Concierto en re mayor de Bohuslav Martinů, no logra transmitir, empero, toda la emocionalidad que debiera.
Con su Guadagnini de 1759 tampoco alcanza un gran torrente sonoro que la ayude, pese a que el violonchelo permanece siempre expresivo, con su brillante y vivaz vibrato. Gabetta busca en vano con la mirada a derecha e izquierda una confirmación, una complicidad que no encuentra en la orquesta, y concluye la pieza entre calurosos aplausos del público, pero sola, sin estar absolutamente segura de que ha llegado con sentimiento a la platea, pese a haberse consagrado por entero en su ejecución. Los rostros de los avezados músicos de la Filarmónica de Berlín lo dicen todo.
Urbański, en cambio, un apasionado detallista, de gran sensibilidad en la búsqueda de más y más musicalidad, se gana a los espectadores desde un comienzo. Conoce muy bien lo que interpreta. El Moldava de Bedřich Smetana fluye entre sus manos acariciado y complaciente. Las maderas y los vientos de la orquesta cumplen aquí un excelente papel. El clarinetista vienés Andreas Ottensamer se luce en su intervención solística. Otro tanto ocurre con Šárka, un poema sinfónico poco ejecutado, en general. El joven director sigue y sigue explorando, quiere encontrar monstruos en su trayecto y está dispuesto a llegar al lago de Loch Ness si fuera necesario. Su versión de la Sinfonía nro. 7 en re menor de Antonín Dvořák es impresionante, deja casi sin aliento a músicos y oyentes, las cuerdas suenan aquí magníficas; sencillamente, su todavía corta experiencia profesional le dice ya cuándo hay que dejar a los músicos con su buen hacer.
De todas formas, Urbański sabe además que un concierto para violonchelo no admite a dos divos. Cuando Sol Gabetta sube al escenario el director polaco se repliega, permanece calmo y cede el protagonismo a la solista. Estadísticamente hablando, por los comentarios vertidos durante el intervalo, mayoritariamente favorables a Urbański, es posible afirmar con casi total certeza de que el joven polaco tiene una enorme carrera por delante. Hay gran curiosidad por conocer su lectura de compositores como Wolfgang Amadeus Mozart, Ludwig van Beethoven, Franz Schubert, Gustav Mahler, Anton Bruckner. Por lo pronto, le llueven ya invitaciones para dirigir a la Philharmonic Orchestra de Londres, la Chicago Symphony, la Orquesta Filarmónica de Múnich, la Oslo Philharmonic, la National Symphony de Washington, la Pittsburgh Symphony y la Rotterdam Philharmonic, entre otras.
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